Agustín Landa
Agustín Landa llegó a Monterrey en los noventas a inyectarle a la práctica profesional de esa ciudad una pasión que [...]
18 abril, 2022
por Carlos Ortíz
El 28 de junio de 1991 fue inaugurado el museo Museo de Arte Contemporáneo, MARCO, en Monterrey. Desde entonces, se convirtió en un parteaguas para la arquitectura de la ciudad, ya que logró reivindicar y visibilizar los principios que habían caracterizado a la arquitectura vernácula regional en una obra contemporánea. A partir del MARCO, aquella arquitectura —que a muchos les avergonzaba— tomó presencia en una ciudad que la quería olvidar.
Con motivo de la visita de Víctor Legorreta a Monterrey —para la inauguración de una casa del TEC diseñada por su firma—, recorrimos el camino de su despacho por la ciudad y buscamos analizar cómo sus edificios han impactado en ella. La firma Legorreta y en especial su fundador, Ricardo Legorreta, tiene una relación intensa e interesante con Monterrey, específicamente desde los años ochenta del siglo pasado. Su primer proyecto fue un Centro Financiero Banamex, en 1982. Un edificio muy adecuado a la escala de la calzada del Valle. Víctor Legorreta —que visitó la obra siendo adolescente y acompañando a su papá— recuerda que fue la época en que Banamex empezó a abrir centros de atención muy personalizada, lo que debía reflejarse en su arquitectura. La fachada estaba inspirada en una tarjeta perforada para computadora —tecnología que pocos años después quedaría en desuso. Al entrar se descubre la relación del interior con la luz y el color que inundan los patios. Esto ocurría en un Monterrey con una influencia muy fuerte del sur de Estados Unidos. Que alguien llegara a hacer un edificio con aplanados y muros perforados por pequeñas ventanas era algo innovador.
Sin embargo, lo que marcó la diferencia fue el MARCO. Éste edificio se logró gracias a una circunstancia muy interesante en la ciudad que, en ese entonces, era un centro industrial muy fuerte con una parte cultural aún no reconocida. Se juntaron todos los empresarios bajo el liderazgo de Diego Sada y, sabiendo que no se tenía un gran interés por la cultura, decidieron hacer un museo que fuera de los mejores de México. Se convirtió en un hito de la relación de Monterrey con Ricardo Legorreta, ya que el edificio fue muy bien recibido y, además de servir como museo, se volvió el centro de reuniones de toda la sociedad de la Ciudad.
En ese tiempo, varios arquitectos locales buscaban la forma de rescatar la tradición constructiva norestense, entre ellos Adán Lozano y José Ángel Camargo. Lo hacían con cierto éxito. Pero el cambio se dio con el MARCO, una obra de gran envergadura pero contextualizada con lo local. Ubicado en la parte histórica de la ciudad, el proyecto llegó cuando empezaba a pensarse la idea de recuperar lo tradicional. El mismo esquema del museo, con su patio central, hace eco de la arquitectura regional. Víctor Legorreta recuerda que existía la intención explícita de mostrar que “no todo es Houston o Dallas”. El despacho de Legorreta quería enfatizar la identidad de la arquitectura mexicana. La exposición inaugural fue México esplendores de treinta siglos. De cierta manera, el museo y su programa de exposiciones sirvieron para reforzar el orgullo del noreste.
Cuando se terminó, nuestros profesores se quejaban de la arquitectura tan regional del edificio. Seguiría el edificio de oficinas para Diego Sada, que con su perfil triangular pretendía establecer un diálogo con las montañas que definen el paisaje de la ciudad. Víctor Legorreta participó ya activamente en este proyecto. Cuenta que el propietario quería hacer sus oficinas con un área de renta y otra para una galería. El terreno triangular les sugirió la idea de hacer algo escultórico, que además viviera lo más posible hacia el interior, con patios y corredores entre que también servían para alojar la gran cantidad de arte de la familia de Diego Sada.
Esa primera etapa de Legorreta en Monterrey es muy contextual. El edificio para la Biblioteca Magna de la Universidad Autónoma de Nuevo León, que se construyó en el parque Niños Héroes, planteó otro cambio en el manejo de los materiales acostumbrados por la firma: el ladrillo en las fachadas. La idea, de nuevo, era hacer un edificio escultórico, que entrara en el parque con sus volúmenes y llegara al lago. Víctor Legorreta explica que el ladrillo y el concreto respondían al pasado industrial de la ciudad, y que siendo una institución pública se buscó que el edificio requiriera el mínimo mantenimiento. El edificio, además de la biblioteca, contaba con un programa cultural que incluía galerías y auditorios. Los arquitectos buscaron establecer una diferencia material con el MARCO. Con el tabique también se buscaba trabajar con proveedores locales, por la gran tradición de fabricación de este material en la ciudad.
Estos edificios configuran la primera etapa del despacho de Ricardo Legorreta en Monterrey, realizados en un momento en que esa ciudad pasaba de una economía netamente industrial a otra de servicios, educación, salud y finanzas, Para Víctor Legorreta, la manera de invertir en los edificios para el banco, el museo y la biblioteca, tuvo que ver con esa sociedad intentando migrar hacia un entendimiento más amplio de la cultura. Antes de ese cambio, un visitante foráneo a Monterrey no pensaba más que en fábricas.
El Tecnológico de Monterrey jugó papel importante en dicho cambio. A principios de este siglo, todas las escuelas de graduados del TEC fueron diseñadas por Legorreta Arquitectos, en un conjunto que, de alguna manera, abrió el siglo XXI en la ciudad. La relación con el TEC nació después de que diseñaron unas residencias en la Unversidad de Stanford y se dieron cuenta que el edificio se llamaba CEMEX: lo había donado Lorenzo Zambrano. Fue éste quien pidió a Legorreta una propuesta para el EGADE del TEC. A la pregunta de cómo hacer un edificio del TEC fuera del Campus del TEC, la respuesta fue el esquema de caracol. El ITESM quería un edificio que resultara simbólico en una zona de la ciudad que apenas iniciaba su crecimiento: Valle Oriente.
Después vendría el edificio del Hotel Camino Real. En una zona complicada para los peatones, el hotel se ha convertido en una especie de remanso dentro de la terrible vida urbana de la zona de Valle Oriente. Frente a los distintos tipos de arquitectura de esa zona, la cadena hotelera tenía mucho interés en poner, en todos sentidos, su marca en Monterrey. La premisa era hacer un edificio que “se viera Camino Real”, en vertical, cuando en la Ciudad de México se identifica con el edificio, horizontal, en la calle de Mariano Escobedo. Para lograr esa imagen, utilizaron elementos —como el plafón y la fuente de la entrada— que ya identifican tanto a la marca hotelera como al despacho de arquitectos.
El Hospital Zambrano Helion es un edificio de gran tamaño. Aquí el reto fue que la firma nunca había trabajado un programa de hospital. Aliados con un despacho de especialistas en esa tipología de los Estados Unidos, buscaron que el edificio no fuera “frío”, sino que tuviera un ambiente acogedor, que ayudara a la recuperación del paciente. Que haya quien lo vea más como un hotel que como un hospital es, para Victor Legorreta, un logro.
En 1993, la oficina de Ricardo Legorreta diseñó una casa para el conocido sorteo del TEC. Se decía que era la casa que menos boletos había vendido. Quizá porque en aquél momento la arquitectura residencial de Monterrey seguía los modelos de la arquitectura comercial de Houston, Dallas o San Antonio. Para Victor Legorreta —que recién terminó el proyecto de otra casa para el mismo sorteo—, hay una labor educativa y hasta experimental en ese programa que encarga a autores reconocidos el diseño de las casas que se sortean, permitiendo que el público conozca distintas soluciones formales a un mismo problema y aprecie las bondades del diseño.
Agustín Landa llegó a Monterrey en los noventas a inyectarle a la práctica profesional de esa ciudad una pasión que [...]