Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
17 junio, 2013
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El jueves pasado se realizó el sexto Arquine Jams —reuniones que no se quieren mesas redondas ni exhibición de ponencias sino que, como los palomazos musicales, o jams,en el argot jazzístico, apuestan un tanto por la improvisación y el acuerdo que de ella pueda surgir. El tema fue la vivienda social y participaron Ernesto Alva, Félix Sánchez, Francisco Pardo, Paloma Vera y Armando Hashimoto a nombre de Carlos Zedillo, subdirector general de sustentabilidad social del INFONAVIT, quien no pudo asistir; todo conducido por Axel Arañó. El lugar de la discusión fue el patio central del edificio que en 1975 terminaron Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky para el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los trabajadores —el INFONAVIT, pues— fundado en 1972 por decreto de Luis Echeverría.
La razón para el tema es doble. Primero el nuevo número de la revista dedicado a la vivienda y segundo, sin duda más importante y urgente, la situación crítica de la vivienda social en el país: un déficit de millones de viviendas y, al mismo tiempo, millones de viviendas abandonadas y millones viviendo en casas de mala calidad en lugares que difícilmente podrían considerarse urbanos. Resumo lo que se dijo esa noche: Armando Hashimoto empezó planteando que el principal problema no era la vivienda en sí sino su ubicación. Pero la ubicación, resulta por lo que se planteó después, no es sólo cuestión de distancia —sí: tener que invertir una, dos o tres horas para desplazarse de donde uno vive a donde uno trabaja es un problema, pero no el único y acaso no el mayor— sino de relaciones. Paloma Vera planteó entonces que la vivienda no es simplemente una casa sino un tejido de relaciones y luego Ernesto Alva, tras una breve pero ilustrativa historia de la vivienda social en México en el siglo pasado y lo que va de este, dijo que realmente no ha habido políticas urbanas, sino políticas financieras para las que la vivienda se reduce a un problema de crédito —y la capacidad de obtenerlo o no. También, tras leer los 11 puntos que entre 1990 y 1994 se plantearon para el programa nacional que atiende el problema de la vivienda, apuntó que hoy, 20 años después, la nueva administración federal vuelve a plantear algunos de ellos —como la densificación de las zonas urbanas— sin cuestionarse las razones para que no se alcanzara el éxito esperado ni por qué muchas de las estrategias de vivienda de las últimas décadas han terminado produciendo más pobres y consolidando la pobreza en vez de lo contrario, que se supone es su objetivo. Félix Sánchez de algún modo remató al afirmar que el problema no es la vivienda en sí, sino la ciudad, poniendo como ejemplo Neza, donde, pese a lo precario de las condiciones iniciales en que surgió, se ha dado un desarrollo, mitad informal y mitad formal, que las colecciones de minúsculas casitas amontonadas en lo que antes fue un ejido no pueden igualar.
A lo anterior habría que agregar otros dos temas. Francisco Pardo habló de la necesidad de pensar la vivienda en relación no sólo a distintas opciones de ocupación espacial sino también temporal: distintas formas de propiedad y arrendamiento. Más radical, quizás, Yuri Zagorin, entre el público, afirmó que el problema real era el suelo y su valor, que no su costo. El valor del suelo, dijo, lo da la infraestructura —vialidades y servicios, pero también la infraestructura educativa, de salud, cultural, etc. Y agregó que dicho valor no depende de los desarrolladores pero, sin agregar prácticamente nada, especulan con él, por lo que la solución estaría en algo que parece tabú: la expropiación del suelo. Rodrigo Díaz explicó que las vivienderas, pese a todo lo que se les critica, habían logrado hacer casas por un costo mínimo y que sólo ofreciendo más por ese mismo costo se podría competir, lo que implicará sin duda otras maneras de concebir la vivienda que incluyan también otros modelos financieros —para quienes no pueden alcanzar ningún crédito— y, sobre todo, otras formas de producción —donde la arquitectura mal llamada informal sea tomada en cuenta.
Finalmente, entre el público hubo quien reparó en un aparente olvido: se mencionaron la ausencia de políticas que pensaran la vivienda más allá del problema financiero, la avidez sin control de los desarrolladores y la poca calidad de lo que ofrecen, la pobreza, la marginación y la falta de servicios, pero siempre como si el arquitecto fuera no sólo ajeno a esos temas sino inocente. Hay que asumir, también, la responsabilidad del arquitecto y entender que, además de la ubicación de las casas, nuestra toma de posición, particular y como gremio, tiene también su peso.
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