Espacios para la vida: Entre Alchichica y Litibú
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¡Felices fiestas!
15 octubre, 2021
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
La película de celuloide no refleja colores, solo la tensión entre la luz y la sombra, donde los matices de gris se convierten en un termómetro que indica dónde se intensifica la lucha entre ellas, y dónde acuerdan un balance temporáneo.
Distinto a lo que suelo usar, aquí parece ser coherente este acercamiento con una realidad un tanto cuanto aterradora: En esta pequeña sección del planeta, la selva es un enclave de un tiempo ido que se niega a morir, donde la especie humana pareciera no reinar. Es un espejismo, pero en él, ese espacio enclavado narra su propia poesía. El sonido, es un acompañante que tristemente, no les puedo compartir en este formato, sin él, la narrativa es pobre e incompleta, así que apelaré a su memoria sonora, para llenar ese vació.
La geometría de las ramas de un helecho arborescente, dispuestas en una perfecta organización helicoidal, nos regala una apetecible sombra para contemplar el espectáculo de luz, sombra, y sonido que configura el espacio. La casi tersa superficie del río es una trampa visual, que no oculta el universo de percusiones con las que el agua y las rocas acallan en concierto constante, trinos, zumbidos, aúllos, gruñidos o cualquier otra manifestación de la fauna oculta o presente.
La falla obliga a un salto vertiginoso, que acelera el viaje del agua a una velocidad embriagadora. Al momento del salto, comienza el repiqueteo y cada gota de agua se asocia con el oxígeno para refractar la luz en miles de colores que, al ser expuestos por los rayos del sol, pintan de blanco la cascada. La sombra aparece danzando con la luz, en movimientos interminables, asimétricos y siempre, siempre distintos.
Luego las rocas y las plantas construyen un túnel. Matriz de vida y de muerte, que nos llama y nos invita a internarnos hasta donde desaparece el camino. Solo nos queda captar los fragmentos, expresiones bellas, pero frustrantemente estáticas. No, no se resuelve con un vídeo, desmerece más. Es mejor el cuadro fijo, estático, abstracto e insonoro, porque apela a otras experiencias o a la libre interpretación de ésa replicada posteriormente.
El espacio por delante y por detrás del agua, el espacio donde ésta, en su caudal que parece interminable, va tallando imperceptible pero infatigable, la arquitectura que llamamos erosión, esa arquitectura que también, imperceptible pero infatigable, se ajusta cada día un poquito, y cambia todo el tiempo, cambia para ser habitación animada.
Miro mis torpes manos, que creía hábiles para el trazo de mis ideas y me pregunto si alguna vez podrán transmitir esa arquitectura. No la arquitectura que hice antes y mal presumí, la arquitectura que quisiera hacer de ese momento mágico en adelante, para todas las especies, sin que le pertenezca a ninguna.
Unos cuantos metros afuera, la civilización global le va robando centímetros a la selva, cada día menos universo más enclave y le pregunto ¿Podrías refugiarme otro rato bajo tu sombra? El Helecho me susurra su respuesta al oído.
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