Espacios para la vida: Entre Alchichica y Litibú
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¡Felices fiestas!
13 junio, 2023
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
Con dedicatoria especial a mi padre, quien finalmente se ha ido a descansar eternamente al lado de mi mamá, a inicios de este año.
Nos quedamos enmarcando una imagen, la del Cuadrángulo de las Monjas visto desde la escalinata que asciende por el basamento denominado Pirámide del Adivino en su lado poniente. Recordamos que, en esta imagen, los cuatro edificios del cuadrángulo parecieran escalonarse en espiral, generando coincidencias perspectivas entre sus escalinatas, su cuerpo bajo y su friso. Desde ahí utilizando la trampa de la telefoto, nos acercamos hacia el otro conjunto monumental, en la zona sur de la ruinosa ciudad: La Pirámide Mayor y el denominado Templo de las Palomas. En la imagen presentada, vemos un fragmento de este último, entrecortado abajo por la vegetación, y a su vez, a partir de la crestería (peculiar elemento aquí en celosía que remata algunas edificaciones mayas y que, en este caso, dio a quien le puso el nombre popular con el que lo conocemos, apariencia de palomar) entrecortando rítmicamente la línea que limita la llanura selvática con el cielo.
Para llegar es necesario bajar de la pirámide del adivino, y atravesar la gran plaza donde se encuentra el juego de pelota. Algunas relaciones se repiten, pues tocamos puntos similares en nuestro paso, así que no reiteraremos, otras con nuevos desmontes, no han podido ser lo suficientemente analizadas a través de la lente de la cámara por mi parte, así que no están presentables. Por otra parte, la selva ha envuelto por completo el cuadrángulo que formaría el templo de las palomas, dejando solo a la vista una sección semiderruida de la galería, junto con la crestería ya descrita. Por la puerta, accederíamos a un espacio que hoy no es visitable, pues la densidad de la vegetación es demasiada, y no solo nos impide el paso, sino la vista del resto edificado, oculto bajo raíces y follaje. Aceptando la incógnita que la madre naturaleza cubre con su manto, subimos a la Pirámide Mayor, hoy por cierto también cerrada y, desde ahí, enfocamos la crestería de las palomas, que en su ruina se convierte en saeta lineal, apuntando hacia la selva baja, llana, que se extiende hasta el horizonte.
Desde la parte superior del basamento que nombramos como Pirámide Mayor, con el segmento de templo cubierto aún por vegetación, apuntamos la vista al suroriente, la selva es dueña del entorno, pero si se fijan bien mis estimadas y estimados lectores, alcanzamos a ver una silueta piramidal, no muy lejos, cuya punta enrasa exactamente con el horizonte lejano ¿cuántas más relaciones de este tipo nos habrá regalado la urbe antes de su decadencia y abandono?
Ahora volteamos desde ese mismo punto, al vértice nororiente del basamento que forma la Pirámide Mayor. Justo en la diagonal, se encuentra esbelta la Pirámide del Adivino. Si usted observa detenidamente, su último segmento antes del edificio propio del templo, coincide con la lejana línea de horizonte, de tal forma que la edificación que corresponde al sitio donde se dialoga con de la deidad, recorta su silueta en el espacio etéreo del cielo.
A la derecha, la geometría del Palacio del Gobernador en relación con todo el conjunto, apunta claramente e intensificada por la perspectiva, una vez más a la Pirámide, y la línea que marca el encuentro entre el muro bajo y austero del Palacio y su friso labrado, si la continuamos imaginariamente, coincide con el cuerpo principal del basamento piramidal que conocemos como el Adivino.
A la izquierda, una secuencia de planos nos muestra primero el Templo de las Tortugas, cuyo techo se encuadra con el basamento donde se desplanta el Palacio del Gobernador si trazamos con regla imaginaria una línea horizontal entre ellos. Tras él, los volúmenes del Cuadrángulo de las Monjas se traslapan entre sí, como desplazamientos en el espacio tiempo del propio Templo de las Tortugas, hasta encontrar en sus juegos lineales donde la curvatura de la tierra nos encuentra con el cielo que, este juego de desplazamientos visuales, acentúan la horizontalidad del paisaje y se convierten en el pentagrama donde el volumen del Adivino escribe una breve, pero al mismo tiempo eterna melodía.
El relato terminará breve, como deben ser las despedidas, en este caso, de este extenuantemente bello sitio. A nuestro paso, mientras las y los demás visitantes aceleran para salir, nuestras piernas se niegan a una retirada en tromba. Se detienen y observan aquellos volúmenes de reciente reconstrucción, envidiosas de las y los profesionales que se ocupan de ello, sabiendo que tienen el tiempo del trabajo ahí en sus manos mientras que, nosotros dependemos de la fugacidad de nuestra agenda turística. Pero brevemente la vista ya entrenada observa al paso, nuevas relaciones, coincidencias de geometría, de perspectiva y si la vida nos da permiso, imaginamos la posibilidad de regresar a revisarlas con más calma. Mascarones en las esquinas, cañas de piedra, el fragmento de un arco falso, la magnanimidad de la escalinata oriente en el Adivino, y la enigmática puerta que da al oriente, y que forma un pasaje mágico hacia poniente para que, durante los equinoccios, pase el sol de la mañana hacia el horizonte donde dormirá más tarde, y el de la tarde, hacia donde se asomará renovando la luz, al día siguiente.
Así dejamos Uxmal, como me enseñó a verlo mi padre.
Yo por lo pronto, no me despido, espero me permitan entrar a su espacio, en próximos relatos.
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