15 marzo, 2022
por Arquine
El jefe de Gando, un pequeño pueblo de no más de 2,500 habitantes en Burkina Faso, envió a su hijo mayor a la escuela fuera del pueblo para que aprendiera a leer. El niño aprendió a leer y un oficio, carpintería. Después recibió una beca para un curso en Alemania, donde se quedó y estudió arquitectura. Ése es Francis Kéré, quien regresó a Gando y construyó escuelas, una biblioteca y un centro comunitario, entre otros proyectos, además de mantener su oficina en Berlín.
Cuando pensamos en el futuro a partir de o para la arquitectura, quizá lo hacemos con imágenes de la ciencia ficción, de utopías propuestas en otras épocas o de distopías que nos amenazan. Le preguntamos a Kéré cómo piensa en el futuro desde su experiencia como arquitecto global e hiperlocal que trabaja en una pequeña comunidad en un país en vías de desarrollo.
Francis Kéré (FK): La pregunta por el futuro es una de las más importantes. ¿Dónde y cómo viviremos? Pero el futuro ya está sucediendo y lo vemos:todos van a las ciudades. En el futuro, las ciudades serán muy pobladas y habrá que buscar la manera de hacerlas humanas. La probabilidad de perder el lado humano es muy alta. No sé si podemos darle la vuelta. Las ciudades son atractivas y no creo que podamos cambiar eso: que la gente vuelva al campo. Pienso que serán una mezcla entre ciencia ficción, en términos de transporte —porque habrá que mover a mucha gente y los medios actuales no lo resuelven del todo— y de cómo organizar tanta gente, y la manera de conservar el humanismo. Para mí, el humanismo es la forma de lograr que la gente esté junta sin estar dividida o aislada —en una cápsula high- tech—. Si no logramos hacer que las cosas funcionen manteniendo el humanismo, no tendremos futuro.
¿Eso tiene que ver con la forma, con los materiales, con los usos?
FK: Con todo. Debemos saber de dónde vienen los materiales y mantener cierta forma de artesanía, gente haciendo cosas, no sólo las máquinas. Usamos la tecnología para resolver muchos problemas, como la infraestructura, y para ayudar a la construcción, pero mantener el humanismo implica que la gente seguirá siendo el motor de lo que se hace, incluso en el futuro. Usaremos la tecnología apara empoderar a cada vez más gente, ya que seremos cada vez más. Por eso, en mi visión del futuro hay espacio para arquitectura como la que yo hago y habrá espacio para la comunidad. En mi visión, en el futuro seguiremos siendo capaces de tocar y los materiales tienen un peso, un color, incluso un olor.
En los países en vías de desarrollo o en regiones pobres la gente vive en dos mundos, uno tal vez al margen del desarrollo y al mismo tiempo con acceso a ciertas tecnologías. ¿Cómo ocurre eso?
FK: Necesitamos esta tecnología para estar en contacto con otra gente, lo ves incluso en las aldeas más remotas. La tecnología hace las conexiones más fuertes, pero no nos debe alejar de hacer cosas. Hay que usarla y empujarla al límite, sin dejar que nos domine. En Burkina Faso, por ejemplo, la gente explota esos recursos: tienen dos o tres tarjetas sim en sus teléfonos porque las compañías no cubren todo el territorio de la misma manera, como sucede en Europa. Su poder es no ser reducido a consumidores. En Burkina Faso, la manera en que se transfiere dinero por medio del teléfono, incluso el más primitivo, es algo que tampoco sucede en Europa, es una manera de apropiarse de la tecnología. Es una mezcla que no es ciencia ficción, es la realidad: compras una gallina, verduras, con dinero que llega por el teléfono, se lo apropian como medio. En los países desarrollados las cosas se usan y se desechan. Es una debilidad del desarrollo. En nuestros países, llamados subdesarrollados, se usa y se transforma, incluso cosas que no producen, se tiene la habilidad de abrirlas y encontrar el modo de reciclarlas. De ahí podemos aprender a producir cosas que duren más, que tengan distintos usos. Nuestro valor es crear estructuras que duran mucho. El poder de adaptarse es el futuro.
Hay quienes temen que la tecnología y el futuro nos harán a todos iguales y borrarán identidades locales.
FK: Eso es muy delicado. Espero que mantengamos el espíritu de absorber y transformar. En algunos campos es difícil. Por ejemplo, la comida. La comida rápida es barata, se consume y no se puede hacer nada con ello —no la transformas para consumirla—. Incluso genera problemas que antes no había en ciertas regiones, como la obesidad, y cambia modos de producción, antes la gente criaba en sus casas animales y producía alimento. Eso es peligroso, destruye culturas locales. Pero en otras cosas es distinto, como la moda o la música, que se adaptan a cada cultura que las transforma y se las apropia, son una mezcla. Hablo de hacer, de transformar. Si pierdes esa parte, ya no puedes recuperarla. No creo en la transmisión de uno a uno, incluso en la arquitectura. El poder de lo local, el poder de la gente, es el poder de transformar, de adaptar, de producir algo nuevo. En algunas cosas hay que resistir y decir no. Pasa lo mismo en arquitectura cuando en un país como Burkina Faso se construye un edificio y se debe pagar mucho dinero para mantenerlo a una temperatura agradable. Hay que decir no a eso. Hay que hacer cosas que tengan que ver con la cultura y el ambiente local. Necesitamos diversidad. En muchos países desarrollados se puede tener alga tecnología para mantenerlo fresco o caliente. Pero eso no puede usarse en todas partes. En regiones donde no hay electricidad, por ejemplo, aunque tuvieras el dinero para pagarla, ésa no es la solución. Si volvemos la mirada al pasado, podemos encontrar soluciones para el futuro que habíamos olvidado y debemos tener el valor de hacer eso. El camino al desarrollo no es empezar a consumir, como lo hacen los países ricos. Tenemos mucho que aprender del pasado. Por eso cada vez hay mayor interés en volver a lo fundamental en la arquitectura. Necesitamos tecnología y necesitamos esa base. Juntos funcionan, aislados no. La diversidad es lo que necesitamos.
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Extracto de la entrevista a Franis Kéré publicada en el libro Futuros (Arquine, 2017)