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Vivir en un espacio diseñado por un Pritzker, pero sin ventanas. O de la ceguera selectiva del arquitecto

Vivir en un espacio diseñado por un Pritzker, pero sin ventanas. O de la ceguera selectiva del arquitecto

23 octubre, 2022
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Hace casi un mes, el medio suizo 20 Minutos publicó una noticia cuyo titular era “Arquitectos suizos hacen dormir a las empleadas domésticas en el armario de las escobas”. La breve nota, que acompaña un video de poco más de dos minutos, agrega que esas piezas de apenas cuatro metros cuadrados no tienen ventanas y que se encuentran en el edificio llamado Beirut Terraces, diseñado por la oficina de los arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, ganadores, entre otros premios, del Pritzker en el 2001, el Praemium Imperiale y la Medalla de Oro del Instituto Real de Arquitectos Británicos (RIBA), ambos en el 2007.

El video —preparado por Désirée Pomper y Simona Ritter— habla del edificio de lujo, con 130 departamentos, en el centro de Beirut y de la publicación en Twitter, el 23 de julio, de los planos señalando los cuartos de servicio, sin ventanas, de apenas 3.9 metros cuadrados. La nota también menciona el reclamo de antiguas trabajadoras domésticas en la cuenta de Instagram @dowanunited, en una publicación del 1º de agosto. Después, una periodista visita un apartamento y comprueba que las habitaciones para empleadas domésticas no tienen ventanas. Cuando se lo hace notar al agente inmobiliario, éste responde: “pero sólo duermen aquí, el resto del día están en el apartamento”. Una empleada doméstica entrevistada se pregunta cómo puede la gente vivir sin ventanas. En el video también se dice que los arquitectos fueron contactados y que afirmaron “haber recomendado al cliente otros conceptos para el proyecto”, pero que fueron “incapaces de imponer propuestas alternativas”. Roula Seghaier, de la Federación Internacional de Trabajadoras Domésticas, entrevistada en el mismo video, afirma: “Los arquitectos definitivamente tienen otras opciones. Conozco arquitectos que han rechazado encargos semejantes por razones de conciencia.” 

La cuenta de Instagram @dowanunited pertenece a la organización Domestic Workers Advocacy Network. En la entrada sobre el edificio Beirut Terraces, sobre la imagen puede leerse la frase “Queridos Herzog y de Meuron, sus departamentos de lujo son nuestras prisiones. Su diseño nos niega luz natural, dignidad y libertad.” En el texto que acompaña a la imagen dice:

La firma de arquitectos suizos Herzog y de Meuron saca provecho de la esclavitud moderna en Líbano. Su diseño para el proyecto Beirut Terraces, va más allá de normalizar el sistema kafala*. La neoliberal ley de construcción libanesa es voluntariamente laxa al favorecer el beneficio económico sobre la gente, a favor de empresas de arquitectura y a costa de trabajadoras domésticas migrantes. Como resultado, esta legislación racista confina a las trabajadoras domésticas en espacios pequeños que sirven para las “necesidades” de las clases media y alta libanesas. Esos espacios son extremadamente opresivos y violan los derechos humanos.

[*Sistema de explotación utilizado para monitorear trabajadores migrantes, principalmente dedicados a la industria de la construcción o tareas domésticas en algunos países islámicos, según Wikipedia.]

En una nota publicada por el Basler Zeitung el 3 de octubre, con el título “Así defienden Herzog & de Meuron las ‘habitaciones de esclavos’ (sklavenzimmer) en Líbano”, Isabel Thommen da cuenta de que la oficina de Herzog & de Meuron rechazó en principio una entrevista y después la condicionó a que fuera realizada por el editor en jefe, Marcel Rohr. Respondieron con vaguedad por lo que se hizo una segunda ronda de preguntas.

A la pregunta de si sabían para qué se utilizarían esas habitaciones sin ventana, responden que sí: “Los planos, en los que está escrito ‘habitación de servicio’ en espacios sin ventanas fueron elaborados por Herzog & de Meuron”, “a pedido expreso del cliente” y se excusan: “No tenemos ninguna influencia sobre cómo las utilizan los propietarios”.

Cuando se les pregunta por qué no rechazaron el proyecto, responden que están obligados por contratos y que no cumplirlos tendría consecuencias legales imprevisibles —lo que podría interpretarse como que eligieron ganar dinero a perderlo. A otra pregunta repiten que “un arquitecto sólo tiene una influencia limitada en el uso posterior por parte del propietario”, lo cual podría entenderse tanto si la Tate en Londres decide mostrar una obra polémica en el museo diseñado por los suizos, como si alguien comete un crimen en una de las terrazas de su edificio en Beirut, pero no cuando admiten haber diseñado las habitaciones para el personal de servicio sin ninguna ventana.

Pero la peor respuesta quizá sea cuando les preguntan por qué decidieron detener la mayoría de sus proyectos en Rusia pero no el edificio Beirut Terraces: “No se puede comparar la situación con Rusia. La invasión de Ucrania y la violenta represión de Putin y el gobierno ruso van en contra de todos los valores que representamos como oficina internacional.” Dicho de otro modo, hay formas de opresión y violencia dirigidas a ciertos seres humanos que parecen más visibles —e intolerables— para la oficina de Herzog y de Meuron mientras que otras formas de opresión y violencia dirigidas a seres humanos con distintas características —de otra región, de otra cultura, de otro tono de piel quizá— parece que no sólo no les resultan visibles, sino hasta cierto punto tolerables e incluso ayudan con sus diseños a ejercerlas.

Pero la ceguera —por llamarle así a algo que es más bien una mezcla de desinterés por ciertos grupos de personas, ignorancia, avaricia y falta de ética— no sólo está del lado de los arquitectos. El proyecto fue publicado desde hace seis años. Varios medios reprodujimos sin mayor reflexión el comunicado de la oficina suiza:

“La estructura y apariencia del edificio parten de una conciencia y respeto por el pasado de Beirut. Son cinco los principios que definen el proyecto: capas y terrazas, interior y exterior, vegetación, vistas y privacidad, luz e identidad.”

El prestigio de los galardonados arquitectos suizos y las bellas imágenes de Iwan Baan parecían no exigir mayor atención. En este sitio no publicamos las plantas. En Arquitectura Viva se publicaron unas plantas con poca definición que no muestran claramente las habitaciones para esclavas. Pero en otros sitios, como en afasiaarchizine se puede ver sin hacer mucho esfuerzo dos espacios, uno con una cama, con la leyenda “MAID” y la medida, 3.7 metros cuadrados, y otro con un pequeño lavabo, un escusado y una regadera, “MAID BATH”, 3.1 metros cuadrados. Los dos espacios sin ventanas y ni siquiera, de creerle a los planos, ningún tipo de ducto de ventilación artificial, encajonados entre una cocina de 23 metros cuadrados —con un gran ventanal—, una lavandería de 6.4 y una bodega de 6.6. Ahí tuvimos esos planos desde el 2017 y no los vimos con atención. Nótese, además, que maid es una palabra con género definido: una mujer.

En un texto que escribí hace un par de años —y retomado aquí recientemente—, comentaba un curso del filósofo Gilles Deleuze sobre el pensamiento de Michel Foucault en el que afirmaba: “hay un orden del decir y otro del dibujo”. Esa frase —cuyo contexto e implicaciones son más amplias, pero tocan lo aquí tratado— queda bien para lo que vemos en el caso de Herzog y de Meuron y que podemos ver en el trabajo muchos otros arquitectos —como en la Torre Mitikah o en la mítica casa de Luis Barragán—: una diferencia radical entre lo que se dice y lo que se dibuja.

En libros, revistas, conferencias y coloquios, el gremio arquitectónico no se cansa de promulgar las bondades de su arte, las posibilidades que tiene la arquitectura para propiciar el bien común al generar espacios colectivos, abiertos, y para mejorar la manera como todas vivimos, o para, finalmente, embellecer nuestro entorno. Y esas posibilidades no están en duda, pero los dibujos muchos veces muestran otra cosa: el mismo arquitecto que afirma lo anterior en sus dichos, puede usar el mismo lápiz para dibujar un museo o una escuela o una habitación con una vista magnífica que un armario para escobas destinado, no por accidente sino con toda consciencia, a seres humanos.

Lo sabemos: el compromiso social de buena parte de los arquitectos que más celebramos se acaba donde el contrato se pone en riesgo y las pérdidas económicas amenazan. Ese mismo compromiso se diluye, también, con la distancia social y la diferencia económica, cultural o de origen. Quienes nos sumamos a la celebración —otorgando premios, con publicaciones, con estudios e investigaciones académicas, o con aplausos— debiéramos asumir críticamente una posición o, en su defecto, aceptar cínicamente esa brecha entre lo dicho y lo dibujado, entre lo dicho y lo hecho, entre lo que podría ser y lo que realmente se hace. Por supuesto, me parece que es tiempo de lo primero: de una crítica radical a nuestra ceguera cómplice en muchos asuntos graves —opresión, racialización, sexismo, marginación, extractivismo, etc. Pero no puedo evitar, al terminar este texto, recordar la sabia afirmación de Audre Lorde: Las herramientas del amo nunca desmantelarán la casa del amo.

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