Espacios | Los lagos de Plitvice: Naturaleza con protección sistémica
Espero que para los lectores, que hayan conocido este sitio, esta narrativa les reviva bellos recuerdos, y para quienes no [...]
2 septiembre, 2020
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
Toledo, una ciudad de capas y sobreposiciones: desde la Celtiberia, pasando por los Romanos como enlace entre Emérita Augusta y Caesaraugusta. Capital del reino hispano visigodo, fue ocupada por los musulmanes en el 711, tiene toda una travesía hasta convertirse en ciudad hegemónica, llegando a dominar a Valencia y a Córdoba antes de que, en 1085, pase nuevamente a ser parte del reino de Castilla. Alfonso VI le concede el título de Imperial.
Con la aparición del Nuevo Mundo, Toledo verá marchar poco a poco su hegemonía hacia Madrid, pero no su esplendor de mil capas que siguieron aportando en el barroco, como el Colegio Jesuita y el Templo de la Compañía.
En una abrumadora pasarela de construcciones patrimoniales, con puentes, torres, murallas, Catedral y templos católicos, monasterios, sinagogas, mezquitas, palacios… les resultará extraño que hoy platique de una casi imperceptible incisión en su ladera norte, la única que no se encuentra rodeada por el Tajo. El programa parecería trivial, incluso irrisorio y destinado a la banalidad: escaladores eléctricos, para dar acceso a turistas desde un estacionamiento de autobuses, a la ciudad.
El riesgo siempre está en esa peculiar cualidad de los arquitectos, en especial los mediáticos, por querer ser protagonistas y justo por ello, ojeando una revista por ahí del 2001, me sorprendió la publicación de esta obra.
Los Arquitectos José Antonio Martínez Lapeña y Elías Torres, de quienes conocía ya algunas otras participaciones arquitectónicas en sitios patrimoniales, peculiarmente acertadas, había decidido generar una sencilla boca de concreto, un geometrizado acceso a una caverna que libraba la muralla exterior por debajo de la misma, para después, por medio trazos en zig-zag, aparentemente caprichosos pero inteligentemente trazados en la comprensión de la topografía, generar una grieta en el paisaje de la ladera, donde sin esconderse, los escaladores eléctricos hacen un recorrido peculiar que va encontrando y perdiendo a la ciudad histórica, tanto de subida como de bajada.
Una losa de concreto en cantiléver, adopta geometrías triangulares cuyo objetivo formal pareciera ser esa sensación de caverna irregular, pero que, en el fondo, funcionan como diseño estructural para, conteniendo el espacio, soportar el trozo de cerro que descansa sobre ella continuando la ladera.
La llegada a la ciudad, patrimonio de la humanidad, es sin aspavientos, de pronto ya está uno ahí, y el evento de subir pasa a segundo término, desaparece en el paisaje, salvo que queramos ahora, emprender el descenso de regreso a la zona de autobuses, donde vuelve la experiencia a jugar al escondite y al encuentro.
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