Prácticas intersticiales en la arquitectura: un ejercicio de reflexión
Las relaciones sociales que surgen en este mundo muchas veces se ven marcadas por el ejercicio de poder cuyo objetivo [...]
16 agosto, 2022
por E. Anaid Aguilar H. | instagram: @anaidr019
Hace algunas semanas Netflix España anunció la emisión de la serie Conversaciones, realizada por la fundación Arquia. En esta publicación se mostraba la lista de personas que formaban parte de esas conversaciones. Sin ninguna intención de serlo, la publicación sirvió para recordar cómo la arquitectura en tanto disciplina, en el contexto contemporáneo, sigue siendo un espacio dominado por los valores masculinos y los sujetos que encarnan esos valores. La falta de intencionalidad demuestra la normalización en la representación de un sólo tipo de sujeto en el ejercicio de la arquitectura.
Para abordar el tema desde una perspectiva crítica, propongo hablar de la importancia de los discursos, como productores de realidad, y del habla, como acto subversivo, así como de la razón por la que la representación, históricamente, ha sido un tema prioritario en la agenda de algunos feminismos. Lo anterior con la intención de plantear la representación como herramienta potenciadora de un cambio en la arquitectura.
El motivo principal de la controversia deriva del carácter de los arquitectos seleccionados por la fundación Arquia en tanto representantes de un tipo de subjetividad, la del sujeto universal; el representante del sistema capitalista, de la blanquitud y del orden patriarcal[1]. Lo problemático del hecho radica en la reproducción de un discurso que borra, sistemáticamente, los aportes que no provienen del grupo de dicho sujeto. Este tipo de omisiones imponen una forma de hacer como la única válida, es decir, el único trabajo valioso es el que se produce por el sujeto universal bajo las lógicas establecidas por el sistema hegemónico.
Los discursos, desde el trabajo de Foucault, se entienden como “modos generadores de realidad, facilitan posibilidades de percepción, modos de pensar y crean objetos de conocimiento”[2]. Los discursos no describen ni anteceden la realidad social, sino que producen los objetos o sujetos de los que hablan. A través de ellos se legitima lo verdadero —no en el sentido ontológico, sino como un mecanismo productor de verdad, como lo define Foucault—. Esto se determina en un sistema de inclusiones y exclusiones. Foucault se encarga de analizar la forma en la que se constituyen dichos discursos y cómo se excluye lo que se considera falso, mientras que lo verdadero es lo que posibilita el ejercicio del poder[3]. Así, los discursos hegemónicos de la cultura o de un mundo social imponen los ejes que delimitan lo que se puede realizar y pensar dentro de éste, estructurando las jerarquías, los órdenes, las características que definen y ubican a los sujetos en el lugar que, según el discurso, les corresponde, por ejemplo, a través del constructo del género. Lo que dice el listado de la Fundación Arquia es que el mundo de la arquitectura es materializado y pensado por el sujeto universal, que no hay cabida para otro tipo de subjetividad. Esto se deduce por el simple hecho de no haber representación de otro tipo de sujetos; en este caso, sujetas. La representación, como lo plantea Adriana González Mateos, es atravesada por el poder y ella misma es la que legitima y hace viable el ejercicio de poder.
La representación, entonces, es un efecto de prácticas culturales que determinan las condiciones para que esta sea comprensible y aceptable, pero también construyen las categorías de seres u objetos designados como referentes; el proceso de representación los agrupa, los distingue; estructura la percepción [4].
En este sentido, la representación se vuelve una herramienta de dominación del sistema patriarcal[5] que refuerza el tipo de discurso antes mencionado. Esto no significa que el único uso de la representación beneficie al sistema hegemónico. Esto implica que la producción de realidad a través de la representación no está ligada de forma necesaria a la hegemonía. En cambio, es un espacio en disputa, de crítica y protesta para subvertir la imposición hegemónica. Es por ello que el tema de la representación siempre ha estado presente, de diversas formas, en las luchas feministas, de subjetividades racializadas y económicamente oprimidas.
Al día siguiente del anuncio de promoción del programa Conversaciones, se publicó una carta realizada por académicas arquitectas —Zaida Muxí, Inés Moisset y Tatiana Bilbao— en la que solicitaron, a la fundación Arquia, realizar “una propuesta inclusiva que colabore en la construcción de un mundo mejor, lo que significa una profesión más igualitaria y comprometida con los desafíos planetarios”[6]. Al denunciar el borrado de diversas subjetividades se evidencia la intención de disputar los espacios de representación. En este ejercicio se materializa el acto de habla como acto político; es decir, usar la voz para cuestionar lo enunciado por el discurso hegemónico. El habla como forma emancipadora tiene el fin de disputar el derecho al uso de la palabra en el espacio público[7]. Sin embargo, no es suficiente con enunciarlo, el sujeto hegemónico tiene que comprender el mensaje que se transmite.
La respuesta de la fundación a la carta de las académicas reconoce la falta de representación, pero la justifica alegando que la serie Conversaciones se encuentra incompleta. No hay, por su parte, un reconocimiento directo de omisión. Asimismo, el hecho de que la respuesta no fue pública demuestra una falta de comprensión sobre la gravedad del problema de la no-representación. La falta de reconocimiento al trabajo desde otras subjetividades es una de las causas por las que la disciplina no ha podido modificar la idea de que sólo un sujeto puede ser el representante de la profesión.
Por ello, uno de los pasos a seguir para cambiar las lógicas de la profesión es la disputa de los espacios o los medios de mayor alcance. Al cuestionar la ausencia de las arquitectas, se revela el predominio masculino y cómo esta construcción no ha sido accidental. En el caso de México, la historiografía de la disciplina hace una omisión flagrante del trabajo de las mujeres. Indicio de lo anterior es la poquísima visibilidad que tienen las primeras mujeres arquitectas tanto en textos como en los espacios académicos. Recientemente, gracias a la producción de trabajos historiográficos críticos que recuperan las aportaciones de las mujeres y al movimiento de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, se empiezan a nombrar a estas mujeres. La visibilización se da a través de la lucha por los espacios de la representación. Sin la organización y las denuncias de las colectivas de la Facultad de Arquitectura, los recintos culturales probablemente continuarían otorgando reconocimiento al sujeto universal. En cambio, ahora existe el teatro Estefanía Chávez Barragán o la galería María Luisa Dehesa, entre varios otros. Este pequeño cambio puede abrir caminos para otros más grandes.
Virginia Woolf identificó dificultades que se le presentaron como escritora[8]; estas dificultades se han actualizado, responden a las condiciones culturales y sociales contemporáneas y nos siguen afectando. Como mujeres profesionistas nos enfrentamos a limitantes como la brecha salarial, el privilegio de los valores asociados a lo masculino o la discriminación de las intersubjetividades que no pertenecen al grupo del sujeto hegemónico, sin olvidar la falta de representación. Estos obstáculos se extienden a la disciplina de la arquitectura y llevan al planteamiento de la siguiente cuestión —como lo habría hecho la propia Woolf—: ¿qué necesita una mujer para ejercer la arquitectura sin ser afectada por su condición de género, raza o clase?
La formación universitaria, así como la historiografía oficial de la disciplina, nos preparan para entender el mundo de la arquitectura como un mundo regido por los valores relacionados a lo masculino, en donde no hay cabida para otro tipo de ejercicio. El cuestionamiento de ese planteamiento permite la búsqueda de alternativas para ejercer la profesión. Por este motivo se vuelve necesario hacer un análisis de las formas en que las mujeres se incorporan a una disciplina que premia los rasgos relacionados a lo masculino. El análisis del ejercicio de la profesión desde los márgenes o los intersticios que se pueden crear u ocupar tienen el potencial de transformar las lógicas de la disciplina desde la práctica cotidiana.
Al identificar las prácticas intersticiales en lo cotidiano se generan brechas que podrían propiciar un cambio de lógica en los procesos arquitectónicos. Este texto tiene la finalidad de introducirnos en el trabajo de tesis que he estado realizando —bajo la tutoría de la Dra. Andrea Marcovich— sobre el análisis de las prácticas microbianas de las arquitectas, ubicadas al interior del sistema tecnocrático, que buscan transformar dicho sistema desde las prácticas cotidianas[9]. Para esta investigación tomo como referencia el trabajo de Michel de Certeau, cuyo objetivo fue vislumbrar “las formas subrepticias que adquiere la creatividad dispersa, táctica artesanal de grupos o individuos atrapados en las redes de vigilancia […] se busca el ambiente de la indisciplina”[10]. En los próximos meses compartiré una serie de artículos en los que muestro el desarrollo de mi investigación con el objetivo de mostrar el trabajo que se realiza en arquitectura desde otras subjetividades.
Referencias:
Certeau Michel de, La invención de lo cotidiano I. Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana. Departamento de Historia del Instituto Tecnológico y de Estudios superiores de Occidente, 2000.
Corona Berkin Sara y Kaltmeier Olaf, En diálogo. Metodologías horizontales en Ciencias sociales y culturales, Barcelona, Gedisa, 2012.
Moreno Hortensia y Alcántara Eva, Conceptos clave en los estudios de género, México, Universidad Nacional Autónoma de México Centro de Investigaciones y Estudios de Género, 2019.
Rivera Garretas María-Milagros, Nombrar al mundo en femenino. Pensamiento de las mujeres y teoría feminista, Barcelona, Icaria, 1994.
Woolf Virginia, Una habitación propia, México, Austral/ Grupo Planeta, 2017.
Zaida Muxí Martínez, Mujeres, casas y ciudades: más allá del umbral, Barcelona, dpr-barcelona, 2018.
[1] Zaida Muxí Martínez, Mujeres, casas y ciudades: más allá del umbral, Barcelona, dpr-barcelona, 2018
[2] Sara Corona Berkin y Olaf Kaltmeier, En diálogo metodologías horizontales en Ciencias sociales y culturales, Barcelona, Gedisa, 2012, p.117.
[3] Ibid., p.118.
[4] Hortensia Moreno y Eva Alcántara, Conceptos clave en los estudios de género, México, Universidad Nacional Autónoma de México Centro de Investigaciones y Estudios de Género, 2019, p. 280.
[5] Ibid., p. 279.
[6] Fragmento extraído de la carta, se encuentra en: https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSdN8KM4ezHI0vInKUCpJMSb7PoenKQXu3x3WYtW1qCcTDhs_A/viewform
[7] María-Milagros Rivera Garretas, Nombrar al mundo en femenino. Pensamiento de las mujeres y teoría feminista, Barcelona, Icaria, 1994, p.32.
[8] Virginia Woolf, Una habitación propia, México, Austral/ Grupo Planeta, 2017.
[9] Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano I. Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana. Departamento de Historia del Instituto Tecnológico y de Estudios superiores de Occidente, 2000.
[10] Ibid., p.XLV.
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