Espacios | Los lagos de Plitvice: Naturaleza con protección sistémica
Espero que para los lectores, que hayan conocido este sitio, esta narrativa les reviva bellos recuerdos, y para quienes no [...]
2 diciembre, 2020
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
En el ámbito de la arquitectura occidental, cuando se habla de los productos modernos en la India, inevitablemente nuestra formación nos remite a los grandes personajes de nuestra muy peculiar visión internacional, como Charles Edouard y Pierre Jeanerett o Louis Kahan. Sin embargo y no carente de influencias, las distintas ciudades en el subcontinente indio fueron adaptando tecnologías y lenguajes de la modernidad a su propio clima e idiosincrasia.
Visitando Amritsar, ciudad donde se encuentra el Templo Dorado de los Sij, cuyo análisis puede llenar varias páginas, el trayecto entre el espacio donde descendimos del transporte motorizado y el recinto religioso nos permitió, a los colegas que me acompañaban ya mí, deambular por una peculiar calle.
La calle (cualquier calle) representa el vínculo más directo entre lo público y lo privado, es el sistema que irriga el flujo de las personas entre estos dos universos y, por lo tanto, el espacio de contacto por excelencia. Incluso, en el aparente anonimato que las calles con preponderancia vehicular generan, el roce social existe.
En este caso, y existiendo la vehicularidad en el tránsito, la calle que refiero es predominantemente peatonal e intensamente viva. La gente va y viene, intercambia, compra, vende, se observa, saluda o vigila según el caso.
No es la calle pulcra y sanitizada que la ciudad moderna promueve con tanto ahínco —¿qué otros escalafones aumentarán ahora con la pandemia?—, la cañería es a cielo abierto —aunque eso sólo lo veo yo, o los otros extranjeros—, no hay separación entre vehículo no contaminante, vehículo contaminante y peatón, no hay ordenación para la publicidad, y aun así, no deja de ser inevitablemente moderna en su expresión.
La calle es estrecha y los edificios relativamente altos, de unos cuatro niveles prueba del requerimiento de densidad urbana, lo que permite que el espacio público este sombreado buena parte del día. En el caluroso clima tropical, se agradece la sombra. La mayoría son edificios “modernos” en términos de momento histórico, de los treintas, cuarentas y cincuentas… no traicionan su época y no traicionan su cultura. Sensacionalmente bellos.
Una curiosa tipología genera diversas interpretaciones: una galería recubierta de celosías vuela por el frente del paño de la cinta ¿será una forma de capturar la brisa que se encañona por la calle para llevar aire fresco a los interiores? ¿El ver sin ser visto? ¿El pulverizar cuando llega a penetrar el sol, la intensa luz en pequeños rayos para aminorar su impacto de calor?
El caso es que la personalidad de los edificios es arrolladora. Quizás otro tipo de ojos los vean como viejos, deteriorados, obsoletos… pero a mí me enseñaron a ver la belleza por encima de los prejuicios de la pulcritud y, en mi opinión, la experiencia india fue de sorpresa en sorpresa… un enamoramiento que no me esperaba, desde los grandes monumentos, hasta las expresiones de la vida cotidiana: un sij vistiendo su traje guerrero bajando de la bicicleta, la tienda de granos, el carrito de los plátanos. La calle, repito, es el espacio público por excelencia. No hay una sola forma de ver el mundo, no hay fórmulas, no hay recetas… La pobreza y la riqueza no dependen solamente de los “indicadores” del mundo financiero occidental. Es más complejo.
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