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Columnas

Un templo en busca de Dios: la remodelación de la Galería Nacional

Un templo en busca de Dios: la remodelación de la Galería Nacional

17 septiembre, 2018
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria

Tradicionalmente se celebra el coronamiento de un edificio, cuando se “cubren aguas” y el esqueleto ya conforma el resultado final. A veces, llegar a la cima supone también colgar una bandera para que la comunidad sepa que hasta ahí llegó y que lo que sigue ya no es obra negra sino cerramientos y acabados. Sin embargo, no es usual celebrar el “cubrimiento” de una obra como la Galería Nacional de Berlín, en la que hay menos edificio que cuando empezó la remodelación. Pareciera que se tomó el lema miesiano de menos es más al pie de la letra. 

Esta obra extraordinaria es un referente imprescindible de Berlín y también de la trayectoria de Mies van de Rohe. En Berlín forma parte del conjunto cultural que se llevó a cabo en los años cincuenta y sesenta, con la Filarmónica y la Biblioteca Nacional, ambas extraordinarias piezas de Hans Scharoun, y las propuestas de viviendas en Hansaviertel, en el parque de Tiergarten de los arquitectos más destacados de esa época – Alvar Aalto, Oscar Niemeyer, Walter Gropius, entre otros. Actualmente está en proceso de proyecto y construcción la última pieza del conjunto (propuesta de Herzog&deMeuron, como resultado de un concurso por invitación) que será el Museo de Arte del siglo XX y que complementará a la Galería Nacional. Ésta es una obra casi póstuma de Ludwig Mies van der Rohe que permitió reconciliar al arquitecto y su ciudad tras décadas de exilio en los Estados Unidos (si bien Mies nació en Aquisgrán en 1886, fue en Berlín donde se desarrolló profesionalmente, desde donde dirigió los últimos tiempos de la Bauhaus y donde abandonó a su esposa y a sus tres hijas). Las últimas fotos que se recuerdan de Mies son de la visita de obra en silla de ruedas, pero sin duda el proyecto de este templo para el arte lo estuvo gestando tras largos años y nace de algunos pabellones —Casa Farnsworth, Casa de 50 x 50 pies, Crown Hall del IIT, etc— que extraen la estructura hasta el perímetro para liberar toda la planta. El antecedente más claro es la sede para Bacardí en Santiago de Cuba donde igualmente una cubierta cuadrada se sostenía por ocho colosales columnas –dos en cada lado. En Cuba iba a ser todo de concreto pero la revolución frustró el edificio y la familia de roneros Bacardí que llegaron a fines de siglo XIX de Sitges a Cuba tuvieron que emigrar a Nassau, Miami y México. Y fue en México que Mies volvió a proyectar sus oficinas, pero siguiendo una tipología hibrida entre el pabellón (en corte) y la torre (en planta). Así que aquel arquitecto que insistía en que no se podía inventar una nueva arquitectura cada lunes, se quedó con el proyecto inconcluso. Hasta que llegó la Galería Nacional. Ésta es una obra platónica, perfecta: una planta cuadrada que define el techo reticular de 64.8 metros de lado, soportado por ocho columnas cruciformes de acero. Indiferente a las orientaciones, se posa sobre un basamento de travertino romano a la manera de Karl Friedrick Schinkel,  el otro gran arquitecto alemán, autor de las mejores obras del clasicismo como el Altes Museum en Berlín.  

Tras cincuenta años de vida la Galería Nacional mostraba una fatiga y un deterioro que requería cirugía mayor y tras un concurso, escogieron al “mejor arquitecto alemán del siglo XXI” que estuviera al nivel de los monstruos —Schinkel y Mies— que le antecedieron en el siglo XIX y XX: David Chipperfield. Sin duda el arquitecto británico, autor de la remodelación de la Altes Pinakothek, justo al lado del Museo Pergamon y de otros destacados edificios en Berlín, es uno de los despachos más capaces de la capital alemana. Chipperfield desarrolla sus proyectos desde las oficinas en Londres, Berlín, Milán y Shanghai. 

El gran reto para la Galería Nacional fue dejarla como era inicialmente, pero que cumpliera con las normas de seguridad, calidad, aislamiento térmico, que se requieren actualmente en Alemania y que el proyecto original no cumplía, con las consecuentes roturas de vidrios, condensaciones y filtraciones, además del empleo de materiales de poca calidad en sus interiores. Una ardua lucha de dos años para conciliar los grosores y calidades que se exigen en Alemania hoy en día, y los esbeltos y elegantes perfiles miesianos, los plafones “modernos” de la época y las efectivas alternativas actuales, y hasta la presión por redistribuir la planta inferior de acuerdo a los requerimientos contemporáneos y la resistencia por conservar cada uno de los espacios originales. La solución final fue cambiarlo todo y regresarlo exactamente al estado original, mejorar soluciones con tecnologías muy sofisticadas, sin que altere la apariencia de los elementos, las piezas, los materiales. Como en Gatopardo, se debía cambiar para que todo siguiera igual, pero mejor. Y lo que mejor se comportó con el paso del tiempo fue la esencia misma, el gran techo y las columnas de acero, que siguen casi intactos. 

Y en ese momento delicado de una obra que no se corona sino que permanece, y a la que se le extrajeron todas y cada una de las piezas de travertino del piso, de mármol verde en las paredes del patio hundido, de las cancelerías rotas que detenían vidrios planos simples, de los primeros plafones acústicos, de los baños y los muebles, en ese preciso momento antes de “volver” a poner en su lugar cada pieza mejorada, se celebró con las autoridades y los trabajadores el momento cumbre de la obra, el cenit, el final del desmontaje y el principio del montaje que se llevará a cabo en los próximos dieciocho meses. 36,000 piezas que se desarmaron, repararon y limpiaron y ya están a punto para regresar a sus lugares originales. 

Un proyecto de restauración como éste depende de los acuerdos que se lleven a cabo entre la idea original, las normativas vigentes y las autoridades. Sin duda es un caso insólito que un edificio moderno de los sesentas ya sea un monumento histórico lo cual obliga a un trato respetuoso. David Chipperfield decía que “si se hace como esperamos nuestro trabajo debería ser invisible y nadie debería detectar la diferencia entre la versión original y la renovada. Quizá exagero —añadía— pues hay que adecuar cada detalle a las normativas actuales y hemos tenido que negociar con las autoridades. Será distinto en su esencia.” Los edificios son dos cosas: como aparecen y como están hechos, como se ven y como se sienten, la apariencia y la esencia. Hay una lucha permanente entre las cualidades materiales que realmente importan: las pequeñas decisiones, la precisión de los artesanos, la atemporalidad de las soluciones.

“Mies –recuerda Chipperfield– decía que Dios está en los detalles, y ese arquitecto que realmente cambió la arquitectura, sabía que la expresión de un gran gesto debe estar soportada por la precisión del proceso constructivo, que la habilidad de las ideas es complementaria a la resolución física. La idea debe encontrar su manifestación más intensa en la materialización. Ese es el poder de Mies van der Rohe, que puede imaginar un edificio que flota como las nubes y que se ancla en la tierra, donde el orden y el caos son simultáneos. Elevando lo práctico y lo técnico —concluye Chipperfield— con el mismo rigor de las ideas de Mies, quizá podamos encontrar todavía a más Dios en sus detalles.” 

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