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Columnas

Un intruso en Tlatelolco

Un intruso en Tlatelolco

23 junio, 2013
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria

En una visita reciente al Centro Cultural Universitario de Tlatelolco me topé con un intruso (arquitectónico). Asistí a la presentación del libro La elipsis arquitectónica, escrito por Ruth Estévez y Javier Toscano que tuvo lugar en la terraza posterior del edificio que proyectaron Pedro Ramírez Vázquez y Rafael Mijares como Secretaría de Relaciones Exteriores en 1964, reconvertido en museo de sitio en años recientes. Este baluarte de la modernidad moderna -que conforma la plaza de la Tres Culturas junto al templo de Santiago de Tlatelolco y los restos arqueológicos de la ciudad prehispánica de Nonoalco-Tlatelolco- ha quedado pasmado como sus construcciones vecinas. Un pasmo que deja en estado de paréntesis -sorprendidos por un flash fotográfico virtual- congelando a la iglesia cerrada y de espaldas, a la ciudad prehispánica de la cual cabe adivinar su glorioso pasado, y al bastión del International Style ladeado para siempre. Mal momento para tres grandes actores, aunque de estar en forma no habría lugar para todos. En este contexto acrónico -a medio camino entre el cementerio de edificios y el museo de momentos gloriosos- apareció un nuevo actor. Donde había una modesta caseta de acceso a la zona arqueológica del Templo Mayor de Tlatelolco, en la esquina de contacto con el conjunto museístico universitario, apareció una casa. A todas luces se trata de una residencia familiar de dos niveles con todos los signos de los tiempos actuales del estilo minimalista región 4, es decir, un paralelepípedo blanco –una caja, para ser mas claros- con absurdos ventanales orientados a sur, unas aspilleras verticales y horizontales (según la RAE: aberturas largas y estrechas que sirven para disparar por ellas) y una terraza para la habitación principal del nivel superior que libera una sombra sobre la extensión exterior de la sala. Más allá de las irrelevantes cuestiones de estilo, que sin duda delatan la autoría de algún arquitecto, hay que reconocer que la casa tiene un jardín envidiable.

Pero para sorpresa de los asistentes a la presentación del mencionado libro (todos ellos dispuestos a rentar la residencia minimalista algún fin de semana en régimen de tiempo compartido) la elipsis arquitectónica fue el descubrir que tan aparatosa construcción seguía siendo la caseta de entrada a las ruinas. ¿Qué nos perdimos? Seguramente alguien reclamó unos baños para la exigua y discreta caseta original, que cumplía su función transparente y no competía en el desfile arquitectónico. Seguramente alguien quiso también una bodega, pues siempre se juntan trastes. Seguramente -ya puestos- alguien pidió una oficina para los cuidadores, pues a veces las inclemencias del tiempo requieren de un cobijo digo de los funcionarios custodios. Seguramente -ya qué- a alguien se le ocurrió que pudiera albergar un pequeño museo de sitio para informar a los visitantes del glorioso pasado arqueológico. Y en este proceso progresivo de devaluación permanente de valores, seguramente alguna autoridad aunó todo el programa para encargar el proyecto a algún arquitecto, quien a su vez, seguramente, hizo lo que mejor supo hacer.

En Tlatelolco, donde Mario Pani proyectó una nueva colonia para 100,000 habitantes que fue el paradigma de la modernidad acrítica y tardía conformada por altos bloques lineales, iguales a otros tantos de las periferias metropolitanas del planeta, se dio el parteaguas de la arquitectura mexicana y el declive de la modernidad. Y fue en su centro, en la plaza de las Tres Culturas, donde un día de octubre de 1968 se rompió el hilo que articuló la historia de México, con una matanza indiscriminada que acabó con las manifestaciones del descontento popular. Ahí, recién, apareció un intruso. No hay peor enemigo de la inteligencia que las buenas intenciones desidiosas.

Y para estar a la altura de la historia, en este espacio cargado de tanto significado, que celebra los sacrificios prehispánicos, la pérdida de libertades y la defunción de la modernidad, no hay más remedio que eliminar al intruso para recuperar la belleza metafísica de este paisaje artificial profanado.

tlatelolco@miqadria

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