4 junio, 2021
por Pablo Valdés
Una versión de este texto se publicó en Coolhunter MX.
La pornografía es, antes que nada, un producto comercial y, por lo tanto, fabricado para ser vendido y disfrutado. Pero no siempre ha sido solamente eso.
Tenemos las piezas del siglo XVI como La Cortesana y Sonetos Lujuriosos de Pietro Aretino —una colección de grabados de posiciones sexuales y sonetos alusivos al sexo—, las cuales empleaban a la pornografía para atacar las perversiones de los clérigos y de la corte. Fueron prohibidas, por supuesto, por la iglesia católica, que ordenó su destrucción; también, por supuesto, se conservan hoy en día. La pornografía era utilizada para representar un mundo al revés, con valores opuestos a los que imperaban en la sociedad. Algo así como un buen carnaval. Era considerada perversa, irreverente e incendiaria —hoy en día, cuando mucho se considerará perversa. Y siempre ha acompañado a cualquier innovación tecnológica: la imprenta, la fotografía, el video, las videollamadas. En 1840, un año después de la aparición del daguerrotipo, comenzaron a producirse fotografías eróticas, y 40 años después se popularizaron las tarjetas postales eróticas, con tecnologías más baratas y reproducibles.
En los Estados Unidos, la primera revista que publicó desnudos, mucho antes que Playboy, fue National Geographic. Alrededor de 1905 —cuando comenzaron a publicar fotografías en su revista mensual— no eran considerados pornográficos por el hecho de que sus sujetos eran indígenas o negros, exóticos, portando algunas prendas propias de su cultura. (Hoy en día todavía es debatible su consideración como pornografía: ¿es pornografía si algunas personas la utilizan como fuente de placer sexual, a pesar de que las mujeres retratadas no visten de forma provocadora en su propia cultura?).
Los filmes eróticos y pornográficos también comenzaron a producirse a la par de la invención del cine, y se exhibieron en México desde principios del siglo XX. Desde el año 1899 ya se realizaban “proyecciones sólo para hombres” en Puebla, Guadalajara y el Distrito Federal: cortometrajes producidos en Europa de mujeres con poca ropa en escenas de abrazos y besos, lo que causo gran controversia y censura en tiempos de Porfirio Díaz.
Y como todo lo censurado, el interés por este cine aumentó. En 1905, Arturo Alturraza —pionero en la producción y edición de material pornográfico en México—, consiguió una cámara —que muy probablemente obtuvo directamente de los hermanos Lumière, quienes visitaron México en 1896—, se convirtió en el primer productor de pornografía a nivel nacional, de una manera muy cuestionable e ilegal: grabando a parejas en los hoteles de paso en Puebla para obtener películas que editaba y proyectaba él mismo en el cinema Venecia, que estaba en la calle de la Santa Veracruz, detrás del Palacio de Bellas Artes.
La Filmoteca de la UNAM tiene en su acervo 41 cortometrajes de esa época con una duración de entre uno y 20 minutos cada uno, que recuperó a partir de investigaciones, donativos o compras a coleccionistas. Algunos incluso fueron descubiertos en el sótano de un viejo cine de la ciudad. Los más antiguos, por ahí de las décadas del 10 y del 20 —la primera película de ficción mexicana data de 1907—, son El sueño de Fray Vergazo —mostrando asombrosamente una escena homosexual– y Las Muchachas. Escenas explícitas de sexo a 20 cuadros por segundo, mudas, y con cartelitos entre escenas con frases como: “Qué hermosa eres” o “Qué ricos senos”. Todas se exhibieron en lugares clandestinos, burdeles o casas de citas, y destinados a un público con cierto nivel económico.
Con el tiempo se instalaron más salas de cine dedicadas especialmente a la pornografía, casi todas ellas en el centro histórico de la Ciudad de México. De ellas se mantienen hoy en día dos salas emblemáticas: el Savoy y el Cine Venus, para los que incluso existe un tour voyeurista guiado.
Historia diminuta de la clasificación XXX
La clasificación X —por eXplícito— fue introducida por la Motion Picture Association of America en 1973 (un año después de Garganta Profunda), para proteger a los productores de los censores. La “X” enfatizaba el contenido sexual de las películas, dirigidas específicamente a un público adulto. Tiempo después apareció la clasificación “XXX” para denominar a las cintas hardcore, lo que fue cambiando de significado con el tiempo.
Actualmente, la producción porno en México se limita en su mayoría a grabaciones clandestinas en moteles —siguiendo la tradición infame de Alturraz—, y se distribuyen en puestos de piratería o por Internet. La gran excepción, como en muchos casos, es el cine porno LGBTQ+. Tenemos por un lado a la productora de pornografía lésbica Exxxpose Producciones, con títulos como Platillos Voladores (2000) u Obsesión Oscura (2001), que buscan reivindicar el placer femenino sobre su propio cuerpo:
“Es tiempo de hacer valer el derecho de toda mujer a sentir su sexualidad sin culpa ni remordimiento y de hacerlo como quiera, cuando quiera, sin que la estereotipen como una puta o ninfómana”
Helena Morán, fundadora de Exxxpose Producciones.
En el mercado gay está Mecos Films, que produjo un gran éxito del cine porno: La Putiza (2004). Con temática de lucha libre y un costo de 500 mil pesos, recibió dos premios en el Festival de Cine Porno de Barcelona. Todo en su producción fue original: desde el concepto hasta la musicalización, y fue aderezada con efectos especiales en la postproducción.
Cabarets y téibols
El primer cabaret, el legendario Le Chat Noir, abrió sus puertas en 1881, con un aire bohemio y artístico que desafiaba la moralidad de la época. Uno de sus espectáculos más conocidos fue el “Teatro de sombras”, aunque hasta nuestros días lo que recordamos es el “can-can”. El modelo tuvo éxito y se esparció por muchos países. Su antecedente en México fue el teatro de carpa, de donde salieron actores como Tin-Tan o Cantinflas. Unos de los más importantes cabarets que marcaron toda una época fue el Salón México. Se encontraba en las calles de El Pensador Mexicano, y presentaba lo más popular del entretenimiento (como sigue ocurriendo en Las Vegas, por ejemplo). De ahí salió el actor y bailarín Resortes. Otro muy famoso fue el Salón Los Ángeles.
El téibol y el estriptís llegaron como novedad para la vida nocturna en 1987, cuando abrió sus puertas el Tabares, en Acapulco, cuando las noches de cabaret entraron en declive. Su ambiente permisivo ofertaba menores de edad y la prostitución de las bailarinas era parte de la noche. Pocos años más tarde, llegaría a la Ciudad de México, convirtiéndose en una forma subrepticia de ejercer la prostitución. Sus instalaciones siempre se han visto relacionadas con el narcotráfico, el robo de tarjetas, las cuentas dobles, la corrupción y la violencia, policial y/o del crimen organizado. Y es un gran negocio: a principios de los dos mil había más de cuatrocientos centros en la Ciudad de México, en donde una chica podía ganar entre 120 y 140 mil pesos mensuales.
En estos centros, se descubre lo más sangriento del comercio sexual: la regulación tiene sus riesgos, y también la prohibición. Cuando cerraron muchos téibols en la Ciudad de México, a inicios del 2000, lo hicieron a punta de violencia policial contra todos los trabajadores y bailarinas. El poder otorgado a los policías, de prohibir o permitir, desemboca en una brutalidad que no da lugar a matices. Y la regulación mal encauzada puede simplemente permitir la trata de blancas, el abuso policial o patronal, y todo al amparo de una moralidad cristiana que esconde al tiempo que permite. En todo caso, el campo de lucha es la propiedad y el goce sobre el cuerpo femenino.
La lucha contra la pornografía tiene desde su origen dos frentes que uno pensaría irreconciliables: el movimiento conservador, que promueve ciertos valores familiares de pureza religiosa, y el movimiento feminista. Como se menciona en The Porning of America: The Rise of Porn Culture, What It Means, and Where We Go from Her: “Muchas feministas estaban consternadas, especialmente durante las audiencias de Indianápolis, que las autonombradas ‘feministas militantes’ estuvieran hombro con hombro con figuras religiosas conservadoras que se posicionaban firmemente en contra de la pornografía—pero también en contra del aborto”.
En los años 50, en Estados Unidos, el principal argumento del panel del senador Kefauver, un grupo ultraconservador que lideraba la campaña contra la delincuencia, era que la pornografía, en todas sus formas, llevaría a los hombres jóvenes a la homosexualidad y al sadomasoquismo. En la década de los años 70, el movimiento feminista se hizo cargo de la lucha en contra de la pornografía apoyándose en los mismos postulados, concibiendo a la pornografía como una herramienta que deshumaniza y subyuga a las mujeres, bajo la consigna “la pornografía es la teoría, la violación es la práctica”.
Tanto la lucha contra la pornografía como la lucha contra el trabajo sexual ha tenido una larga historia y un debate arduo e inconcluso, que no se detallará aquí. Sin embargo, esta lucha contrasta visiblemente con el camino que ha tomado el colectivo lgbtq+: consciente de que su sexualidad era ilegal en muchos lugares y continúa siendo considerada inmoral en casi todos, retomó la pornografía como un acto político, elevándolo a la categoría de arte y enorgulleciéndose en él. La sexualidad expuesta se convirtió en herramienta esencial de su activismo y su escritura, en los espacios de recreación y de lucha, como en sus inicios fue el cabaret, la literatura de Sade, los sonetos de Aretino: lo obsceno, inmoral y liberador. Hoy en día, el fenómeno porno ha cambiado radicalmente, sin cambiar nunca del todo.
La hipersexualización transforma nuestra vida virtual y nuestro entorno físico, las grabaciones sin consentimiento en los hoteles de Tlalpan ahora son pornovenganza y packs, y los téibols y las salas de cine ahora son sesiones en vivo por Only Fans, pero continúan existiendo las salas de cine porno, los téibols, las fotonovelas, los usos y los abusos, la calzada de Tlalpan y la plaza de la Merced, las visitas nocturnas a la rotonda de Insurgentes y, en mi pueblo por adopción, continúan los gays dando la vuelta a la plaza a medianoche, en busca de un nuevo encuentro sexual.