señas
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Para Adolf Loos la experiencia arquitectónica es demasiado táctil como para reducirse a una imagen fotográfica: cada obra de arte tiene leyes internas tan fuertes, que sólo pueden manifestarse desde una única disciplina. Así, añade Josep Quetglas, “no puede dibujarse la arquitectura, como no puede musicarse la pintura o bailarse la novela. El contenido de una obra es y está en su proceso de percepción, y no hay quien oiga por los ojos”. La arquitectura se hace de reflexión y dibujo, de materia, color y aire. De experiencia espacial y tiempo.
Reflexionar sobre la arquitectura en dos dimensiones, sobre papel impreso, con dibujos, fotografías y planos, en lugar de las cuatro dimensiones que conforman la experiencia espacial y el tiempo, no es más que un sucedáneo. La frustración que genera la arquitectura impresa es como la de la pornografía, ya que ambas aluden a la tercera dimensión y convocan a la imaginación para completar la experiencia. Ambas enseñan. Pero ¿se puede enseñar la arquitectura? ¿No es esa la tarea de las escuelas de arquitectura?
Con revisar las biografías de los más notables arquitectos del pasado siglo —Wright, Loos, Mies, Le Corbusier o Barragán— bastará para aceptar que no siempre se aprende donde se enseña. La arquitectura —Quetglas de nuevo— se enseña en-señando. Es decir, “dando señas que hagan ver, que interpreten, que expliquen, que presenten la arquitectura”. La inmediatez bidimensional de las imágenes impresas muestra parcialmente la subjetividad de un punto de vista, de un ojo, del ojo de otro. Las líneas del croquis aluden al sentimiento, los planos evocan el espacio para construir con la imaginación, y la crítica incorpora la duda, empujando los trazos fuera del restirador. Las limitadas dos dimensiones de la arquitectura impresa y de la crítica, el intercambio abierto de ideas y formas, en los congresos y en los concursos también son señas. Señas poliédricas que conforman las complejas caras de la arquitectura.
Obras
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