Ideas espaciales para argumentar
Me gusta pensar que la arquitectura, si se presume no sólo como actividad instrumental, sino como forma de pensamiento, produce [...]
24 julio, 2018
por Aura Cruz Aburto | twitter: @auracruzaburto | instagram: @aura_cruz_aburto | web: academia.edu
Escrito en coautoría con Anahí Ramírez
Como lo prometido es deuda, en esta emisión de “La columna de las pequeñeces” iniciaremos poniendo en crisis algunas prácticas y proyectos abanderados de “sustentabilidad” para dar cabida a la ampliación del concepto y a su respectiva crítica. Comencemos.
De la indiferencia a la ingenuidad solo hay un paso
En efecto, nuestro gremio no ha permanecido indiferente al tema de la sustentabilidad. En tiempos recientes se han realizado esfuerzos diversos que tratan de abordar las problemáticas asociadas a la carencia de esta perspectiva que, sin embargo, han adolecido de una visión un tanto simplista, posiblemente manifestación del desconocimiento de las múltiples realidades (socioculturales) de nuestro país por parte de bienintencionados arquitectos, así como de la posible carencia de diálogo interdisciplinario que añada una visión de sistemas a nuestra práctica. Veamos:
32 arquitectos: La cosa es más compleja
Hace no mucho tiempo, el INFONAVIT invitó a 32 arquitectos de renombre a diseñar 32 viviendas para cada estado del país. En su momento, este ejercicio fue un interesante avance en términos de vivienda social pues implicó un cambio de visión respecto a lo que, hasta entonces, se había venido construyendo en muchas ciudades del país como vivienda social: un mismo prototipo de casa, hecho con los mismos materiales para todas las regiones, sin importar el medio geográfico ni cultural de recepción. Asimismo, estos ejercicios de vivienda incluyeron la propuesta de “sembrados” de la vivienda en un área hipotética de 100 x 100 metros, de tal suerte que se pudiesen probar distintas lotificaciones para un problema común. En términos de sustentabilidad, las propuestas contaron con asistencia técnica para la evaluación de las viviendas utilizando herramientas medioambientales, también elaboradas por el INFONAVIT y de las más avanzadas en su tipo en México y América Latina, de manera que no sólo se considerarían aspectos compositivos y espaciales, sino el confort y la eficiencia energética, así como el uso de nuevos materiales o materiales no utilizados en la vivienda social en general.
En el proyecto impulsado por INFONAVIT podemos reconocer un intento por exceder la visión mercantilista de la vivienda social como un producto meramente económico, procurando enriquecerlo desde el punto de vista del diseño, su inserción geográfica, así como su eficiencia medioambiental; sin embargo, hay problemas más profundos que el gremio necesita enfrentar. En primer lugar, la sustentabilidad no se limita a su componente medioambiental y mucho menos se reduce a una respuesta técnica. Por lo tanto, responder al “contexto” en términos regionales es francamente insuficiente. Por ejemplo, es un poco extraña la reducción de las zonas si lo que se pretende es que la vivienda se adapte entre otras a las condiciones climáticas pues, en términos bioclimáticos, en las entidades federativas coexisten diversos climas. En términos urbanos hacer un “sembrado” en esas condiciones, fomenta una práctica común hasta el día de hoy: pensar que las nuevas construcciones de vivienda se construyen en un escenario abstracto sin condiciones preexistentes que derivan en zonas habitacionales que ignoran demandas tales como la accesibilidad, el transporte, vialidades, espacio público y servicios, además de que las propuestas no consideran la mezcla de usos o de distintos tipos de vivienda diferentes de la unifamiliar. Si bien entendemos que la propuesta fue un ejercicio teórico y que fue un parteaguas para el paradigma de la vivienda social en México, no podemos ignorar que precisamente en tanto nuevo paradigma debió tomarse en serio el hecho de que la idea de sustentabilidad requiere la conjunción compleja de al menos cuatro dimensiones: la medioambiental, la económica, la social y la cultural.
La dimensión cultural es de particular interés para esta serie de artículos, aunque yendo aún más lejos, tendríamos que decirlo: una dimensión biocultural que comprenda que la configuración de hábitat es, al fin y al cabo, un sistema vivo que entrañará la construcción de un nicho biológico, incluyendo la configuración de lo urbano, lo social, pero excediendo a las entidades que configuran este espacio de convivencia: no solo los humanos conformamos el nicho, sino la interacción que tenemos y posibilitamos con otras especies. A su vez, este complejo biológico depende en gran medida de la visibilización de todos los agentes —todas las especies y también las entidades inertes— que participan de él a partir de la cosmovisión de quien funda mundo, es decir, de la cultura, una vez más. Es por eso por lo que la dimensión cultural de la sustentabilidad no es una extensión de lo social, sino que define el marco mismo desde el cual una colectividad entiende al mundo y por medio de la cual incluye, como también excluye. Es así como, la sustentabilidad, aún en términos ambientales no es materia de ecotecnias y mediciones solamente, requiere también de una comprensión más compleja de los factores que interactúan y que, por ello, requieren ser considerados al proyectar. Subrayamos la necesidad de entender a la sustentabilidad más allá de su dimensión técnica y, sobre todo, la necesidad de ampliar la comprensión de la actividad arquitectónica como la síntesis de un ejercicio de interacción con el entorno, el clima y los elementos y seres que interactúan en el espacio de intervención, particularmente si la sustentabilidad es el motor o eje de su concepción.
Del territorio al habitante: ¿y si fuera al territorio con los habitantes?
Asimismo, en este marco nacen otras formas de abordar la sustentabilidad donde, si se piensa y habla de sustentabilidad sociocultural habría también que entender los mecanismos de participación de las comunidades sobre la conformación de su entorno. Por ejemplo, hablando a proyectos impulsados por INFONAVIT, en el caso del programa “Del territorio al habitante”, tenemos un proyecto que tuvo la virtud de abrir la convocatoria, ahora sí, de manera más específica a localidades concretas y no a entidades estatales. Algunos ejercicios incluso estudiaron los mecanismos socioculturales a través de los cuales se hace territorio en dichas geografías. Sin embargo, el ciclo no termina con el diseño o impresión de una revista, si lo que se busca es dar oportunidades a los grupos y atender un problema de muchos con el apoyo de lo expertos; resulta sorprendente que se haya considerado que “liberando” los documentos electrónicos de los proyectos éstos podrían ser replicados por las personas que así lo dispusieran, cuando en las comunidades para las que se realizaron estos proyectos, no cuentan con los medios, tecnología o conocimiento básico para entender las propuestas hechas para sus necesidades y entorno, ya no digamos dispongan de Autocad y, ¡vaya!, un plotter.
Más preguntas y menos modas
Practicar arquitectura sustentable tiene que dejar de tomarse como una moda “políticamente” correcta porque, de hecho, no es una moda. Por ello, es necesario cuestionar esta idea en sí misma, porque así es como ha rebasado sus propias limitaciones, tal como cuando apareció la dimensión cultural en sus planteamientos. A este respecto, hemos expuesto cómo considerar y trabajar con los imaginarios y las prácticas colectivas es crucial —y, por cierto, aclaremos que hablar de cultura excede por mucho la frágil idea de “alta cultura”— ya que es a través de ella como configuramos el mundo que tenemos delante, hacer CAOSMOS, dirían Deleuze y Guattari.
Sustentabilidad y actividad formadora de CAOSMOS
En la próxima emisión ahondaremos más en la dimensión cultural de la sustentabilidad, empezando por la actividad CAOSMÓTICA que considera a la perspectiva de género en la práctica de la sustentabilidad. Nos leemos pronto.
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