José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
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3 abril, 2020
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
La retórica del activismo ambiental ocasionalmente representa a las técnicas e instrumentos de la tecnología como lo que llevó al planeta a la crisis en la que se encuentra actualmente, mientras que la iniciativa privada y los intereses gubernamentales cooptan mediante sus recursos a la investigación científica, dirigiéndola hacia agendas contrarias a las de las decisiones que pueden tomarse democrática y colectivamente. El binarismo de la discusión genera la pregunta obvia: ¿qué se puede hacer? “La gente que sufre de fatiga apocalíptica o la que cree que es inevitable un futuro nada promisorio, tal vez tengan menos incentivos para hacer el trabajo duro para la transformación socioecológica”, dice Holly Jean Buck en su ensayo “On the Possibilities of a Charming Anthropocene”. Para la diseñadora y geógrafa, el reto no es el de plantear soluciones para atender necesidades ecológicas desentendiéndose de las implicaciones políticas. La crisis climática es, para Buck, un tiempo que demanda nuevos marcos no sólo para la acción, sino también para el pensamiento. En el mismo ensayo, apunta: “¿Este deseo de inventar un nombre para esta nueva época ecológica confía en la incapacidad de inventar una nueva época cultural o económica? ‘Era de la Información’ parece una categoría débil e inadecuada como un nombre para nuestro tiempo. Sin embargo, no sabríamos qué estamos haciendo en el Antropoceno sin la recopilación de datos ambientales. La informática ambiental figurará en la reconstrucción, la creación de ciudades, la agricultura inteligente, las redes inteligentes y otras prácticas relacionales.” En resumen, la crisis climática no es una situación en la que el inciso A es mejor que el B: es necesario complejizar las herramientas.
En 2019, Holly Jean Buck publicó en la editorial Verso Books el libro After Geoengineering, Climate Tragedy, Repair and Restoration, en el que difunde una práctica científica todavía en estado experimental: la geoingeniería. Buck describe una disciplina potencial, aunque compleja:
«La geoingeniería es un significante problemático que tiene que entenderse junto a otros conceptos. Básicamente, dos características que definen mejor la geoingeniería como una intervención al sistema climático son a) intencionales y b) de gran escala. De esto, se derivan dos categorías generales: una consiste en generar métodos para remover carbono de la atmósfera, y así cambiar el sistema climático de manera global, reduciendo concentraciones de gases con efecto invernadero. La otra técnica que se propone es la geoingeniería solar, que se refiere al bloqueo de la luz solar para enfriar nuestra atmósfera. La principal forma con la que se busca lograr eso, y que ha sido muy discutida, es la de inyectar aerosol y otras partículas en la estratósfera para que circulen en el transcurso de un año, con el fin de construir una suerte de escudo que bloquee una pequeña fracción de radiación solar. Otra investigación que se ha desarrollado es la de provocar mayor tránsito de nubes: hacer nubes más brillantes para que puedan reflejar mejor la luz solar y que la reboten».
Estas posibilidades tecnológicas permanecen en un plano teórico, por lo que todavía no se conocen sus resultados. Incluso, Buck señala que hay técnicas que se han implementado a otras escalas distintas a la global, como el almacenamiento de carbono, y que han sido probadas por las industrias de combustibles fósiles. «La geoingeniería es para entender el hecho de que hay un sistema complejo que se puede intervenir de manera ingenieril para que, en el mejor de los casos, los resultados del cambio climático puedan ser modificados u observados con el fin de poder mejorar las intervenciones. Pero el término es incluso omitido por algunos activistas que quieren dejar de lado la perspectiva de la ingeniería o la usan como un contrapunto para describir un mejor ángulo para comprometerse con la Tierra, sea a través de una ecología de crecimiento, algo mucho más holístico. Es una forma de pensar bastante binaria».
Nuevamente, el discurso interpreta según agendas civiles o económicas el potencial de la tecnología, aunque es importante cuestionarse quién diseña y para qué diseña técnicas e instrumentos que puedan responder a las modificaciones climáticas que ha forjado la actividad humana. ¿Cómo, entonces, la discusión social puede imaginar tecnologías? Vemos que la tecnología no funciona por sí misma; la operan una diversidad de intereses que, de hecho, no han sido del todo discutidos de manera colectiva. «El cómo las tecnologías se construyen significa cosas distintas para contextos muy diferentes entre sí. No hay una receta para controlar su diseño. Creo que mi respuesta tendrá más sentido si hablo de un par de ejemplos específicos más que hablar desde la generalidad. Hay una pregunta respecto a qué tanto la flexibilidad es inherente a la tecnología. La forestación es algo a lo que se considera un proceso participativo, porque puede ser aplicada y ajustada a varios tipos de contextos locales y a través de conocimientos locales. Mientras tanto, la captura y almacenamiento de carbono, un modelo que ya ha sido pensado por los gobiernos y el cual busca responder al cambio climático, nos indica que necesitamos confiar en almacenamientos y capturar carbono a una mayor escala geológica. Es más difícil imaginar que esto pueda suceder bajo un control colectivo, local y participativo, porque la historia del almacenamiento de carbono ha sido contada por empresas de petróleo multinacionales. Por eso es mayor reto imaginar cómo una tecnología como esa —cuyo desarrollo y aplicación ya se encuentra en las manos de las industrias de combustibles fósiles— pueda ser tomada por una sociedad civil. Creo que esto da algunos puntos de partida, y algunos cuestionamientos. Uno es que mucha de la tecnología que podría servir para atender el cambio climático, en la realidad de Estados Unidos y probablemente también en la europea, es financiada por el gobierno. Aún cuando pensemos en lo que ocurre en el sector privado, mucha de su actividad es costeada con el dinero de los impuestos. Esto quiere decir que el dinero público ya tiene una partida destinada para el desarrollo de técnicas similares a la de la captura de carbono, que serían más difundidas en gobiernos que fueran progresistas. De hecho, muchas de las demandas del discurso sobre el cambio climático respecto a la tecnología piden que las mismas sean apoyadas de manera global y pública. Es un punto de vista radical, pero no es radical si comparamos el desarrollo de esas tecnologías con la proporción de la crisis. Otra cuestión que se ha discutido es la de la nacionalización de las compañías y de las tecnologías que utilizan. Pero lo que se ha explicado al público con mayor frecuencia, al menos en Estados Unidos, es que esa transición hacia lo nacional de parte de las compañías de combustibles fósiles ha sido empujada por los liberales. No creo ser una experta para decir cómo es que esto puede aplicarse al contexto mexicano, pero mi punto principal sería que hay vías para pensar la apropiación y control públicos de estas tecnologías».
La tecnología es un producto del capital. Sus mecanismos son producidos lejos de la esfera pública, además de que el conocimiento que pueda existir al respecto también es dirigido, a veces con un sesgo ideológico. Para Buck, una forma de trascender el binarismo alrededor de la tecnología es asumiendo que activistas y científicos trabajan bajo un sistema determinado, no de manera apologética o resignada, sino críticamente. «Todos vivimos bajo el capitalismo. Creo que debemos entender que hay estructuras que ya están más que formadas. Pero, pensando en los humanos que trabajan bajo este sistema, hay aspectos que reflexionar. Los científicos que están investigando las técnicas de geoingeniería y los activistas que se oponen a éstas navegan el mismo sistema. El científico tal vez se encuentre en una situación en la que, debido al efecto del neoliberalismo en las universidades, se tenga que incrementar la precariedad aún en contra de su voluntad. Necesita financiamiento filantrópico, pero también necesita generar investigación que pueda ser atractiva para otras fuentes económicas que no sean convencionales para su práctica, lo cual lleva a que la ciencia climática en su nivel más básico no esté, de hecho, en donde tenga que estar. Tal vez la ciencia tenga buenos objetivos, pero el que pueda alcanzarlos también se ve influido por las condiciones de su labor. Todo esto también aplica para el activista. Ellos también necesitan hacer que sus ideas sean atractivas para que se puedan difundir con mayor facilidad y que puedan obtener el capital social al que puedan convertir en donaciones económicas. Como humanos, estamos estancados en este sistema tan terrible, y de hecho sí hay gente que está intentando navegar lo mejor que puede. Y si bien eso es verdad, no deja de ser importante vigilar la política económica y la industria social, y tratar de entender qué estructuras y qué acciones se ponen en marcha ahí porque, de hecho, sí tienen resultados perversos».
En After Geoengineering, Buck plantea que los sistemas tecnológicos a grandes escalas producen una sociedad dividida en “expertos” y en “usuarios”. Para la autora, los mecanismos de la tecnología tendrían que “estar sujetos a un diseño público”, con el fin de volverlos más reflexivos. «Muchos de los expertos y los responsables políticos mantienen una idea del público como algo que debe ser consultado y gestionado, pero que no debe realmente incluirse. Eso es todo un reto: los expertos sólo protegen su propio territorio. Al mismo tiempo creo que hay conversaciones, provenientes de otras disciplinas, que han cambiado la narrativa. Pienso en lo que ha provocado el mundo de la tecnología: la gente ha manifestado frustración por ser instrumentalizada como meros usuarios a los que hay que vigilar: se vuelven sujetos a los que se puede controlar algorítmicamente. Por esto ya ha surgido una discusión que propone procesos más participativos mediante los cuales puede existir mayor apropiación tecnológica. Existe la posibilidad de que se dé una reacción similar ante estas divisiones entre la experticia y el público, y que esté dirigida a las políticas climáticas». Para lograr esto, Buck propone una solución clásica: fortalecer la educación, aunque no con el fin de construir una mayor conciencia climática en los estudiantes. Se requiere repensar la relación que se tiene con el clima y con todo lo que eso abarca —el aire, los océanos, la biodiversidad. El desarrollo de estas aproximaciones es nombrado por Buck como “habilidades críticas de diseño”. «Cuando planteé eso pensaba en la educación primaria y sobre cómo la tecnología ha posicionado a los estudiantes como meros usuarios, como lo es un iPad. La interface no trabaja en términos de lo que puedas crear o programar. ¿Eso qué tiene que ver con la manera en que las tecnologías están modificando el paisaje y la geografía? Creo que la educación tiene que alentar a todos los jóvenes estudiantes a pensar qué relación tienen con el paisaje y el clima desde el lugar de un diseñador. No desde un sitio heurístico o de control, sino desde una perspectiva que establezca relaciones, que sea una aproximación responsiva que implique prestarle atención a lo que está a tu alrededor, a lo ecológico y a lo que involucra a otros humanos. Tal vez sea difícil de entender un modelo educativo de esta naturaleza, puede llegar a ser tan abstracto que pareciera que utiliza más la ficción especulativa que la ciencia. Pero no es sólo el clima lo que requiere esta atención, o el diseño. Debemos también pensar en los retos por los que atravesarán los mares, o en la disminución de la actividad polinizadora o en la biodiversidad. Y en todas estas nuevas consecuencias que el antropoceno trae consigo cuando se le describe como un momento en el que hay que gestionar la crisis. ¿Qué pasaría si se le comienza a pensar más como una oportunidad para forjar y diseñar que para simplemente tomar las medidas del cambio climático? Creo que algo así debe empezar desde los inicios de la educación. Es muy difícil obtener capacidades a posteriori. Lo tendremos que hacer así de todas maneras, pero podríamos pensar también en el papel que juega la escuela».
Otra de las capacidades que Buck piensa debe alentarse es la de observar el contenido político en la crisis climática. «El futuro próximo alberga muchas posibilidades. Pero las tecnologías no dictan esas posibilidades. Uno de los temas principales es qué pasará si continuamos esta tendencia política hacia el autoritarismo, que ha provocado también el resurgimiento de la democracia y el pensamiento colectivo. Es posible pensar la eliminación de carbono y la ingeniería solar en estos dos escenarios tan distintos. Me aterra cómo un régimen autoritario pueda utilizar alguna de estas técnicas. La migración climática puede ser resuelta por la ingeniería solar, y esto puede ser usado también para los fines de un nacionalismo radical. Es un futuro perfectamente posible, considerando dónde estamos ahora. El reto es qué alternativas podemos manejar también en torno a la política. La tecnología puede ser una parte de un programa mucho más largo y que esté enfocado en la eliminación de carbono, un programa que litigue para que la eliminación de carbono sea investigada colectiva y democráticamente. Para eso se requiere más imaginación, pero es nuestra responsabilidad articular alternativas y posibles desarrollos para estas técnicas».
Una declaración lapidaria que se lee en After Geoengineering tiene que ver con la sustentabilidad: “Ser sustentable es como darle otro arreglo a las sillas de la cubierta del Titanic mientras se está hundiendo. No se hace lo suficiente como para modificar por completo nuestras relación extractivista y degenerativa con la naturaleza.” Este tiempo de crisis climática es también uno de “soluciones” que sean pensadas por la arquitectura y el diseño urbano. Para Buck, no hay otra solución más que una radical: la restauración de los entornos geográficos. Igualmente, Buck ha estudiado el discurso mediático, ya que los medios de comunicación también forman parte del imaginario sobre la crisis climática. Aquí, una conclusión:
«Los medios están muy fragmentados actualmente y es muy difícil encontrar siquiera posturas. Creo que los medios más difundidos en Estados Unidos, como el New York Times o el Washington Post, han hecho hoy un mejor trabajo que el año pasado en su cobertura sobre el cambio climático. Pero hay gente a la que no le llega la información de esas fuentes de noticias porque prefieren prestarle atención a otras. Navegar esa fragmentación mediática es todo un desafío para poder hablar de participación pública en el diseño de algo como la ingeniería solar. Seguramente el público no estará en contacto con información confiable. De hecho, creo que la mayoría de la gente no sabe sobre los procesos para remover carbono. Creo que el lenguaje en torno a la regeneración es más ambicioso en contraste con el de la sustentabilidad, que es un término bastante corporativo. Lo que nos permite hablar de restaurar el clima a un estado previo a la crisis es que estamos, de hecho, enfrentándonos al daño que se ha hecho y que no queremos proseguir. Si consideras el contexto del norte de México, y la forma en la que el delta del Río Colorado ha sido desecado por Estados Unidos, quien controla el río desde hace décadas, imaginar un delta sustentable no va más allá de señalar la historia del daño ecológico y el potencial de una futura restauración de ese ecosistema. Pero si partes de un marco que contemple la regeneración, las posibilidades de lo que se puede hacer se abren más. Los arquitectos y los diseñadores tienen un gran rol para cambiar los términos de la conversación, pero también para animar la polarización. Por ejemplo, en la región del Colorado, hay arquitectos que han visualizado cómo podrían ser la Laguna Salada y otros ecosistemas si se les devolviera el agua. Con la visualización del paisaje se puede especular una intervención hecha por humanos para restaurar ese medio ambiente. Este ejemplo es una herramienta muy poderosa para la participación pública y el compromiso colectivo. Ese puede ser un papel para arquitectos y arquitectas, y probablemente hay otros.»
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