La selva domesticada
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20 febrero, 2013
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
El murciélago de Bacardí voló de una cabaña fundacional a los mejores edificios de la modernidad. La exposición “Building Bacardí: Architecture, Art & Identity” en el Coral Gables Museum de Florida, mostró la historia edilicia de esta compañía fundada en Santiago de Cuba en 1862, y que pasó de ser una modesta industria destiladora local de ron a una industria global. La exposición, curada por el arquitecto Allan T. Schulman, se organizó cronológicamente siguiendo las etapas como destiladora regional, icono cubano y, finalmente, compañía transnacional. A lo largo de sus 150 años, la empresa ronera confió en el diseño moderno para proyectar una imagen de progreso, desde su sede déco en La Habana, sus campus en El Caribe, el paradigmático edificio de oficinas proyectado en Santiago por Mies van de Rohe, y posteriormente el pabellón construido en México por él mismo, así como las plantas industriales que construyó Félix Candela, también en México.
El atávico murciélago del logo, recuerda la primera bodega donde Facundo Bacardí –un inmigrante catalán nacido en Sitges– fundió las materias primas cubanas con la tecnología para elaborar un alcohol refinado y transparente que revolucionó la industria. Pero no fue hasta la llegada del tercer presidente de la compañía (José María) Pepín Bosch que se inició la expansión internacional dejando de lado la identidad cubana. Primero, en 1954 encargó una casa a Henry Klumb, discípulo de Frank Lloyd Wright, y dos años después Philip Johnson le diseñó una casa en la playa de Varadero, que no se llegó a construir. Simultáneamente, tras visitar el Crown Hall en el IIT de Chicago, le encargó a Mies las oficinas centrales de la compañía en Santiago de Cuba. El edificio debía conmemorar el centenario de la fundación de la compañía: “mi ideal –decía Bosch– es un gran espacio transparente sin compartimentar, donde directivos y empleados se vean unos a otros”.
El pabellón que propuso Mies enfatizaba la universalidad, la transparencia y el orden, coincidiendo con los principios corporativos que Barcardí pretendía transmitir a su creciente público global. El nuevo templo del ron iba a ser una gran sala libre subdividida por unos muros bajos de mármol, bajo una gran cubierta soportada por sólo ocho columnas de concreto, que se expandía más allá de la sala, para lidiar con el sol caribeño. Si bien este pabellón, de inspiración clásica y tecnología ambiciosa, se frustró con la revolución cubana, su impacto mediático añadió cierto estatus cultural a Bacardí y se convirtió en un prototipo para la Galería Nacional de Berlín que construyó en 1968, una versión expandida con estructura de acero.
En México, entre 1955 y 1962, Bacardí construyó dos grandes centros: en la Galarza, cerca de Puebla, una planta de fermentación y destilación donde unos cascarones diseñados por Félix Candela dialogan con una antigua hacienda del siglo XVII, y en Tultitlán, Estado de México, donde Candela y Mies orquestan uno de los mejores conjuntos de la arquitectura moderna absoluta. Félix Candela diseñó cubiertas abovedadas, paraguas, planos doblados y paraboloides hiperbólicos, inspirados en la terminal aérea en St. Louis Missouri de Minoru Yamasaki. Mies realizó las oficinas sin regresar a su propuesta inicial para Cuba. Con un prisma rectangular y un espacio a doble altura central, incursionó en una formulación más clásica a base de estructura de acero pintada de negro, vidrios teñidos de gris y pisos de travertino. En realidad propuso un híbrido entre sus tipologías canónicas de torre y pabellón. Discretamente separadas de las líricas formas de concreto de las naves de embotellado, estas oficinas se posan sobre el jardín paralelo a la autopista que conecta con la capital mexicana, desde su singularidad platónica y abstracta que refleja a la perfección su espíritu corporativo.
La exposición termina con las últimas obras de la compañía en Miami: la torre de oficinas proyectada por Enrique Gutiérrez en 1963, donde cuatro columnas de acero soportan un musculoso edificio enmarcado por los murales de azulejos laterales que diseñó Francisco Brennend en 1972, con motivos orgánicos en azul sobre blanco; y el anexo en forma de seta que proyectó Ignacio Carrera-Justiz en 1973, así como los vitrales de colores diseñados por el artista Johannes Maria Dietz. Esta modesta exposición a base de planos y maquetas, recapituló un itinerario arquitectónico que pocas empresas pueden presumir –Olivetti quizá- y certifica, sin duda, su legado patrimonial.
© Coral Gables Museum
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