Espacios. Memorias de una ausencia: Un paseo por espacios que evocan a quienes ya no están con nosotros.
A mi hermana Carla; mis sobrinos Andoni, Carla y Maite, Nico, Kelly y Greg. A mis amigas y amigos Alejandro, [...]
27 enero, 2021
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
Hace una semana publiqué sobre la tumba de Humayun, considerada el precedente más importante del Taj Mahal, obra cumbre de los mausoleos reales mogules.
En ambos casos, existe en la historia un cierto toque romántico, si me permiten decirlo así, ya que el romanticismo emergió como sistema de expresión, bastante después de estos monumentos; o será que, durante la época más floreciente del imperialismo inglés, era justamente el pensamiento romántico el que imperaba a la hora de construir las leyendas de los lejanos territorios que abarcaba el poderío militar y económico de la Gran Bretaña.
El caso es que la historia más conocida y la más celebrada, versa sobre la dedicación del emperador Shah Jahan, de la dinastía mougul, a mediados del siglo XVII, para construirle un gran monumento mortuorio a su amada esposa Arjumand Banyu Bagum (o Mumtaz Mahal) cuando ésta fallece tras la labor de parto de su catorceavo hijo. Un sitio remoto, una arquitectura exótica y exuberante, de inusitada belleza, perfecta manufactura y materiales preciosos, donde la pureza del mármol blanco se ve enriquecida por incrustaciones de piedras preciosas, acotada por el amor melancólico producto de la muerte de uno de los amantes, hacen indudablemente novela.
De la novela por supuesto los mitos. Quizás para una mentalidad muy occidentalizada y actual, será menos romántico el saber que no era la única esposa del emperador, aunque sí la más amada, pues para la interpretación mogul del islam, era válido tener hasta cuatro esposas amadas —¿se podía tener otras más que no fueran amadas?
Tampoco resulta demasiado novelesco el tema de que, para construir el monumento en cuestión más alguno que otro detallito en el fuerte rojo de Agra, o en el de Dehli, Jahan prácticamente dejó al reino en ruinas, por lo que sus hijos se sublevaron y terminaron condenándolo a arresto domiciliario —en otra ocasión les mostraré la pobre “casita” donde fue retenido hasta el fin de sus días—, aunque si vale para la versión novelesca, la parte en que, desde su casa-prisión, Saha pasaba los días hasta su muerte, observando desde un balcón la cúpula blanca resplandeciendo al sol, donde dormía el espíritu de su amada.
Incluso para acentuar la desmitificación, hay una versión del revisionismo hinduista, que reclama la autoría del templo a esta religión, datándola varios siglos antes, argumentando su origen en un templo de Shiva y desacreditando la labor del emperador mogul y sus arquitectos, que sólo habrían adecuado la estructura para que funcionara como tumba. No hay argumentos científicos y por el momento, no pasa en los ámbitos académicos ni por arqueología ni por genealogía, pero si refleja que al final, como suele suceder en muchos de los grandes monumentos, su origen viene más de una imposición de una cultura sobre otra, que de un bonito cuento de hadas.
Y como yo no soy nadie para quitarle la ilusión romántica a los fanáticos de este movimiento, y a los enamorados de este recinto, mejor describiré mis impresiones personales en relación con los espacios.
A diferencia de la tumba de Humayun, trazada en un eje principal oriente-poniente, aquí el eje rector es norte-sur, partiendo de la intrincada trama urbana de la Ciudad, para rematar en al río Yamuna, que ondula majestuoso sobre la planicie del valle. Al recinto amurallado, se accede por tres posibles puertas, una al sur, otra al oeste y una más al este. Trascendiendo las puertas se abre en perfecta simetría, un gran atrio rectangular. Hasta aquí, la pureza blanca que tanto hemos visto en imágenes, es solo un referente desde las vistas lejanas exteriores, y desaparece por completo dentro de este primer gran recinto, cuya cromatización corresponde más bien a la piedra roja arenisca de la región, mencionada ya en otras publicaciones.
Una puerta de mucho mayor jerarquía se alinea al eje de la puerta sur, y marca el acceso siempre en ruta norte, que dará pie al imponente jardín cuadrado que precede al monumento.
Al igual que sucede con el mausoleo de Humayún, la puerta es un “burladero” que juega al escondite con la edificación principal, ocultándola a la vista para, justo a la mitad, en el interior del umbral que forma, enmarcarla estableciendo la secuencia de escala entra luz, sombra y otra luz, aún más brillante, potenciada por el reflejo del sol en la blancura de la piedra. Sí, la orientación del eje, y la latitud de 27°10’ Norte, generan el efecto permanente, más vertical o menos vertical, de que el sol enciende al monumento —¿o será el monumento el que potencia al sol?, habría que haberle preguntado en su momento a Ustad Ahmad Lahori, el arquitecto reconocido como líder de la obra.
Pasado este punto, se abre el espacio y el verde de los jardines combinado con el azul del cielo, dan un marco cromático a la simetría perfecta del conjunto. El mausoleo se encuentra acotado a ambos lados por dos mezquitas de arenisca roja, que en sí mismas son ya toda una manifestación de monumentalidad, pero cuya posición y escala, las hacen ver como simples guardianes. Solo una de las mezquitas es funcional, la otra está para mantener la simetría.
El mausoleo en sí, es un ejemplo de focalización absoluta. El basamento rematado en sus esquinas por esbeltos minaretes, juega a la geometría cónica como una trampa visual que solo enaltece al cuerpo central, que se remata en un gran acceso arqueado cuya dimensión vertical duplica aquella de las otras perforaciones que van rompiendo la masividad del volumen. En esto, repite la composición de la tumba de Humayún, pero la sensación es mucho más poderosa. Aquí es donde los materiales juegan un papel trascendental.
Conforme nos acercamos, el universo de detalles al bajo y alto relieve, descubren poco a poco una labor titánica de todos los estratos sociales que participaron en la obra: cargadores, canteros, escultores, joyeros… no en balde Shah Jahan estuvo a punto de quebrar al reino.
Habiendo sobrevivido al colonialismo británico, no sin momentos de deterioro y riesgo, el gran monumento derivado de un colonialismo previo al anglosajón, ahora es considerado por toda la población india, como un hito propio de su arquitectura, y ha sido promulgado patrimonio de la humanidad por la ONU.
Si bien, la atracción principal es la brillante mole blanca, el conjunto nos ofrece otros espacios extraordinariamente interesantes y en otras cromatizaciones. Hay que recorrerlo todo.
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Espero que para los lectores, que hayan conocido este sitio, esta narrativa les reviva bellos recuerdos, y para quienes no [...]