Espacios. Memorias de una ausencia: Un paseo por espacios que evocan a quienes ya no están con nosotros.
A mi hermana Carla; mis sobrinos Andoni, Carla y Maite, Nico, Kelly y Greg. A mis amigas y amigos Alejandro, [...]
24 febrero, 2022
por Jose Maria Wilford Nava Townsend
Hacia el último cuarto del siglo XVIII, la que fuera ciudad principal de la Capitanía de Guatemala, originalmente denominada Ciudad de Santiago de los Caballeros Guatemala, fue azotada por un devastador terremoto. La localidad fue proscrita y abandonada para crear una nueva capital, la actual Ciudad de Guatemala.
Pero una cosa es decirlo, y otra que todos los habitantes obedezcan. Así, poco a poco fueron regresando algunos de los pobladores y, aunque ya no llegó a tener la hegemonía de antaño, recobró la vida cotidiana en una dinámica que congeló su arquitectura de forma peculiar: por un lado, aquella de los grandes templos, arruinada y expuesta como memoria de que todo es pasajero; por otro lado, la de las casas y comercios, expresando la resiliencia de los procesos vivos.
De los templos fracturados, los habitantes supieron construir el comercio turístico romanceado a partir de la ruina, tan atractiva siempre a viajeros de todo tipo. De las casas y comercios, el equipamiento turístico para alojarles, darles de comer, y venderles su diversidad de productos.
A la cualidad de moradores para adaptar a través de las décadas su infortunio en sustento industrializado, se suma la exuberante vegetación y las maravillosas vistas paisajísticas coronadas por los míticos volcanes locales, que juegan a opuestos complementarios: el denominado “Volcán de Fuego” y el “Volcán de agua”.
En esta arquitectura civil destaca por una parte la escala, compuesta por una mayoría de edificaciones de un solo nivel, pero de gran altura entre el piso y el tejado, los sistemas de cierros de madera o herrería forjada que adornan y protegen las ventanas y los innumerables lucernarios que introducen luz cenital al interior, complementando la que pueda venir desde los vanos que dan a la calle, o desde los patios interiores. Pero lo que quiero compartir en esta ocasión, es un rasgo de personalidad muy peculiar: la esquina en los cruceros de la traza, damero renacentista prototípico del urbanismo iberoamericano, como tema especialmente atendido en la expresión de las casonas y comercios.
La esquina no es, desde luego, un reto exclusivo de esta ciudad, pero aquí tiene un juego de variables sobre el mismo tema que son de llamar la atención, máxime sabiendo que, estructuralmente y en una zona sísmica, el vértice de un paralelepípedo, donde se juntan dos sistemas de carga a compresión expresados en muros, es uno de los puntos de quiebre que deben resolverse.
Así, las y los visitantes podrán encontrar algunas esquinas comunes y corrientes, pero si va con ojo avizor, sea o no entrenado, podrán empezar a detectar desde los diseños más sutiles y casi invisibles, hasta los más evidentes.
Esquinas ciegas (sin ventanas o puertas) donde solo una pequeña muesca, que expresa un poco de amabilidad para que el transeúnte pueda dar vuelta sin sentir el filo del vértice.
Esquinas pesadas y rotundas, donde un gran sillar de cantera expresa la solidez del elemento de refuerzo, único aparente contra el aplanado de color que viste el resto de la fachada.
Esquinas que se desdoblan casi como contrafuertes en la base del muro, nuevamente gritando la necesidad de consolidar sísmicamente la construcción.
Y luego, una gran cantidad de esquinas donde la puerta o la ventana, se desdobla haciendo justamente el efecto contrario, en búsqueda de una sensación de transparencia y ligereza que permita permear las vistas de afuera hacia adentro, o de adentro hacia afuera, según el caso, aparentemente indiferente al miedo de un desplome. No son dos ventanas, o dos puertas, es el mismo vano que toma la geometría de la traza, como si anticipara por más de un siglo parte de la estética cubista. La columna que refuerza el vértice se aligera, se afina. Quisiera no existir más que por una mera necesidad funcional que puede ser pasada por alto. Cierros de madera y rejas de hierro forjado acentúan el juego. Desde mi interior, puedo ver las dos calles posado en un solo punto, vigilante y divertido. Desde el exterior van tocando una pequeña sinfonía con una sola nota, en diversidad de graves o agudos.
Este juego particular, es un rasgo de personalidad de la antigua capital guatemalteca, y diría que es único, si no lo hubiera encontrado también en su hermana chiapaneca, la otrora Villa Real de Chiapa, hoy denominada San Cristóbal de las Casas. No son iguales, pero son lo suficientemente parecidas para darles un mismo origen genético. Cabe mencionar que el hoy territorio del Estado de Chiapas, en México, era parte de la Capitanía de Guatemala. Casualidad o sentido regional, ahí están y así son.
A mi hermana Carla; mis sobrinos Andoni, Carla y Maite, Nico, Kelly y Greg. A mis amigas y amigos Alejandro, [...]
Espero que para los lectores, que hayan conocido este sitio, esta narrativa les reviva bellos recuerdos, y para quienes no [...]