Las casas en el paisaje: Alberto Ponis (1933-2024)
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¡Felices fiestas!
11 agosto, 2015
por Pablo Lazo
Proyecto de restauración de Cheonggyecheon. Seúl
El parque elevado del High Line en Nueva York y la recuperación del rio Cheonggyecheon en Seúl son dos de los más celebrados proyectos urbanos de la última década.
Ambos proyectos, uno por transformar 7 kilómetros de vías férreas abandonadas en un parque lineal diseñado in extremis; y otro por derribar un viaducto elevado y recuperar el cauce de un rio para transformarlo en un espacio accesible y de contacto con el agua; resultaron inmensamente populares entre los ciudadanos de ambas ciudades y de los críticos en todo el mundo. Los dos han servido como catalizadores urbanos. Y han surgido –en diversas ciudades– una veintena de proyectos similares que los imitan. Además, estos han abierto una nueva alternativa al urbanismo clásico, que lo han mal llamado urbanismo-paisaje (landscape urbanism) acuñado en instituciones como Harvard, la Universidad de Pensilvania y la Architectural Association de Londres.
High Line. Nueva York. © Susana González
Vamos por partes. El High Line fue un triunfo en reciclar una pieza de infraestructura abandonada en un gran jardín delicadamente diseñado. Aceptémoslo, tiene poco de parque y mucho de jardín urbano –y hasta se puede pensar que es una instalación de jardinería. El Cheonggyecheon se ha convertido en la apoteosis del futuro urbano para limpiar los cauces o ríos en las grandes ciudades y transformarlos en espacios recreativos, accesibles y con finalidades ambientalistas.
El argumento principal detrás del urbanismo-paisaje –al menos en teoría– consiste en crear un acercamiento menos de planificación y más de hacer ciudad en base a proponer grandes piezas de paisaje urbano en las cuales se incorpora la arquitectura –o la infraestructura para tal caso; y esto ha sucedido hasta cierto punto. Pero la evidencia indica –al menos en los dos ejemplos citados– que el mayor impacto ha sido económico. En todo el Meat Pack District y sus alrededores, el valor de la tierra y las propiedades han aumentado notablemente y lo mismo resulta dentro del corredor urbano de la zona sur de Seúl.
High Line. Nueva York. © Susana González
Las recientes propuestas para crear un parque elevado en Av. Chapultepec claramente evocan al High Line, pero mientras el proyecto en Manhattan es una infraestructura abandonada, la otra es una de las avenidas más transitadas en una zona céntrica de ciudad de México. Claramente este tipo de ideas –el parque en Av. Chapultepec– quieren también evocar al Efecto Bilbao. Está por ver si las autoridades del Distrito Federal apoyan la iniciativa, pero ciertamente el proyecto está muy lejos de los objetivos propuestos por el High Line. También, hace tiempo se publicó otro proyecto para recuperar el viaducto Rio Piedad –ciudad de México– y reconvertirlo en un rio abierto, incorporando espacio público en sus márgenes y un corredor de BRT (Bus Rapid Transit), eliminando parcialmente el flujo vehicular de autos privados. Todo esto a pesar de ser una de las vías de movilidad fundamentales para que esta megalópolis funcione. Quien esto escribe, apoyó la iniciativa porque promover la utilización de otro medio de transporte que no sea el auto privado ya es un gran acierto, pero hay cierta ingenuidad en la propuesta de recuperación del rio como un espacio público sin un plan de movilidad alternativo.
Estos proyectos asoman la aspiración de facto, del urbanismo-paisaje desde su comienzo: el remplazo del paradigma del urbanismo tradicional de planificación mediante calles, manzanas y plazas delineadas, por edificaciones por un nuevo concepto de ciudad en el cual la naturaleza –semi-artificial construida (horizontal y vertical)– interactúa con las edificaciones –los objetos– a modo de parques elevados, parafraseando a John Hejduk. Estos se convierten en “artefactos” urbanos que crean un entorno urbano distintivo. En esta nueva versión del paisaje, el parque viene a ser una pasarela, un deambulatorio, un largo balcón y ha dejado las formas tradicionales del jardín, de la plaza y del boulevard, entre otros; y la ciudad es el lugar para ambas especulación y demostraciones de absurda intelectualidad.
Proyecto de restauración de Cheonggyecheon. Seúl
Ciudad de México es una ciudad de plazas y parques, variando en tamaño y diseño, como la Plaza de la Constitución, la “mal” llamada Glorieta Insurgente, Chapultepec, el Bosque de Tlalpan, hasta plazas tan tradicionales como San Jacinto o Coyoacán y todas las plazas centrales de Ciudad Nezahualcóyotl –estas últimas, actualmente re-valorizadas. Todas estas han sido producto de muchos años de propuestas urbanas desde la época colonial, pasando por proyectos –sin autor– del sistema METRO o arquitectos como Mario Schjetnan, que han formado una valiosa herencia urbanística de espacio público.
Mientras el DF se densifica –en especial los corredores Reforma e Insurgentes– con oficinas especulativas y apartamentos, uno se pregunta si los parques en esta ciudad deben ser propuestos como construcciones artificiales –algunos seguramente semi-públicos– o si debiésemos enfocar todas estas ideas en desarrollar propuestas para extender y mejorar los parques y plazas existentes, y utilizar el diseño urbano como un proceso para asegurarse de que estos espacios sean realmente públicos y accesibles a toda la sociedad.
El urbanismo-paisaje es promovido en algunas instituciones académicas como una nueva teoría sobre la ciudad, como el recién terminado Taller de Capilaridades de la AA en México. Pero, en la realidad, esta teoría parece más un remedio para tapar procesos de densificación que una muestra, ya sea de paisajismo o de urbanidad.
High Line. Nueva York. © Susana González
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