Las casas en el paisaje: Alberto Ponis (1933-2024)
Alberto Ponis ha fallecido a los 91 años. El último número de Croquis llegó tarde como reconocimiento a un personaje [...]
5 abril, 2016
por Pablo Lazo
Architectural Association School Life 1990s
Fotografía: Valerie Bennett. Architectural Association. Cortesía: Pablo Lazo
Es difícil no quedarse mudo ante tal personalidad. Cuando Patrick Schumacher nos avisó que venía a dar un seminario, todo el mundo sabía a qué atenerse. Zaha fue crítica externa del curso de maestría en la AA durante varios años y durante aquel lejano 1999, fue una de las personas claves en conformar la agenda del programa recién inaugurado Design Research Laboratory (DRL).
A través de sus seminarios, fue uno de los profesores que más influyó no sólo en el DRL sino en todo el AA. Discutiblemente se podría decir que ella, más que nadie, influyó en cambiar la mente de muchos estudiantes y aprender a mirar –a través de la arquitectura– distintas visiones del futuro.
En aquellos años, Patrick era el único socio de Zaha en una oficina que no pasaba de 20 personas. Él, director del DRL –junto con Brett Steele, ahora director de la escuela– siempre se apoyaron en Zaha para continuar explorando –a través de los programas académicos– muchos de los resultados que ella desarrollaría en diversos proyectos –desde aquel concurso fallido de la Opera de Cardiff, hasta el éxito rotundo del centro MAXI en Roma–. En cada taller, discusión y presentación se permeaba la agenda de diseño que ella tenía en su propio estudio de Clerkewell. Siempre creyendo en lo que proponía –sin medias tintas–.
La dialéctica de sus intervenciones en la AA era bien simple: uno presentaba el proyecto, y ella interrumpía en el momento menos propicio para cuestionar con una brutal simplicidad los conceptos, las justificativas de los argumentos de diseño y, sobre todo, la forma arquitectónica; al final de la crítica, uno creía pensar que la idea tenia veracidad o simplemente había que volver a empezar.
Siempre fue alguien que realizó un ejercicio con la forma y la tectónica dentro de lo que la arquitectura le permitía. Hablaba de lo que el futuro deparaba para lograr aquella arquitectura que ella misma trataba de crear. El futuro la alcanzo tiempo después: en los primeros 10 años de su estudio sólo consiguió construir 3 proyectos. De ellos, quizá fue el Centro Cultural de Artes (CCA, Cincinnati, Ohio) el que convenció a muchos, que las ideas de Zaha podían construirse. Hasta entonces, la seducción de sus dibujos, pinturas e ideas habían cautivado al ojo: formas seductoras, alguna vez dijo Rowan Moore, el crítico del periódico The Guardian.
A su arquitectura planetaria no le faltaron críticos y, menos aún, colegas que veían en ella una arquitecta poco comprometida con la labor social de la arquitectura –como si todos los arquitectos tuvieran esa imperiosa función–. Alguna vez escuché decir a Peter Cook que el debate central con la arquitectura de Zaha Hadid consistía en que lograba, con una simpleza absurda, resultados estéticos inimaginables, pero que trataba de justificar todo este formalismo con un juego teórico que carecía de toda lógica.
En una conferencia de la misma Zaha en la AA, ella misma comento que su arquitectura solo tenía un fin: aquel de buscar nuevas “percepciones del espacio”. Curioso, esa misma pregunta nos hacía al comenzar una presentación.
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