Alberto Kalach: Panorama. Maquetas para un archipiélago
Como una ciudad imaginaria, o un país o un archipiélago, así se muestran las maquetas de algunos de los proyectos [...]
2 octubre, 2019
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
En uno de los cuadernos de croquis de Álvaro Siza (Matosinhos, 1933) apuntó: “disciplina, tan poco como sea posible”. Este aforismo detonó el título In-disciplina de la extraordinaria exposición del arquitecto portugués en la Fundación Serralves de su ciudad natal, que reúne más de seis décadas de trabajo, con unos treinta proyectos producidos entre 1954 y 2019 —independientemente de si se construyeron o no—, estrictamente representados con croquis y maquetas.
Con esta iniciativa se celebran también los veinte años del Museo de Arte Contemporáneo de la Fundación Serralves —una de las obras más importantes del arquitecto— valorizando la arquitectura interior del edificio como “soporte” del propio proyecto expositivo. Como apuntan los curadores de la exposición, Nuno Grande y Carles Muro, la muestra revela las inquietudes insumisas del método creativo de Siza, siempre explorando indisciplinadamente los potenciales del contexto, del diseño y de la forma. La exposición reúne material proveniente del despacho de Álvaro Siza y del archivo que legó en vida al CCA (Canadian Centre for Architecture), así como algunos proyectos que pertenecen a fundaciones portuguesas.
Dos grandes salas reúnen cronológicamente sus proyectos, expuestos sobre sendas mesas del tamaño de cada sala, apoyadas en solo cuatro patas que coinciden con el plafón y la luz cenital. Los proyectos de 1954 a 1988 inician con las primeras obras en colaboración con Fernando Távora y sus ensayos locales en Matosinhos, destacando sus piscinas en Leça de Palmeira y su progresivo alejamiento de las obras regionalistas para inventar su propia interpretación de la posmodernidad. Con la Revolución del 1974 Siza participó en la construcción del barrio popular de Malagueira, que se convertiría en un paradigma de la vivienda social en hilera. A partir de 1980, mientras su trabajo en Portugal escaseaba, se internacionalizaron sus obras en Europa, destacando los conjuntos de vivienda social en La Haya, Holanda, y el edificio “Bonjour tristesse” en Berlín, un homenaje a la melancolía de la ciudad anterior al destierro del muro. De regreso a Oporto llevó a cabo la Escuela de Arquitectura de su ciudad, domesticando la monumentalidad al descomponer un conjunto universitario en pequeños bloques que dialogan con las mansiones decimonónicas que puntean la ribera del Río Duero. En 1988 recibió el premio Europeo Mies van Der Rohe de arquitectura contemporánea, por la agencia bancaria en Vila do Conde, y cuatro años después le sería entregado el premio Pritzker, que lo encumbraría al olimpo de la arquitectura global. No obstante su compromiso social lo llevó a recomponer el barrio del Chiado, en Lisboa, tras un trágico incendio, y a la construcción de numerosos proyectos de equipamientos públicos. Con el fin de siglo llevó a cabo el centro Gallego de Arte Contemporáneo en Santiago y el pabellón de Portugal para la Exposición Internacional de Lisboa 1998, retomando su habitual juego de tiempos y escalas –entre memoria histórica y memoria contemporánea, entre domesticidad y monumentalidad. El siglo XXI lo llevó a territorios lejanos construyendo la Fundación Iberê Camargo en Porto Alegre, Brasil, donde reinterpreta el Guggenheim de Wright en clave carioca, y museos en Corea y China que incorporan lo local y lo suyo, lo de él. De su búsqueda incesante por cruzar culturas propias y ajenas, vemos cómo Álvaro Siza toma al mundo como su “laboratorio disciplinar” que ya no es ni local, ni global, sino universal.
Esta exhaustiva muestra se complementa con las afinidades de Siza: sus libros de cabecera, las revistas donde publicó sus obras, así como los testimonios de tantos arquitectos contemporáneos (Manuel Aires Mateus, Eduardo Souto da Moura, Kasuyo Sejima, Jean-Louis Cohen, Francesco Del Co, etc.) y los registros de los fotógrafos más destacados de los últimos sesenta años. Con esta exposición se corrobora que si hay un gran arquitecto capaz de entender el lugar y construir un lenguaje propio, sutil e imprevisible, es Álvaro Siza.
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