Los dibujos de Paul Rudolph
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27 mayo, 2023
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
La entrega de la 52° edición del premio Pritzker no podía ser mas atinada. La antigua ágora griega bajo el Partenón de Atenas fue el escenario para que Tom Pritzker colgara la medalla a David Chipperfield, y celebrara la elegancia y sentido de permanencia del nuevo miembro del Olimpo arquitectónico. Tras una breve introducción de Alejandro Aravena que reconoció la unanimidad del jurado que preside —conformado por Kasuyo Sejima, Wang Shu, Barry Bergdoll, Deborah Berke, Benedetta Tagliabue, André Aranha Corrêa do Lago y Stephen Breyer— y jugó con las palabras de la invitación al evento (black tie and snickers, de etiqueta con tennis), para referirse a la arquitectura del recién galardonado, entre lo formal y lo cómodo.
Entre leer el contexto y negociar con las circunstancias. Chipperfield agradeció la presencia de tantos otros que le precedieron, como Norman Foster, Rafael Moneo, Kasuyo Sejima, Wang Shu, Ramón Vilalta, Carme Pigem y Rafael Aranda (RCR), Yvonne Farrell y Shelley McNamara de Grafton architects, Anne Lacaton & Jean-Philippe Vassal y Francis Kéré. Habló de los cuarenta años de su carrera, resultado de colaboraciones permanentes que lo llevaron a crear oficinas en Londres, Berlín, Milán, Shanghai y Santiago de Compostela. Unas oficinas, por cierto, que operan independientemente unas de otras, con el único tronco común que es el mismo Chipperfield, quien ha propiciado una cultura del trabajo en equipo. También ha reforzado la idea que no se puede operar con autonomía creativa desde la arquitectura, sino que ésta debe responder a los intereses comunes, a la comunidad. A su vez, reivindica la necesidad de reducir el impacto de la industria de la construcción en el medio ambiente.
Chipperfield añadió que “se deben privilegiar los procesos más que la imagen resultante: el medio ambiente, la sostenibilidad y el valor social de la arquitectura. Así como la necesidad de crear nuevas relaciones con las autoridades y las administraciones públicas para hacer posibles los intereses de la comunidad. La arquitectura no debe pretender la creación de nuevas imágenes, sino proteger y cuidar el mundo que tenemos. No debemos subestimar la importancia física y espacial de la arquitectura, que es nuestra evidencia. Cuando perdemos la confianza en la substancia y la experiencia tendemos a reducir la arquitectura a una imagen.
Como arquitectos gozamos de una posición de privilegio y responsabilidad como para preguntarnos cómo nuestros proyectos contribuyen más allá de cumplir con el programa. Cada proyecto es una oportunidad para involucrar a nuestros clientes para que asuman estas responsabilidades con nosotros, los arquitectos.” Para Chipperfield el arquitecto debe ser tan conservador como progresista. La arquitectura tiene mucho que conservar. Y al mismo tiempo debe ser progresista e imaginar el futuro con optimismo. El arquitecto debe ser una combinación ambivalente entre dos fuerzas.
Si en Gran Bretaña todavía está pendiente el proyecto que haga la diferencia (a pesar de la exquisita rehabilitación y extensión de la Royal Academy of Arts), David Chipperfield se ha convertido en los últimos años en el arquitecto “alemán“ mas destacado, después de Karl Friedrich Schinkel y Ludwig Mies van der Rohe, con sus intervenciones de gran calado como el Neues Museum o la imperceptible rehabilitación de la Nationalgallerie miesiana.
En Corea realizó el edificio corporativo Amorepacific que transformó la imagen de Seúl y, en México, el Museo Jumex sigue siendo una de las mejores obras de este siglo (junto con la biblioteca Vasconcelos que le ganó Alberto Kalach en el duelo final del concurso internacional más serio e interesante de las últimas décadas). Con obras destacadas en todo el mundo, y que pocos meses atrás ganó el concurso para la ampliación del Museo de Arqueología de Atenas, era urgente la inclusión de Chipperfield en esta lista de referencia que tantos reclamábamos cada año. Y ya cubiertas las cuotas —sin duda necesarias— de las últimas ediciones, finalmente el premio recayó en este británico flemático y culto. Y no podía hallar mejor espacio para celebrarlo que la Stoa helénica y milenaria, cuya reconstrucción comenzó en 1953 —año en que nació Chipperfield— y que bien pudiera haber proyectado él mismo, tanto por la sobriedad como por su vocación cívica y austera, lejos de tendencias y modas.
A sus 70 años, Chipperfield se declaró “abrumado” al recibir la noticia. “Como arquitectos podemos tener un papel más destacado y comprometido en la creación no sólo de un mundo más hermoso sino también más justo y más sostenible. Debemos estar a la altura de este desafío y ayudar a la próxima generación a aceptar esta responsabilidad con visión y coraje”, señaló en unas declaraciones recientes. Es el premio a una arquitectura equilibrada, sin estridencias. Su estilo es definido por el jurado como “sutil pero poderoso; es un arquitecto prolífico que es radical en su moderación, demostrando su reverencia por la historia y la cultura”.
Felicidades David.
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