Espacios. Memorias de una ausencia: Un paseo por espacios que evocan a quienes ya no están con nosotros.
A mi hermana Carla; mis sobrinos Andoni, Carla y Maite, Nico, Kelly y Greg. A mis amigas y amigos Alejandro, [...]
22 julio, 2020
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
Breve introducción. La idea de estas reflexiones comenzó durante las primeras semanas del confinamiento voluntario, derivado de la actual pandemia. Ante la incertidumbre de un futuro donde el viajar y conocer los espacios que, a lo largo de la historia, han sido cobijo de habitabilidad tanto para el ser humano como para las demás especies del planeta, decidí compartir aquellas experiencias propias e imágenes capturadas con los medios fotográficos a la mano de mi autoría, que pudieran transmitir ideas, sensaciones y percepciones del espacio. La carga va más sobre lo construido por nuestra especie, por deformación profesional, pero no faltarán entornos de naturaleza también.
Para esta primera entrega, pensé mucho qué espacio debía compartir ¿Un gran edificio monumental? ¿Alguna obra de un famoso arquitecto de la historia? ¿Nacional? ¿Internacional? Finalmente me decidí por un pequeño edificio religioso, de autor desconocido, moldeado por las manos de las personas que lo habitan como sitio para conectarse con un universo superior. Eso sí, en general, muy conocido y con unos trescientos años de veneración. Es un lugar donde se integran dos cosmovisiones para construir una nueva: Santa María Tonantzintla, en el municipio de San Andrés Cholula.
La deidad Tonantzin, en el panteón prehispánico náhuatl, está vinculada con la tierra, es la Madre Tierra, esa que nos da vida y sustento a todos los que aquí habitamos, esa que hoy tenemos tan explotada y malentendida, esa que hoy nos advierte la necesidad de un cambio y reordenación de nuestra forma de ocuparla. A la madre tierra náhuatl, se le suma la madre del cielo cristiana, por influencia directa de los franciscanos. Así, entre las dos madres, la imaginación de los indígenas cholultecas y las generaciones posteriores, en mestizaje cultural y étnico, construyeron un pequeño templo de escala rural a inicios del siglo XVIII que se siguió interviniendo por efectos de fe hasta llenar el último rincón, de un universo barroco interminable.
Los cientos de figuras antropomórficas, mezclan santos, ángeles, dioses náhuatls, sin una escala o proporción académicas, funcionando más por jerarquía interpretativa que otra cosa. Las caritas son claramente indígenas. Lo mismo sucede con los órdenes arquitectónicos de la portada del templo o del campanario: columnas salomónicas, capiteles dóricos, jónicos o corintios reinterpretados y remodelados por manos que insertan elementos propios y “nuevos” a dichos lenguajes.
El Barroco es la búsqueda del infinito, la eliminación de las contenciones estrictas, el recargamiento proveniente de la imaginación que nunca se acaba. Las expresiones barrocas van desde los acercamientos más doctos, como la obra de Borromini en Roma, hasta los más populares, como el que hoy compartimos. No es la escala lo que determina el valor de una obra, es, en palabras de José Saramago, lo que vale el espíritu.
Mientras la fe de los habitantes de Tonantzintla sea un espejo de su espíritu, el templo de Santa María les representará incontestablemente.
A mi hermana Carla; mis sobrinos Andoni, Carla y Maite, Nico, Kelly y Greg. A mis amigas y amigos Alejandro, [...]
Espero que para los lectores, que hayan conocido este sitio, esta narrativa les reviva bellos recuerdos, y para quienes no [...]