Espacios para la vida: Entre Alchichica y Litibú
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¡Felices fiestas!
19 marzo, 2021
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
La primera vez que visité este extraordinario sitio, como en muchas otras ocasiones narradas en esta sección, nos llevaron mis padres, a mis hermanos y a mí, en un viaje que hicimos en familia para conocer parte de los conventos del Siglo XVI en el estado de Hidalgo. Volví como estudiante dos veces más, y luego otras tantas ya como docente. En cada visita, como debe ser, el aprendizaje y la integración de lo visto crece, evoluciona, y abre caminos a la reflexión.
El acueducto se realiza entre 1554 y 1571, pero la primera gestión la realizan las autoridades indígenas de Ozumba a través de Fray Jacobo de Testera con el Emperador Carlos V hacia 1541. Cuenta la arqueóloga María Castañeda de la Paz, en un excelente artículo sobre el monumento publicado en Arqueología Mexicana, que siendo la región al noreste de la cuenca de México históricamente árida, las comunidades resolvían su manejo de agua, a través de sistemas de almacenaje con base en jagüeyes que recolectaban el producto pluvial. Para la población existente funcionaba, pero todo cambió tras la conquista, ya que los nuevos procesos de producción e intercambio económico impuestos por la dinámica del virreinato generaron un crecimiento de población fija en la región y una mayor afluencia de población flotante derivada de las rutas comerciales. Los animales de carga (inexistentes en el mundo prehispánico) y los viajeros, aumentaron el consumo de agua y produjeron una contaminación atípica en los jagüeyes, por lo que estos dejaron de ser suficientes y propicios para el consumo humano. De ahí que, en el período señalado, los gobernantes indígenas a través de los mediadores franciscanos acudieran a solicitar la anuencia del emperador para generar nuevas fuentes de abastecimiento. Por algún motivo desconocido, la primera autorización quedó congelada durante varios años.
Es en 1553 donde surge la figura de Fray Francisco de Tembleque, que toma su nombre de su lugar de origen, cerca de Toledo, España, como era costumbre entre los frailes. La zona específica donde se encuentra el acueducto corresponde a parte de la frontera actual entre el Estado de México e Hidalgo, el trayecto tiene cerca de 45 Km de largo y está considerado como la obra hidráulica más importante del Virreinato de la Nueva España. Actualmente está inscrito en la lista de Patrimonio de la Humanidad, pero ¿es solo una obra hidráulica? ¿Es Francisco de Tembleque un autor único?
De entrada, la necesidad derivada del racionalismo occidental nos mal acostumbra a buscar un autor único e individual para obras que son inevitablemente colectivas. Ese mismo racionalismo nos ha llevado a querer catalogar fragmentadamente en especialidades, ejercicios multidisciplinares y por ello, ahora nombramos al acueducto con el apelativo del mencionado fraile y lo definimos como una obra de ingeniería hidráulica exclusivamente.
Desde luego, Tembleque tiene una participación destacada ya que fue el encargado de calcular los volúmenes y presión del agua, así como de la dirección de la construcción. Pero como comenta la misma Castañeda, el trazo del recorrido fue encargado a Juan de Zarza de Agüero. En la construcción, como explica el Maestro y buen amigo, Samuel Aguilar quien ha sido parte del equipo restaurador más reciente, participaron varios grupos de artesanos indígenas con una tradición ancestral de constructores, que se especula, dejaron su marca grabada en el lugar más significativo del sistema. Por otra parte, si bien la obra resuelve el tema hidráulico, contiene una plástica sublime, ahí donde el acueducto debe salir y manifestarse al exterior para mantener el porcentaje de pendiente exacto para que el agua escurra no demasiado rápido para evitar que la fuerza de la corriente sea incontrolable y genere un empuje destructor, ni demasiado lento como para que se estanque. Es ahí donde la proporción de la estructura va más allá del simple cálculo estructural o hidráulico y se convierte en una pieza de síntesis arquitectónica. No existe una separación conceptual entre la parte técnica y la artística, esa visión surgirá un par de siglos después, durante la Ilustración.
Partiendo de los manantiales que brotan en las faldas del cono volcánico de Tecajete, la mayor parte del trayecto es subterráneo, pero como ya se ha dicho, la topografía en ciertos puntos obliga a generar “puentes” exteriores que permitan mantener una pendiente continua. En el espacio que conforma la barranca de Tepeyahualco, aparece la sección de puente más larga del sistema (hay más de una) y la que presenta la estructura más monumental.
Este puente, dibuja una línea recta en el paisaje, que se va soportando por arcos cada vez más altos, hasta llegar a una vertical de 35 metros en el punto más profundo de la cañada. Uno de los arcos de acueducto más altos del mundo, cuya dimensión hizo dudar al cronista fray Gerónimo de Mendieta, cuando visitó la obra, de las capacidades y conocimientos técnicos de Tembleque y su equipo; la inquietud expresada por Mendieta en su crónica, ha derivado la falsa leyenda de que el franciscano, hoy reconocido como higromensor y arquitecto, no era tal, y que la lucidez y cualidades de la obra, se debían más bien a una inspiración divina. Sin embargo, los diferentes estudios históricos y arqueológicos se han encargado de desmentir estas leyendas para llegar a la conclusión de que, como en muchos otros casos, se combinaron los saberes del renacimiento ibérico con los precolombinos del postclásico, donde quizá sea posible definir las aportaciones específicas de Tembleque y sus conocimientos derivados de estudios especializados durante su formación en el monasterio, pero se vuelve imposible fragmentar en especialidades, la participación del cuerpo colectivo.
Volviendo a la zona del puente, el espacio que se forma se vuelve como decía, una bella línea que tensa el paisaje definiendo el paso del apantle (canal por donde corre el agua en náhuatl) y lo zurce con el cielo a través de los arcos, cuya proporción es inusitadamente arriesgada pero comprobada en su solidez estructural por el paso de los siglos. No hay una pugna inútil entre profesiones, no es ni arquitectura, ni ingeniería civil, ni ingeniería hidráulica, es todo a la vez… tampoco hay un autor único y renombrado por más que el nombre nos refiera a un solo personaje, lo que hay, es un ejercicio social donde se comparten los saberes integralmente, por necesidad, o por obligación.
Destapando la historia de los procesos que construyen el habitar humano, encontraremos siempre que el ejercicio es colectivo, que no hay figuras principales y secundarias, que todos los participantes son autores en cierta medida y que la arquitectura no es un arte producto de la inspiración individual de un iluminado, es un arte obligatoriamente social, sea o no la obra pública.
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