Selva Aparicio y la memoria doméstica
Nunca antes había visto tanta expresión en una cosa inanimada, ¡y todos sabemos cuánta expresión tienen! De niña, solía quedarme [...]
6 diciembre, 2022
por Brenda Isabel Pérez
Mi casa se estaba quemando y sólo podía salvar una cosa.
Decidí salvar el fuego.
No tengo dónde vivir pero el fuego vive en mí.
Jean Cocteau
En La casa de Mango Street, Sandra Cisneros habla de la casa propia de una manera redonda, la describe material y emocionalmente “limpia como la hoja antes del poema” o “Una casa callada como la nieve”, un espacio que no sea sólo un departamento la casa de algún hombre, hace un guiño a la sostenibilidad cuando menciona que no se imagina que la casa propia de Una tenga que ser el espacio en el que se le recojan las cosas a un hombre ni a nadie. Y habla de autonomía y liberación de la mujer.
Pero, ¿Qué podría significar hacer sostenible, habitable y disfrutable un espacio?
Si la casa es vista como un conjunto de estructuras que sostienen, el hogar, en paralelo tendría que sostener la vitalidad. La casa vista como un gran trazo, como un conjunto de cosas no dichas que se acumulan ni se dejan de ver, igual que el trabajo doméstico. No es casualidad que la mayoría de vicios ocultos sean sostenidos por mujeres. En su glosario, la escritora colombofrancesa, Florence Thomas aborda a la casa de la siguiente manera:
Las mujeres todavía no tienen casa. Son casas, son lugares para los otros y las otras, albergues para el otro, para la otra, claustros para la vida, abrigos para los hijos, para las hijas, y esto las ha ocupado tanto que no han podido pensar en la suya, ni mucho menos, construirla. Mientras tanto, nunca habitan en ningún lugar. Son Habitadas. Las casa que han ocupado no fueron diseñadas ni pensadas para ellas.
Habría que pensar y cuestionar bajo qué tipos de estructuras y sostenibilidad se han codificado las casas; y sin embargo, ni Cisneros ni Thomas ven la situación de encierro de pensamiento y espacio de las mujeres como algo sin solución, por el contrario, ambas autoras deciden lanzar sus reflexiones y orientarlas a la utopía, la cual casi siempre tiene un dejo de esperanza.
Tomando como registro un poco del pasado, la arquitectura moderna menciona que es mucho más económico y mucho más funcional pensar en líneas ortogonales, en 90º grados y retículas, tramos cortos; el orden, el ritmo, la repetición y cualquier similitud simbólica o material con el cuadrado se considera estético.
Por lo tanto, es considerablemente razonable proyectar todos los espacios en los que se realizan labores de cuidado (traer comida, lavarla, cocinarla, guardarla, servirla, comerla, lavar platos, lavar ropa) en un sólo núcleo, mantenerlos cercanos. La arquitectura moderna se trata de control. ¡No descuides tus tareas, mujer!, me parece que ese es el ápice detrás de la funcionalidad. Eso pasa cuando conceptos como producción rigen el espacio, cuando la justicia de clases no apela a las mujeres. Lo que me deja pensando: ¿en qué tipo de clase nos encontramos nosotras?
En El patriarcado del salario, Silvia Federici habla del concepto moderno de la familia, de cómo fue concebida para favorecer al capitalismo, lo importante que es la reproducción para asegurar mano de obra, generaciones de obreros que puedan sostener la riqueza de unos cuantos. En uno de sus ensayos, habla de cómo fue preocupante para la sociedad de Gran Bretaña, que las mujeres fueran incluidas en el trabajo de fábricas, porque teniendo un sueldo y pudiendo comprar las cosas que pudieran pagar (techo y ocio, por ejemplo), ya no deseaban formar una familia y ser relegadas a una vivienda, estar atenidas a lo que su pareja les quisiera compartir. Claramente, la posibilidad de una emancipación de las mujeres se vería como amenaza y entonces: ¿Qué hacemos ahora?
Ellos contestan algo como: Reforzar la idea de la importancia de la familia, no darles trabajo, incluir el pensamiento binario: las mujeres sólo podemos ser buenas o malas, no hay intermedios. La buena mujer es la que se casa completamente enamorada de algún hombre trabajador, realiza labores de cuidado, destina su ocio a cualquier actividad que se extienda alrededor de la familia, por el contrario, la mala mujer es la que se encuentra en la calle, al acecho de cosas para hombres, como beber, cortarse el cabello, tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, vive lo que conlleva la vida pública y es bien sabido, que la construcción de la ciudad, de espacio público es pensado en masculino, en trabajo no feminizado (como el espacio doméstico), la política, las guerras, las protestas, los negocios. Y cuidado, que una decisión en falso o incluso, haber nacido del lado incorrecto de la moneda, puede modificar la percepción que el mundo tiene de ti 360 grados en unos minutos. ¿El divorcio? ¡condenado!
Yo no me crié dentro de un referente de familia nuclear tradicional, ni con el amor absoluto entre pareja, ni con los aparentes beneficios del Estado a mi alrededor. Tengo la sensación de una ausencia heredada, pero por el contrario, el desencanto hacia ese binarismo, lo tengo muy presente.
En El Eterno femenino, Rosario Castellanos escribe: “Lo que hace falta a una mujer para ser completa: un hijo. Un hijo que debería tener para que se continúe la estirpe, para que recaiga el apellido”, el apellido nos lo dan ellos, cualquier cónyuge trabajador (bueno, el mejor cónyuge), y cualquier otra opción milimétricamente distinta te lleva al exilio. En este esquema no caben de ninguna manera las parejas divorciadas, las madres solteras, ni las parejas lésbicas. Si eres mujer, eres culpable de encaminar tu destino, el encanto femenino consiste en orientar tu sensualidad y tus labores de cuidado para que algún hombre desee darte el amor en forma de linaje. Desde esta perspectiva, el linaje también es proyectado desde ellos.
Pienso en las cosas que hago dentro del departamento en el que vivo:
Pienso en las cosas que no hago dentro del departamento en el que vivo:
Estábamos en la primera ola (temporada) de la pandemia cuando me encontré con “Loose Woman” de Sandra Cisneros y me revitalizaba la manera en la que llamaba a ocupar los espacios; meses después llegó a mí La Casa en Mango Street, la pieza escrita en los 80, que puede ser leída como una novela o como una serie de escritura fragmentaria /microcuentos nos entreteje imágenes que contienen casa y en simultáneo, la familiaridad, el ser mujer, el deseo de una casa y el salir de ella. Porque cuando nosotras imaginamos un espacio, siempre hay que imaginar también la ruta de salida (por seguridad). Mujeres que no necesitan del acompañante masculino para ocupar el espacio público ymucho menos el espacio privado, mujeres que queman la casa para salvar el fuego. Mujeres sin amo ni Estado, ni partido, ni marido.
Lo escribo en papel y entonces el fantasma no duele tanto. Lo escribo y Mango me dice adiós algunas veces. No me retiene en sus brazos. Me pone en libertad. Un día llenaré mis maletas de libros y papel. Algún día le diré adiós a Mango. Soy demasiado fuerte para que me retenga. Un día me iré.
La Casa en Mango Street, Sandra Cisneros
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