Habla ciudad: Santiago
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21 septiembre, 2016
por Rodrigo Díaz | Twitter: pedestre
Una amiga francesa me enseña una foto de una escuela de París en la que se puede apreciar un enjambre de patines del diablo estacionados en la entrada. Me cuenta que el paisaje es bastante común, y que los patines del diablo son tan populares como las bicicletas entre los escolares franceses. En lo personal, prefiero ir a pie a dejar a mi hija de tres años a la escuela. Son 30 minutos en que conversamos, jugamos y nos reímos, 30 minutos que aprovechamos para sumirnos en nuestros pensamientos, media hora en que no congestiono la ciudad, no contamino, y que gozo al máximo en su compañía (quiero creer que ella también lo pasa bien en el paseo). Cuando finalmente llego, mi carriola es la única en la esquina designada para su estacionamiento.
Si los escolares franceses (y los de otros países desarrollados) llegan a clases a bordo de patines del diablo y bicicletas, se debe a una multiplicidad de factores: la buena calidad del espacio público, la existencia de infraestructura adecuada para circular y estacionar, la seguridad de los trayectos y la existencia de un entorno cultural que ve con buenos ojos el transporte no motorizado. Sin embargo, la razón fundamental es una sola: la buena calidad de la educación pública, que hace que los niños estudien en la escuela de su barrio, cerca de sus casas. Si la mayoría de los viajes no sobrepasa el kilómetro de extensión, entonces será altamente probable que muchos de ellos se transiten a pie, en bicicleta o en patín del diablo. Así de simple. Un entorno compacto favorece también la implementación de sistemas de transporte público escolar, que podrán funcionar de manera muy eficiente a bordo de grandes unidades que circularán en rutas cortas. Poco tiempo gastado en desplazamientos, poco consumo de combustible, escaso aporte a la congestión vehicular.
No hay que perderse: ésta es la realidad en la mayoría de los barrios mexicanos y latinoamericanos, donde los padres —en especial las madres— llevan a sus hijos a pie o en transporte público a la escuela pública más cercana a sus hogares. Sin embargo, también será muy probable que la calidad de la educación en esa escuela sea más bien deficitaria, lo que llevará a muchos de estos padres —los que puedan pagarlo— a preferir una escuela privada. Y ahí empiezan los problemas de movilidad, ya que esta escuela no se ubicará necesariamente en el barrio, lo que se traducirá, por lo general, en grandes desplazamientos para ir a dejar o buscar a somnolientos escolares —y la división entre primarias, secundarias y preparatorias no hará más que ayudar a la multiplicación de los viajes. Valgan las cifras del DF para ilustrar el problema: allí las escuelas privadas constituyen alrededor de 20% del total de los planteles educativos. De acuerdo con datos de la Secretaría de Medio Ambiente capitalina, la mitad de sus alumnos acude a estos en un automóvil particular, que transporta en promedio a 1.3 alumnos. A la hora de entrada y salida, los vehículos utilizados para llevarlos y recogerlos representan entre 20% y 25% de los vehículos en circulación en ese momento. En otras palabras, los efectos de la mala calidad de la educación pública van mucho más allá de la deficiente formación de nuestros hijos y la profundización de la desigualdad en nuestras sociedades. También es nefasta en términos de movilidad: ocasiona desplazamientos en extremo largos y congestión. Hace que niños y padres duerman poco, caminen poco (en un país donde los índices de obesidad se disparan año tras año), e interactúen poco (el papá o la mamá estresados al volante, los niños concentrados en el videojuego del momento). El paisaje se repite: embotellamientos en las entradas de las escuelas, automóviles estacionados en las banquetas y cruceros —obstaculizando precisamente el desplazamiento de quienes llegan a pie, ruido, deterioro del entorno. El niño de hoy es el automovilista del mañana.
Algo se ha hecho para revertir la tendencia (en movilidad, que en educación el modelo sólo se profundiza). En el DF se implementa el Programa de Transporte Escolar (PROTE) que, aunque muy limitado, muestra buenos resultados. Su necesaria masificación no es fácil, ya que en escuelas pequeñas resulta más difícil el establecimiento de rutas fijas dado el reducido universo y dispersión del alumnado. Una buena manera de resolver este problema es mediante el establecimiento de programas e incentivos para el uso de auto compartido; si se logra que el promedio de estudiantes que se desplaza en coche suba de 1.3 a 2 la congestión producida por las escuelas se habrá reducido en 35%. Nada despreciable.
Una solución más sencilla es la de la masificación de los “autobuses a pie”. El sis-tema es bastante simple: se establecen rutas de acceso a las escuelas con una determinada cantidad de paraderos en los cuales, a horas predeterminadas, hay padres voluntarios, profesores y policías que guían a los grupos de niños en una caminata hacia su escuela. Como toda buena iniciativa urbana, sus impactos son múltiples y en diversos ámbitos: no sólo ayuda a descongestionar las calles cercanas a las escuelas, sino que también fomenta la creación de una cultura peatonal en los niños, favorece la adopción de mejores hábitos de conducta vial por parte de los automovilistas, significa un saludable ejercicio para niños y adultos y, más que nada, proporciona un excelente espacio para que padres e hijos puedan compartir y conocerse más, tiempo ganado en ciudades donde la convivencia familiar es cada día un bien más escaso. Todo este combo de beneficios se logra con una mínima inversión, centrada básicamente en el mejoramiento del espacio peatonal y que ponga especial énfasis en los puntos de potencial conflicto con los automovilistas. Sus beneficios los gozaría toda la ciudadanía, no sólo la población escolar.
Mala educación pública es sinónimo de movilidad deficiente. El deterioro de la primera nos tomará décadas revertirlo. En el caso de la segunda, podemos tener buenos resultados al cabo de pocos años, pero para eso hay que actuar ahora. El inicio de la solución es construir ciudades para que nuestros niños caminen más, pedaleen más.
*Texto publicado en Arquine No.65 | Espacios de aprendizaje
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