De la interconexión (y las dimensiones) al amor tácito: una conversación con Damián Ortega
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23 abril, 2014
por Mariana Barrón | Twitter: marianne_petite | Instagram: marianne_petite
No soy político de profesión, sino arquitecto. Pero la arquitectura es un oficio político, pues el término ‘político’ proviene, no por azar, de polis, es decir, de ‘ciudad’”
Renzo Piano
La arquitectura es un hecho político, una construcción cuya carga ideológica se recrea. Esta carga simbólica moldeada por la ideología en mando se materializa o se reflexiona generando reacciones o preguntas de parte de los actores principales de la sociedad arquitectónica y de la no tan arquitectónica, a quienes deberíamos prestarles más atención.
En las últimas semanas han sucedido diversas cosas que continúan enseñando un panorama poco alentador; el sexenio de las reformas mesiánicas, lluvias persistentes, granizo extremo, un eclipse rojizo, fumarolas de volcán y hasta temblores que desequilibran aún más aquel largo camino. A manera de desastre, diversos espacios en la ciudad desde el metro, las redes viales hasta los recintos sociales más transitados en la ciudad han adquirido esta etiqueta. El desastre, la crisis en todas sus tipologías dando lugar a la catarsis urbana.
¿Cuándo podremos asumirnos como verdaderos actores responsables de la ciudad catártica que tenemos? Posiblemente falte mucho para llegar a un consenso pero valdría la pena hacer este ejercicio colectivo, aunque sea de simulación para ver si podemos llegar a alcances posibles.
Desde 2007 hasta 2010 se mantuvo activo el proyecto ‘VOTO PARA DEMOLICIÓN’ una propuesta del artista mexicano Gustavo Artigas que llevó a cabo en Lisboa, Los Ángeles, Córdoba-Argentina y Ekaterimburgo-Rusia. “¿Qué edificio te gustaría ver demolido en la ciudad?” era la frase protagonista en la convocatoria de cada entidad donde uno a uno, votaba el ciudadano por aquel edificio que le pareciera desechable para el bienestar de su ciudad. En Lisboa ganó el Centro Comercial Colombo, en Córdoba la Torre Angela, en Ekaterimburgo el Centro Comercial Alatyr y en Los Ángeles el famoso Teatro Kodak.
La acción no paraba al saber el ganador. En un ejercicio colectivo y político, el artista emitía una carta al gobierno de cada ciudad con la petición de destrucción del edificio, asumiendo la participación social como importancia vital para la reflexión de las acciones tomadas en dichas ciudades, asumiendo a su vez la aprobación de especialistas en el tema cuya postura desvaloriza al edificio como elemento activo en la ciudad. A esta carta se le anexaba el ejercicio democrático con los resultados y la simulación del edificio destruido para poder contemplar la mejora cualitativa del paisaje, incitando a tomar en cuenta la voluntad de los que habitan la ciudad.
Queda la duda si esto puede ser viable ante el panorama que día a día nos presentan nuestros gobiernos. Desde la arquitectura no podemos creer en la indiferencia ante la voluntad del usuario y sus acciones que desembocan en crisis donde por tanto surge como necesidad la transformación de lo que deberíamos de pensar para las viviendas o para nuestras ciudades.
No olvidemos Pruitt-Igoe, la bomba atómica del movimiento moderno, y dispongámonos a pensar cualitativamente en sociedad y no cuantitativamente en solitario.
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