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Limites de una (dis)función (I)

Limites de una (dis)función (I)

7 diciembre, 2014
por Arquine

por Fernando Reséndiz / @xolotltzcuintli

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Límite universal

Entendamos a “la Ciudad” como un organismo en movimiento, objeto que se transforma mediante un conjunto de elementos contiguos determinados por si misma. Lugar democrático, donde los grupos que la habitan, constituyen el control absoluto de su evolución, su continuidad histórica y cultural. Para comprender la ciudad, su morfología y sus desarrollos urbanos, siempre estarán presentes los valores de cambio del suelo y la interacción entre clases sociales, siempre segregando a las más vulnerables. Son estos los que con su movimiento e interacciones, o un choque entre clases dentro de un territorio, van construyendo las fronteras de la ciudad.

Las clases sociales vulnerables, las cuales suelen ser desplazadas a la periferia por las clases más dominantes, económicamente hablando, demarcan a las civilizaciones que crean ciudades excluyentes, ya que es esta población segregada, la que desarrolla a través del tiempo, los equipamientos urbanos, espacios de dispersión y algunas veces hasta las calles, provocando que el capitalismo se beneficie de las transformaciones realizadas por esta comunidad. Estas construcciones sobrepasan el espacio físico y político, ya que también van creando y constituyen culturas específicas, las cuales se desenvuelven en dicho territorio con fronteras sutiles dentro del mismo. Toda esta diversidad cultural que se ha logrado a lo largo de la historia, tanto en lo urbanístico, como en lo arquitectónico, surge de una búsqueda de modificar el entorno a condiciones que sean favorables para la permanencia humana; por lo tanto, no se puede mantener como algo estático la construcción de una cultura, sus espacios políticos y físicos, al contrario, sería pertinente analizar lo que resulta conveniente para los contextos actuales y las sociedades urbanas contemporáneas, para no perder de vista la finalidad de estas transformaciones, en las cuales hay que permitir el habitus a toda costa, como ese derecho humano básico que representa; ya que los humanos desempeñan dos funciones principales -o hablan, o habitan-’ recordando a Heidegger. Somos seres sociales; necesitamos convivir con familiares y otras comunidades. Necesitamos un espacio para desarrollar la vida privada y que a la vez nos permita convivir con otras personas, para así crecer como individuos. En estas comunidades establecidas, las casas juegan un papel muy importante, son el objeto de deseo en donde todas estas cosas pasan: donde experimentamos la seguridad física, psicológica, social y emocional que necesitamos para progresar.

El hogar pudiera estar en la ciudad, en los suburbios, en el bosque o en el desierto, pero siempre tienen comunes denominadores que constituyen un género, un objeto arquitectónico que le da refugio al humano, dónde se puede concebir la relación intrínseca entre tres factores que la componen: el sujeto, el espacio y el tiempo. Una cultura material que durante el tiempo ha concretado un símbolo con una función especifica. Esta relación tripartita, enfocados a los usos de una casa habitación, nos remite a la idea de contar en todos los casos con: un usuario común, que habita cierto objeto, inmerso en un lugar especifico, en un lapso de tiempo determinado.

El espacio público posee características de habitabilidad, lugares dónde la sociedad y los habitantes de las ciudades no se vean afectados por los factores implicantes en su derecho de tránsito libre en el espacio compartido, el espacio de todos. Por un lado, existe una privatización de este espacio por parte del capitalismo, y se contrapone lo mismo desde la visión de los actores sociales. Es decir, el punto de vista que se tiene al habitar en el territorio común y su relación cultural.

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