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Columnas

Cuerpos construidos

Cuerpos construidos

1 febrero, 2018
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

“La arquitectura era como un cuerpo y bastaba con que esta asociación se estableciera a algún nivel, más o menos verificable, para que funcionaran con eficacia los distintos parámetros ideológicos involucrados en la operación”.

Juan Antonio Ramírez, Edificios-cuerpo


The architect’s workout
. En septiembre del 2011 apareció en un foro de fisicoculturismo en línea una pregunta de un joven estudiante de arquitectura que, según se lee en sus datos personales, medía 176 centímetros de estatura, pesaba 77 kilos y tenía alrededor de 20% de grasa corporal, “dentro de los criterios —según él mismo describe— para un flaco-gordo.” D, como firma, también dice que, “como todos saben, un estudiante de arquitectura con dificultad duerme bien” y pide consejo para una rutina de ejercicio que le ayude a ponerse en forma.

Ponerse en forma: bodybuilding. La construcción del cuerpo debe tener, sin duda, algo de arquitectónico. La relación entre las proporciones del cuerpo y las de un edificio posee una larga historia en la tradición arquitectónica. Pero aquí no se trata de una relación más o menos metafórica que hace de la columna un cuerpo sino de la construcción literal del cuerpo.

 

En un texto titulado Sculpo, ergo sum, Jörg Scheller comenta que “desde principios del siglo XIX, la cultura física (aunque sería mucho más preciso traducir culture con sus dos sentidos a la vez: cultura y cultivo) ha oscilado entre los ámbitos del diseño, el arte y la política.” Scheller explica que la historia del fisicoculturismo inicia con Friedrich Ludwig Jahn, ardiente nacionalista que buscó exaltar mediante la gimnasia el amor por la patria, según se lee en Wikipedia, pero dice que un cambio radical tuvo lugar con Eugen Sandow, quien a finales del siglo XIX empezó a exhibir su propio cuerpo y no las demostraciones de fuerza física que se acostumbraban hasta entonces. Friedrich Wilhelm Müller, nombre con el que fue bautizado Sandow, nació el 2 de abril de 1867 en Königsberg, Prusia. Según escribió G. Mercer Adam en la biografía autorizada por el mismo Sandow y publicada en 1894, Sandow, on Physical Training, A Study in the Perfect Type of the Human Form, fue “un niño saludable y bien formado, pero no había aun nada del prodigio que sería, ni física ni mentalmente.” Eso sí, desde temprana edad tuvo “el natural y saludable deseo de distinguirse.”

A los 15 años era delgado y no particularmente fuerte, pero apasionado por el atletismo y el circo, algo que no era bien visto por su familia. Su padre lo llevó de vacaciones a Roma, donde, según Adam, “lo que más le gustaba era frecuentar galerías de arte y pasearse y admirar las figuras finamente esculpidas de deidades paganas y la belleza cincelada de algunos atletas hercúleos.” Al regresar a su casa se dedicó a cumplir el sueño de construir su propio cuerpo a imagen de aquellas esculturas. Para ganarse la vida, Müller empezó a trabajar en el circo y en teatros y como modelo para artistas, antes de viajar a Bruselas a los 20 años, donde conoció a Louis Durlacher, quien con el seudónimo de Profesor Attila había abierto un “salón atlético” en la ciudad. Fue Attila quien le aconsejó cambiarse de nombre y así nació Eugen Sandow, cuya fama lo llevó a Holanda, Italia, Francia, Inglaterra e incluso a los Estados Unidos, contratado por el empresario Florenz Ziegfeld en 1893, para la Exposición Universal de Chicago. Fue Ziegfeld quien se dió cuenta que el público no estaba interesado en las demostraciones de fuerza de Sandow sino en apreciar la belleza del cuerpo que se había construido.

En otra biografía de Sandow, The perfect man, David Waller dice que, desde su temprana juventud, Sandow estaba “obsesionado por la degeneración de la salud y la fuerza desde las nobles ideas de los tiempos clásicos.” Si su cuerpo fue construido a partir la imagen de la estatuaria greco-romana, después sirvió de modelo a escultores de su época, como Gustave Adolphe Crauk y Jef Lambeaux o para el pintor Aubrey Hunt, quien lo conoció en las playas de Venecia. Además de sus presentaciones en público, Sandow fundó una revista —la primera de fisicoculturismo— y diseñó ejercicios y equipamiento para acompañar su método, que era lo importante, para construir el cuerpo. Scheller dice que aunque en esa época las ideas de fuerza, salud e higiene ganaban importancia, resultaba más importante la imagen que la fuerza o la salud reales. Acaso podríamos pensar lo mismo de la arquitectura y su voluntad orgánica enfundada, a veces, en un cuerpo sin ornamentos, como pedía Loos, y mecánicamente funcional, construyendo una imagen pura y, sí, saludable. Metáforas que pronto serían remplazadas por otras que apelaban a flujos —¿fluidos?—, al desempeño —performance— y a la experiencia.

Adolf Loos y Elsie Altmann

 

Tras recorrer el mundo mostrando su mejor obra, su cuerpo, Sandow se instaló en Londres. Instruyó en su método a muchos personajes famosos, desde Arthur Conan Doyle hasta el rey Jorge V. Murió en 1925 a los 58 años y su esposa lo enterró en una tumba sin lápida, ¿buscaba la invisibilidad absoluta del cuerpo perfecto? En el 2008 su tataranieto mandó colocar sobre la tumba una estela de granito donde sólo se lee Sandow, 1867-1925, quizá superior en su sencillez al cubo que marca el entierro de Loos. No sabemos si D logró disminuir su 20% de grasa corporal y dejar de ser un flaco-gordo.

 

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