¿Un “tercer espacio”? 20 años de lugares arquitectónicos en MUTEK MX
Desde la Sala de Conciertos Tepecuícatl, en el norte de la Ciudad de México, hasta el Museo Anahuacalli, en el [...]
25 julio, 2024
por Emmanuel Islas Herrera | Instagram: @_emmanuel_islas
[Cuatro siglos de comunicaciones] Juan O’Gorman, Independencia y progreso, muro poniente; José Chávez Morado, cuatro siglos de comunicaciones, muro norte y Los mayas, muro poniente. © 2023 Estate of Juan O’Gorman / Artists Rights Society (ARS), New York. (Fotografía histórica.)
Les confieso que casi lo pasé por alto. En junio de 1955, el joven ingeniero Lino González Mercado escribió en su tesis de licenciatura dos frases que, a primeras, me parecieron extrañas y, a segundas, telúricamente reveladoras. Más culpa mía que suya, claro, por anacrónico y ocioso. En fin.
Dice Lino González: “La resistencia [como propiedad mecánica del suelo] se aprecia poniéndolo [el material seco] entre los dedos y frotándolo. Se dice del material que es muy suave, suave, medio, alto y muy alto”. Imagino a una cofradía de ingenieros sobre el balastro recién tendido de las ferrovías. Crujen sus pisadas, huele a poderosísimo engranaje recién lubricado. En los pozos a cielo abierto, donde tal vez construirán una terminal, excavaron a pico y pala para el muestreo.
—¿Cómo lo ve, inge?
—Pues yo digo que muy suave, ¿no muchachos?
¡Y ájale! Uno de ellos registra en su diario de campo la resistencia del subsuelo.
Líneas atrás, González Mercado admite: “Antes de los últimos 10 años, la exploración de los suelos era considerada inadecuada”. Si le preguntáramos a Lino por qué, desde su punto de vista, se consideraba inadecuada, respondería lo siguiente: “Porque los métodos empleados no habían tenido gran desarrollo.”
La tesis se llamó Estudio comparativo de la cimentación para un edificio de diez pisos, ubicado en el centro S. C. O. P [Secretaria de Comunicaciones y Obras Públicas]. destinado a hospital de dicha unidad. El proyecto de ampliación jamás se concretó. Y quizá muchos sabemos lo que sucedió 30 años después en el Centro SCOP. Pero ese, ahorita, no es el punto.
Tal vez las afirmaciones de Lino coinciden con algunas conjeturas científicas de aquellos años. La más bella: que los suelos fangosos amortiguaban las ondas sísmicas. Dicha creencia casi presupone un acto de fe. Y en donde hay fe, también magia, el destino, la lucha de la humanidad contra las fuerzas naturales que lo superan. Magia, entonces, en Mesoamérica, tierra no sólo de grandes constructores, sino también de adivinadores.
Datos duros
En 1950, un edificio en obra negra que pertenecía al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) fue permutado a la SCOP. Dos años habían pasado desde que Augusto Pérez Palacios integrara el diseño estructural para el proyecto arquitectónico del hospital que ahí construirían.
Leo lo siguiente en el artículo “Desde sus entrañas: Radiografía del Centro SCOP”, de la arquitecta Elisa Drago:
El cálculo estructural del hospital se desarrolló durante poco más de dos años, entre 1946 y 1948. Los casi 300 planos estructurales y el enorme expediente de cálculos, contenido en el AAM [Acervo de Arquitectura Mexicana] muestran lo difícil que resultaba calcular y dimensionar la cimentación con los sistemas hasta entonces conocidos y utilizados por los arquitectos calculistas.
Y enseguida, escribe:
Hay que considerar que los cálculos efectuados, además de los coeficientes por sismo, eran los vigentes en el reglamento de construcciones de 1942. Las edificaciones de concreto armado aún no habían tenido que medirse con los movimientos telúricos de gran magnitud, sino hasta 1957. Lo que llama poderosamente la atención es que los ingenieros y arquitectos de la época no hayan considerado que el tipo de terreno fangoso era un factor de riesgo para las edificaciones de gran altura en la ciudad.
La construcción del Centro SCOP finalizó en septiembre de 1954, bajo las órdenes del arquitecto Carlos Lazo. Poco después Juan O’Gorman y José Chávez Morado, junto a sus asistentes, instalaron en el conjunto 6 mil ilustres metros cuadrados de mosaicos que lo hicieron todavía más pesado sobre el suelo lacustre. Para la ejecución del nuevo proyecto de oficinas, el equipo de arquitectos e ingenieros no contempló hacer cálculos adicionales, ni pruebas anexas.
Si la resistencia del suelo se medía con los dedos y los demás estudios eran inadecuados, ¿bajo qué certezas, entonces, se cimentaban los edificios de esa época?
Más adelante, habrá una posible respuesta en doce sílabas.
De borregos y premoniciones (I)
Por supuesto que la busqué en los murales del Centro SCOP, tal vez escondida bajo el águila que asciende como un escudo de piedra, o en las vertiginosas serpientes que se encaran y se encaraman, o hundida en el turquesa profundo. En busca de magia recorrí palmo a palmo la historia prehispánica, el pasado colonial, las luchas históricas, el futuro ascendente y rectilíneo del México sostenido por una grúa…
Claro que sobreinterpreté, por culpa del maíz, y porque los mayas adivinaban con semillas. Quise ver el futuro en el pasado, como José Chávez Morado cuando plasmó la visión del suyo en el mural Cuatro siglos de comunicaciones. En Canto a la patria, de Juan O’Gorman, busqué redes de conceptos relacionados mediante metáforas. Conjuré antiguas divinidades, y creí ser el Uno y lo Múltiple; pedí contemplar el origen, la esencia oculta de todas y cada una de las cosas.
Y llegué al carnero de Guillermo Monroy en La tierra.
Todo aquí se trata del carnero y de la tierra.
Fue, supongo, el presagio.
Dice mi abuela: “Cielo aborregado, temblor asegurado”.
El mural forma parte del conjunto de composiciones que alude a los cuatro soles de la mitología mexica. Pareciera representar un mundo en armonía. Al centro, el orbe terrestre y cuatro mujeres; en los extremos, el sol y la luna. Un médico y un obrero dialogan. La paloma cruza por el Magreb en dirección a Japón. ¿Qué dirá su mensaje? A saber, si los aviones van o vienen, o si el corredor olímpico llegará alguna vez a su destino. ¿El cielo? Aborregado, casi tanto como el perfil del carnero.
El principio básico de cualquier premonición supone que todo en el cosmos está relacionado: lo aborregado, en primerísimo lugar, con los temblores; la tierra (en su múltiple significado: como elemento de la naturaleza, como el primer sol de la mitología mexica), con la vida; los temblores y terremotos, con la fatalidad y el mito del Quinto Sol. Una cosa lleva a la otra: el borrego, la tierra, el terremoto, la catástrofe.
No estoy seguro, pero creo que mi abuela practicaría la rapsodomancia, método de adivinación que obtiene información de materiales o textos específicos. Echa suertes en los petates del heptasílabo y los alejandrinos jorobados. En esencia, indaga en un signo la expresión de otro oculto, como los antiguos. En el cielo, los temblores.
—Abuela, ¿será que durante el 19 de septiembre de 1985 el cielo se estaba aborregando?
La unidad mínima, pero absoluta, de la fe
Creo que en estos tiempos modernos persiste, en lo más recóndito de la mente, un espacio reservado para un saber distinto, cuyas raíces se hunden en los abismos del pensamiento mágico. Y vuelvo a mi figuración del ingeniero: de fondo, la cuadrilla, una máquina de balancín, la cuchara de extracción.
—No se preocupen, muchachos —dice el inge, y remata después—: suelo enlodado, temblor amortiguado.
Pareciera que los ingenieros y arquitectos calculistas construyeron la ciudad sobre una sólida base de fe, en la pura convicción de lo que aún no estaba probado, en el todavía fresco mito de la ciencia y el progreso. Y donde hay fe, también fatalidad. Recuerdo haber investigado cuántos temblores registró don José Manuel de Castro Santa-Anna en su Diario de sucesos notables (1752-1754). La cifra, por supuesto, escapa a mi memoria, y no caeré de nueva cuenta en ese ocio profundo.
En cambio, consigno lo siguiente que sucedió en julio de 1753: “La mañana del 4, asistió la nobilísima ciudad a la iglesia de nuestra Señora de la Merced a la procesión de rogativa y misa, que a sus expensas se cantó al glorioso patriarca Señor San José, su patrón, jurado de temblores, para que nos liberte de ellos”. Días después, el domingo 8, salió “por la puerta que llaman del Seminario” una multitudinaria procesión tras la imagen del Santo Patriarca. Los devotos clamaban a San José para que los liberara de los temblores.
Las plegarias, a la fecha, no han sido atendidas.
Si la tradición de salvaguardar lo infraordinario hubiese continuado, el compilador habría escrito, en el Diario de sucesos notables de 1957, que durante la madrugada del 28 de julio cayó el Ángel de la Independencia, derribado por un terremoto. En voz de un periodista de la época, comparto el testimonio del compilador omnisciente: “Los bloques de bronce brillaban sobre el pasto y aún en el pavimento de forma esplendorosa, a la vista de los fanales de los autos que se habían detenido en los contornos (Héctor de Mauleón, El derrumbe de los ídolos, p. 237)”.
En septiembre de 1985, el anónimo diarista habría descrito los campamentos de fieles alrededor de la Basílica de Guadalupe, la peregrinación en marcha sobre la Calzada de los Misterios, las eclesiásticas declaraciones que recuperó Carlos Monsiváis en No sin nosotros: los días del terremoto 1985–2005 (2016): “Dios nos está diciendo: esta no es tu patria, no creas que tu país es eterno, la única patria que no terminará jamás es la del más allá. Él (Dios) nos quita la vida cuando quiere… el terremoto es para bien, no para mal”.
En el terremoto de 2017, ocurrido también un 19 de septiembre, el eterno compilador escribió, bajo el nombre de Rogelio Velázquez en “Testimonios de personas que vivieron el sismo en la CDMX” (2017): “No hay momento en que las sirenas de las ambulancias dejen de sonar. Bomberos van y vienen […] En algunos puntos los rescatistas exigen silencio total para escuchar los gritos de las personas atrapadas. Empieza a oscurecer, no hay luz”.
Por último (pero quizás no el último), el diarista hubiese consignado en septiembre de 2022: “Volvió a temblar. Muchas personas se preguntan en las calles sobre la probabilidad de que ocurran terremotos en México el 19 de septiembre”.
—¿Usted qué opina, inge?
—Pues yo digo que muy baja, ¿no?
Y alguien lo registra en su diario.
La pregunta, desde mi punto de vista, tendría que ser otra: “¿No quieres que pongamos en el té unas gotas de cognac?” (Manuel Gutiérrez Nájera, en su crónica tras el sismo de 1894.)
Datos suaves
Suceso notabilísimo que no fue anotado en ningún diario de sucesos notables: el 22 de octubre de 1749, en el momento en que pobladores de Ciudad Guzmán (Jalisco) establecieron la figura de San José en una iglesia, aconteció un fuerte sismo. Por ello lo juraron como patrono de los temblores.
De nueva cuenta, el futuro
Qué importante resultaría ir por la vida con un manual de vaticinio, y comprender en el vuelo de un gorrión las advertencias; en el aletazo de un colibrí, las amenazas; en la caída del águila, el fin de un imperio.
Tal vez podríamos anticiparnos, de una buena vez y para siempre, a la fatalidad última de los terremotos, y salvarnos. Pero bueno, ello supondría un retorno al pensamiento mágico. Y eso estaría mal visto.
En fin. Hace unos meses, el pasado 7 de enero de 2024, el muralista Guillermo Monroy cumplió sus primeros 100 años. Es (y no cabe duda de que será) el último alumno vivo de Frida Kahlo. Monroy asistió a Diego Rivera y a Juan O’Gorman en diversos proyectos. De joven, junto a sus compañeros de la escuela de artes La Esmeralda, pintaba en las pulquerías y, en general, en donde les prestaran una barda en la que practicar el fresco. Monroy dijo en una entrevista para El Sol de México: “El Centro SCOP es un trabajo tan hermoso que lo considero igual al que hicieron los antiguos mexicanos en Chichen Itzá, Mitla, Teotihuacán o Tajín. Es una planta maravillosísima que se hizo con mucho gusto y muchísimo amor, un trabajo digno de ser alabado por mexicanos y no mexicanos”.
Y quizá muchos sabemos lo que, en años recientes, ha sucedido en el centro SCOP. Al parecer el suelo no le ayudó en 1985 ni en 2017; la fe, menos, nunca. Hace unas semanas, la empresa CAV Diseño e Ingeniería concluyó, casi en su totalidad, las labores de rescate de los murales y la demolición de los edificios. Hoy, la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes (SICT) habla de su futuro como el Parque del Muralismo Mexicano.
Conforme al proyecto de rescate, la SICT construirá el Museo de Sitio Canto a la patria, nuevas oficinas de administración y el Archivo Cuatro Siglos de Comunicaciones. Sobre los nuevos edificios, la SICT propone colocar los casi 6 mil metros cuadrados de obra mural. El proyecto contempla también áreas verdes, estacionamiento, pista para corredores, senderos y jardines.
Múltiples son las exigencias, todas válidas: en esencia, que se respeten los principios de su composición mural, la macroperspectiva de conjunto, su “integración plástica” ligada a un momento y sitio de la historia nacional.
Sea como fuere, ¿qué sucederá mañana para el ya demolido centro SCOP?
¿Alguien que sepa echar suertes con semillas?
El mismísimo José Chávez Morado dejó por escrito una que otra pista, según lo recuperó la historiadora de arte Ida Rodríguez Prampolini en La crítica de arte en el siglo XX (2017): “Se puede decir que en la obra de Comunicaciones no hay criterio único [para la decoración del edificio]. Sería una falsedad, un exceso, afirmar que ésta es una obra de integración plástica. Es una colaboración, aunque muy inefectiva, en la que se logran aciertos y se comenten errores de cada parte.”
¿O tal vez surgirá a partir de esta situación algún alejandrino de oscuro origen dialectal que luego descifraremos?
De borregos y premoniciones (II)
Federico García Lorca se pasea entre luciérnagas una noche de 1936. Quiero creer que las nota cenicientas. Camina bajo el cosmos rutilante, en silencio. Aves nocturnas lo sobrevuelan. La niebla se extiende en jirones sobre la soledad del ancho paraje. Qué raro anochece en el mundo: el viento asustado, el adjetivo inexacto.
El poeta se detiene junto a una verja. Frente a él, la campiña como un blanquizal, los rastrojos apilados en mansos mogotes, el balido de un corderito que rumia hierbajos. De pronto, como desprendida de la sombra, una piara de cerdos embiste en contra suya. Intenta huir, pero no hay nada que el cordero pueda hacer para salvar su vida.
Supongo que García Lorca huye, algo confundido, de ahí. Creo que se estremece entre el repentino cobijo de la neblina, y es como si un ángel de geografía lo abrazara. El poeta aún no lo sabe, pero esa noche atestigua su propio futuro. Su asesinato dejará temblando a toda una generación.
Floromancia
La interpretación del futuro por medio de los pétalos de flores.
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