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Infraestructura utópica: la cancha de basquetbol campesina

Infraestructura utópica: la cancha de basquetbol campesina

19 mayo, 2023
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Tras un par de días de haberse abierto para prensa e invitados especiales, mañana 20 de mayo se inaugura la 18ª Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia, que en esta ocasión ha sido propuesta y dirigida por la arquitecta Lesley Lokko, llevando por tema Laboratorio de futuro, y centrándose en abordar problemáticas como el pensamiento decolonial y la necesaria decarbonificación de la economía mundial —lo que, según Lokko, no puede darse de manera separada. Lokko, nacida en Escocia hija de un médico de Ghana, también decidió centrar tanto la selección de participantes como las reflexiones que estos hacen en el continente africano.

En sus versiones relativamente recientes, el Pabellón de México ha sido resultado, no siempre memorable, de un proceso confuso que no atina a definirse como un concurso que busca a la persona que definirá tema, contenidos y manera de presentarlos —léase una curadora—, a quienes diseñarán la manera de mostrar el contenido —léase una museógrafa— o en la selección de lo que se presentará en el mismo de acuerdo a temas y criterios vagamente calcados de la propuesta veneciana, en este caso la de Lesley Lokko, por un jurado. Esta ocasión sirvió para repetir la misma receta fallida. Sin embargo, gracias en parte, probablemente, al jurado que sesionó esta vez, conformado por Elena Tudela —parte del equipo que estuvo a cargo del Pabellón de México en la pasada edición, la diseñadora Maya Segarra, la curadora Mariana Munguía, Juan Ignacio del Cueto, actual director de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México, y Lucina Jiménez López, directora general del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, resultó ganadora del concurso la propuesta titulada Infraestructura utópica: la cancha de basquetbol campesina, a cargo de un grupo interdisciplinario encabezado por la historiadora de arte Mariana Botey y APRDELESP, oficina de arquitectura fundada en el 2012 y encabezada por Guillermo González, Rodrigo Escandón, Ricardo Roxo y Manuel Bueno, cuya práctica está basada, entre otras cosas, en el registro minucioso de lo ya existente —en levantamientos arquitectónicos casi obsesivos— y la concepción del proyecto arquitectónico como el registro —en tiempo real y también casi obsesivo— del propio proceso.

 

 

En su sitio web, se presenta la propuesta para el Pabellón de México com “un espacio inmersivo basado en un fragmento (escala 1:1) del modelo expandido de la cancha de basquetbol campesina, que ha sido refuncionalizado como lugar privilegiado de encuentro para procesos polivalentes y plurivalentes de descolonización en las comunidades indígenas en México.” Y añaden:

Desde su inserción como plataforma base dentro del programa de desarrollo de las comunidades agrarias durante el periodo de repartición de tierras impulsada por la Reforma Agraria, la cancha de basquetbol rural ejemplifica de manera excepcional un proceso de transformación radical que se aleja de los lineamientos prescritos por un modelo desarrollista centralizado para dirigirse hacia un modelo de infraestructura constructivista en el cual la plancha de concreto es apropiada y convertida en el cimiento del comunalismo indígena contemporáneo. Nuestro caso de estudio sobre estas canchas de basquetbol funciona como laboratorio de investigación en el cual una serie de adecuaciones y transformaciones exceden el planteamiento inicial de una tipología pensada exclusivamente como espacio de recreación y promoción del deporte para devenir un espacio único de construcción de procesos políticos, sociales y culturales.

 

Seúgn la descripción, el proyecto se compone, además del fragmento de cancha, por un plafón de papel picado, una instalación audiovisual y una rocola descolonial y un quiosco de propaganda, diseñado por Studio Fabien Cappello y que está inspirado en la arquitectura constructivista indígena.

 

 

 

Pese a que la elección de este equipo supuso para algunas personas una buena noticia, el desarrollo de su propuesta no fue sin tropezones. Primero, a mediados del mes pasado, Mariana Botey y un grupo de artistas e investigadores que colaboraban en el proyecto, hicieron pública su preocupación de que “la integridad de las obras de arte no estaba garantizada” y el uso del presupuesto no era “transparente”. Por su parte, APRDELESP, señaló que dichos problemas se derivan de las condiciones de trabajo impuestas por el INBAL, refiriéndose tanto en la oportuna entrega de recursos como en  la gestión de un proyecto colectivo y complejo como éste. A fin de cuentas, el proyecto se ha terminado a tiempo para la inauguración de la bienal veneciana y ya se pueden ver algunas imágenes tanto del proceso de construcción como del resultado final.

 

 

 

 

 

 

Ahora habrá que esperar qué recepción pueda tener esta infraestructura utópica, que además incluye la participación de una estación de radio independiente y un ciclo de cine, en el contexto de una muestra con cientos de pabellones, saturada de información y donde, además del poco tiempo disponible para ponerle atención a cada pabellón y exposición, el flaneur arquitecctónico tiene la costumbre de determinar al primer vistazo si un pabellón merece su interés o no, bajo la premisa, a veces inconsciente pero otras razonada, de que un libro sí se puede juzgar por su portada. En ese sentido, cabría traer a la memoria un par de propuestas para el Pabellón de Chile, Monolith controversias, a cargo de Pedro Alonso y Hugo Palmarola, que lograba contar una compleja historia geopolítica y económica de muros prefabricados, industria soviética y golpes militares, con un montaje teatral y a la vez contundente; y, en el 2018, Stadium, a cargo de Alejandra Celedón, donde de nuevo una historia social y política compleja, que varias veces y de maneras distintas se hizo presente en el Estadio Nacional de Santiago, se presentaba mediante una potente maqueta diagramática del mismo estadio. No hay que dejar de lado que en el repetido éxito del pabellón chileno, además de a la buena concepción y realización, se deba en parte desde a la buen sitio que ocupan en el complejo del Arsenal, donde tiene lugar la bienal, cosa acaso de suerte o del buen ojo de los encargados de asegurarlo —cosa que no ocurrió en el caso mexicano— y, por supuesto, de la buena, clara y oportuna organización de un concurso, entendido como un proceso y no, como en el caso mexicano y pese a todas las buenas intenciones de muchas de las personas involucradas, como la publicación de una convocatoria a penas esbozada y la decisión, muchas veces problemática, tomada por un jurado.

 

 

Los meses por venir, además de poner a prueba la propuesta actual del Pabellón de México, podrán servir para que, tanto desde la gestión institucional como desde distintas perspectivas de la disciplina arquitectónica, se pueda reflexionar críticamente sobre este tema. Pues, más allá del poco alcance y la relativa importancia del caso veneciano —pese a la atención que en ciertos círculos gremiales le dediquemos, similar en algo a una premiación en Cannes o una pasarela en París—, aquí se atraviesan muchos asuntos esos sí importantes: desde la manera de gestionar proyectos arquitectónicos desde instancias públicas —incluyendo la convocatoria de concursos, pero sin limitarse a eso—, hasta las siempre complejas relaciones entre las historias, las ideas, las teorías y las ideologías, y los espacios que construimos y habitamos.

 

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