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¿Verticalidad vs. Horizontalidad? : la falacia de la posición

¿Verticalidad vs. Horizontalidad? : la falacia de la posición

13 agosto, 2024
por Carla Escoffié | Twitter: @carlaescoffie | Instagram : @carlaescoffie | Tiktok: @carlaescoffie

Hace tiempo que el debate público sobre las ciudades y la vivienda se dirime, en gran medida, en un aparente conflicto entre verticalidad y horizontalidad. Esto ha llevado a que muchos caricaturicen con suma facilidad las posturas críticas al modelo de desarrollo urbano bajo la idea de “no quieren que se construya” o “le tienen fobia a los edificios”. Si queremos dejar de perder parte del valioso tiempo que tenemos para atender las problemáticas de las ciudades —sobre todo en el contexto de la crisis de vivienda y el cambio climático— tenemos que hablar de por qué la cuestión entre verticalidad y horizontalidad? es una pregunta errónea a la que llamo la falacia de la posición.

Hace unos años que dejé mi natal Mérida para instalarme en Monterrey. Los contrastes y semejanzas entre un lugar y otro me parecen paradigmáticos de esta falacia de la posición. Por un lado, la capital yucateca representa las consecuencias de un crecimiento horizontal absurdo que lo depreda todo. Por otro lado, la capital regiomontana ilustra las consecuencias de creer en el ingenuo reduccionismo de que lo que importa es construir mucho y construir para arriba.

La primera vez que vi una montaña fue probablemente a los 16 años cuando fui por primera vez a Ciudad de México. Algunos se sorprenden cuando cuento este dato, pero es inevitable. Mérida se encuentra en un terreno por completo llano. En gran parte de la Península de Yucatán no hay ríos, ni relieves geográficos, con algunas excepciones en el sur de Campeche y la zona de Belice. Por algo, las carreteras yucatecas deben ser de las más aburridas del mundo: es un constante perpetuo que se mantiene a ras del suelo, y permite un cielo amplio y extenso como sólo puede verse en pocos lugares. Por desgracias, estas características han generado la falsa percepción de que el espacio es infinito y el crecimiento extensivo es inevitable. Hoy en día Mérida es un ejemplo de cómo no debe ser el crecimiento de una ciudad. La expansión urbana sin sentido, que asume que nada importante se pone en riesgo con ella, han generado un proceso todavía incipiente, pero notorio, de descomposición urbana. La planificación ha quedado por completo en manos del sector privado, el cual a su vez prioriza la construcción horizontal para vender como producto el sueño de una vida idílica y campestre, fuera de un departamento y con jardines en cada casa. Un modelo que, hay que recordarlo, no apunta a la principal demanda que es la vivienda accesible para el grueso de la población.

Por otro lado, Monterrey, es una ciudad que cayó del cielo y aterrizó entre las montañas. Al principio me costaba entender la ciudad, ya que parece un laberinto de cerros que siempre oculta alguna parte de la mancha urbana. Es como si al mismo territorio le faltara confianza ante tu mirada, o como si quisiera que lo conocieras paso a paso, sin prisa, develando capa por capa. Esta geografía ha generado retos para administrar y priorizar el uso del suelo. Si bien Monterrey sigue teniendo un serio problema de baja densidad en comparación con su población, se ha caído en el fetichismo de los edificios que compiten por robarse el título de ser los más altos de América Latina. Ejemplo de ello son los programas para repoblar el centro de la ciudad. En aras de construir más y más alto, se han permitido construcciones que carecen de viabilidad. A mediados de 2022, Agua y Drenaje de Monterrey anunciaba que había al menos 30 proyectos construyéndose sin dictamen de factibilidad de agua y otros permisos. El aumento de pisos en construcción no pareciera estar generando en los hechos una ciudad más densa. Incluso, en la zona del Barrio Antiguo se aprecian edificios sin terminar, ya sin actividad de construcción. E incluso, algún otro ha empezado a operar como pisos de estacionamiento y ya no como departamentos.

En México tenemos un déficit de vivienda y eso nadie medianamente razonable lo pondría en duda. Debe construirse más vivienda. Sin embargo, gran parte de la demanda de vivienda se compone por la denominada vivienda “económica”. Construir vivienda económica es un gran reto, ya que los elevados costos se generan tanto por el precio de los materiales como por tramitologías deficientes y la falta de suelo disponible en zonas céntricas. Y sí, también, y aunque a algunos no les guste, porque la especulación también termina jalando los precios.

Frente a este complejo escenario, debemos dejar de pensar que el debate es sobre si hacer vivienda vertical u horizontal. Necesitamos vivienda que genere densidad. Más pisos no significa más densidad. Un edificio 6 seis pisos puede ser un modelo más denso que una torre de 20 pisos —aclaro que pongo ejemplos, no estoy estableciendo mínimos ni máximos, dado que eso siempre es contextual—. Pero para hablar de densidad también debemos hablar de acceso al suelo y, por lo tanto, de esquemas como, por ejemplo, los que proponen los bancos de suelo. Esto, además, requiere llevarnos a hablar de movilidad. Y de los espacios que pueden integrarse en un mismo proyecto para generar verdaderas ciudades de proximidad. La falacia de la posición nos pone en la encrucijada absurda de tener que elegir entre crecimientos horizontales, que se cobran con movilidad y medioambiente, o en reduccionismos verticales con delirios de Dubái que son insostenibles a largo plazo y que, por más pisos que tengan, no logran aminorar el déficit de vivienda, porque no están siendo construidos para los deciles que más demandan vivienda.

Probablemente esta falacia es del gusto de muchos porque, al menos permite que uno no se abrume demasiado. El escenario pareciera ser aplastante. Son muchas las consideraciones y puntos por atender para poder garantizar ciudades más habitables y, sobre todo, sostenibles. Y es verdad, es una tarea más compleja de lo que la falacia nos deja ver. Pero no por ello es imposible, ni deja de ser urgente. Se dice que si no se nombra algo no existe. Pero también es cierto que, si algo no se nombra, no se evidencia lo absurdo que es. Sé que suena pretencioso proponer una terminología única, pero, al menos desde mi trinchera, tomaré esta idea como una postura: tenemos que dejar de perder tiempo en la falacia de la posición.

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