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¡Felices fiestas!
26 noviembre, 2013
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
Recientemente el estudio holandés OMA anunció la finalización del que hasta ahora sería su último edificio pero cuyo desarrollo ha sido extremadamente longevo para la oficina. El proyecto data de 1997 pero hasta 2009 no comenzó a ejecutarse, momento en el que el propio Rem Koolhaas, manifestando su siempre oportuno discurso, se cuestionaba si después de tantos años el proyecto original seguía siendo válido. Ahora y después de 4 años de desarrollo, De Rotterdam se parece mucho al primer proyecto original. A lo largo de esta semana el edificio ha sido la noticia de la semana sobre arquitectura en todos los medios internacionales, exponiendo, casi de forma unánime, su carácter mastodóntico a través únicamente de datos duros: que “mide 150 metros de altura”; que son “160.000 metros cuadrados de cemento y cristal”; que “ocupa el área de un campo de fútbol y pesa 230,000 toneladas”; que han trabajado “4,500 personas”; que ha supuesto un coste de “375 millones de euros”; o que está formado por “240 apartamentos; un hotel con 285 habitaciones” y que dará trabajo a “2,000 empleados”.
Datos que casi todos los medios han repetido, como si sólo hubieran copiado la hoja de prensa. Es curioso, aunque bastante común, que cuando un gobierno o una empresa presenta, con gran orgullo, un nuevo edificio recurre siempre a datos duros. Datos incuestionables. Números que intentan dar buena cuenta del esfuerzo que ha supuesto la inversión, como si sólo eso fuera suficiente, aún sin haber puesto en carga el edificio y sin saber si ha funcionado. Quizás porque es muy pronto y, antes de que cualquier cosa pueda fallar, es mejor mostrarse fuerte, de sacar músculo, de modo que, como ha manifestado el mismo arquitecto, suponga “un pequeño triunfo de la persistencia de la ciudad, de los promotores y los arquitectos”. Pero el edificio de Rem Koolhaas, como gran parte de su obra, no puede ser vista de forma exclusiva en ‘número gordos’. Al mirar la imagen del nuevo edificio, uno puede observar algunas cosas que lo hacen interesante desde el punto de vista arquitectónico y urbano: tres torres se desplazan, entrecruzan y mueven sobre un enorme pedestal en un aparente alarde contra la gravedad. Pese al peso –esas 230,000 toneladas – se muestra gráciles: “A pesar de su aparente solidez, los bloques del edificio crean una apariencia de constante cambio, diferente de cualquier otra parte de la ciudad”.
Si seguimos mirando, a poco que se rasca en la superficialidad de las fotografías se pueden reconocer con facilidad antiguos proyectos del arquitecto holandés como el Ayuntamiento de La Haya, nunca construido. Pero es en especial uno de sus primeros proyectos en papel, realizado en 1972, unos años antes de publicar su célebre Delirious New York, el que mejor se manifiesta como antecedente de este último proyecto. En La ciudad del globo cautivo –una exploración formal de Nueva York en lo que todavía son sólo intuiciones para Koolhaas– una retícula contiene distintas propuestas erigidas sobre un enorme pedestal. El dibujo expone distintas soluciones al problema de la arquitectura, donde “cada ciencia o manía tiene su propia parcela”. Se reconoce a Le Corbusier, a Dalí, al architekton de Malevich o a la geometría de Superstudio. “Todas estas instituciones juntas forman una enorme incubadora del mundo” decía RK. El rascacielos, continua, es un mundo dentro del mismo mundo. Condición que se desarrolla a través de una “doble desarticulación de lobotomía y cisma”. Esto es, separando la imagen exterior del uso interior. Así, la imagen del edificio puede ser cualquiera pero no da cuenta de lo que ocurre dentro, resolviendo el clásico conflicto entre forma y función en “una ciudad donde los monolitos permanentes celebran la inestabilidad metropolitana”. El rascacielos de Koolhaas puede tener cualquier forma y contener en su interior cualquier uso, hasta el mundo mismo.
Desplazándonos de nuevo al presente los elementos vuelven a aparecer. Las inestables torres suponen un libre ejercicio formal que descansa sobre una enorme base a modo de pedestal, y cuya imagen de conjunto nunca nos expone el uso mixto del programa. Un edificio que es todo imagen urbana, que hace imagen de ciudad. Un mastodonte que contendrá la vida de quienes lo habiten. Tal vez una manera de decir que estamos ante un mundo dentro del mundo. O quizás ‘De Rotterdam’, como se ha apuntado, sea sólo un proyecto que atiende al capital y a la especulación; un proyecto enorme que parece renegar de lo urbano (gritando fuck the context); o más bien un ejercicio de ida y vuelta del arquitecto con 41 años de diferencia. Quizás es todo o nada. Pero seguro Rem Koolhaas podrá inventar algo y reescribirse a sí mismo como ya haya hecho tantas veces.
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