La casona y la semilla
La casona Hace mucho que no escuchaba hablar de Francesca Gargallo (1956-2022). Recordaba con vaguedad la vez que vino a [...]
20 diciembre, 2022
por Alfonso Fierro
Foto de la cuenta de Instagram de Darío Alarcón.
En colaboración con Darío Alarcón Naforo
Íbamos en la moto muy rápido por los kilómetros, camino a CIHTACOYD. Era uno de mis últimos días en Leticia. Ya para entonces nos habíamos dado por vencidos de encontrar a Sandra. Las reservas cerraron sus puertas y las caminatas con Pelacho por el kilómetro 11 no dieron resultado. En la moto, Darío y yo hablábamos del skate. Me contaba que la primera vez que vio una patineta fue en casa del Doctor Silva, un médico que llegó a Leticia de otro lado y se especializó en toxicología. Mantenía en su casa una colección abundante de serpientes, de las que extraía el veneno para estudiarlo. Una tarde, Darío se metió a robar zapotes y lo que le llamó la atención fue una patineta. Luego la vio otra vez en MTV, pero no fue sino hasta mucho tiempo después que por fin pudo hacerse de una tabla. Resultó un buen patinador. En su cuarto tenía un par de premios colgados por ahí y ahora era considerado un veterano en Leticia. Me dijo que patinaría hasta que el cuerpo se lo prohibiera.
–Saco mucho de las cosas que tengo guardadas.
Hace tiempo que el asfalto de los kilómetros se había vuelto tierra. En algún punto, el camino simplemente se terminó frente a la selva. Ahí estacionamos la moto y nos internamos por una trocha ancha que Darío llamaba el “camino nuevo.”
Darío es colaborador de Valeria y estudiante de biología en la Universidad Nacional de Colombia. Es de Leticia. Cuando no está estudiando en Bogotá, Darío toma fotografías de animales que se encuentra en la selva, sobre todo herpetos. En su cuenta de instagram (@dario.alarcon) lleva este minucioso registro de especies, donde a menudo complementa la clasificación científica con el conocimiento tradicional sobre ciertos animales. En el cabildo ya lo conocen como Culebrero. Él y su madre Maritza se involucraron en el proceso del cabildo desde el inicio, en el primer mambeadero que surgió en Leticia. Eventualmente, los abuelos le encomendaron la tarea de filmar una serie de videos en los que se explicara el proceso político de asentamiento a partir del cual se formó esta comunidad, el Cabildo Indígena Herederos de Tabaco, Coca y Yuca Dulce.
Una media hora después, dimos con un claro en la selva. Esparcidas entre las chagras de yuca y coca había pequeñas casas de madera. Estábamos en el cabildo. Mientras dábamos la vuelta, Darío me contó el proceso de asentamiento. Primero era socavar, limpiar las plantas rasas y pequeños árboles. Después venía la tumba de los árboles más altos, que se dejaban secar para posteriormente quemarse, un proceso que nutría la tierra y permitía la siembra de la chagra. Finalmente venía la construcción, que empezaba por la maloca a la cual nos acercábamos lentamente.
Un gallo atravesaba la cancha de tierra muy tranquilo. Desde afuera, la maloca era una estructura circular de madera con un techo de hojas y una chimenea en el vértice para expulsar del interior el humo y el aire caliente. Por adentro, la maloca era una sombra refrescante, algunas hamacas, los pensadores donde se sientan los abuelos en la noche. Darío sirvió dos vasos de agua. Yo le pregunté por qué le habían encargado a él los videos.
–Me vieron un potencial donde no había –dijo, riéndose. No sabía nada de videos. Fue un reto. Pero un reto bonito.
En los videos, la cámara le da la palabra a varios habitantes del cabildo, que conversan mientras llevan a cabo sus tareas diarias. “Nosotros venimos de una tradición oral” me explicó Darío, de ahí la lógica de los videos. Las voces reconstruyen a coro la joven historia del cabildo. Cuentan que empezó como una idea de tres mujeres, a partir de la cual se formaron reuniones entre personas de pueblos Murui, Miraña, Okaina y Bora que, por diversas razones –trabajo, educación, violencia–, se tuvieron que desplazar a Leticia, el centro urbano. Puesto que este desplazamiento es común, el cabildo desde entonces ha incorporado a miembros de quince pueblos diferentes. Eventualmente, decidieron asentarse en un territorio fuera de la ciudad. Oficialmente, donde hoy está CIHTACOYD se consideraba un terreno baldío, pero en el primer video Silvestre Teteye, gobernador del cabildo, explica: “nosotros, comprendiendo desde lo tradicional, sabemos que ninguno de los territorios están baldíos sino que están cubiertos por cada uno de estos pueblos”. Se refiere a los pueblos Yagua, Cocama y Magüta, que son las autoridades tradicionales en esta parte del Amazonas. Después de recibir su aprobación, continúa Silvestre Teteye, se sentaron para “desde el tabaco y la coca hacer la conexión con los espíritus de estos territorios solicitándoles el permiso”. Solo tras esto inició el asentamiento: la preparación del terreno, la siembra de la chagra, la presencia de la maloca y la construcción de las casas. Los últimos videos muestran las diversas maneras como los integrantes habitan el espacio, ahora que ya existe.
Salimos de la maloca y emprendimos el regreso. Darío me comentó que seguía trabajando en los videos. Dijo que le parecía importante documentar este proceso, al mismo tiempo que sentía un conflicto por estarse apartando del carácter estrictamente oral de la palabra. De cierta manera, es otra más de las negociaciones que le toca hacer a menudo: entre la biología y el conocimiento tradicional, entre la escuela y la palabra de los abuelos, entre las noches en el mambeadero y los días en la dinámica urbana de Leticia o Bogotá. CIHTACOYD había desaparecido hace mucho, apenas unos cuantos metros después de que nos internamos por la trocha. Muy rápido la selva se cerró sobre nosotros. El camino subía y bajaba por las caprichosas escaleras que las raíces de algunos árboles inventaban ante nosotros.
–No me gusta la ciudad– comentó Darío, cuando ya llegábamos a la moto.
Uno o dos días después de la visita al cabildo, nos fuimos de Leticia sin haber visto ni siquiera el más mínimo rastro de Sandra. Durante buena parte de un vuelo de dos horas a Bogotá, debajo de nosotros solamente se veía la selva, surcada por el culebreo ondulante de cientos de vertientes. No sabíamos que, unos meses más tarde, dos Sandras se aparecerían como si nada una tarde adentro de la casa de Darío.
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