Gobierno situado: habitar
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22 mayo, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Beatriz Colomina dice que no hay comentarista que no repare en la apariencia de Mies van der Rohe: sus elegantes trajes negros cortados por Knize, los famosos sastres vieneses que fundaron su negocio en 1858 y para quienes Adolf Loos diseñó varias de sus tiendas. Entre los famosos clientes de aquellos sastres, además de Loos y Mies, estaban el pintor Oscar Kokoschka —que pagaba con pinturas— o Paul Wittgenstein, hermano de Ludwig. Mies fumaba habanos Montecristo y, según Wikiipedia, su coctel favorito era el Gibson: cinco partes de ginebra, una de vermut seco y una cebollita en una copa de coctel bien frio. Según dicen Anatxu Zabalbeascoa y Javier Rodríguez Marcos en sus Vidas contadas, esas eran las tres necesidades de Mies: el Martini, los habanos y la buena ropa —además de tres objetos personales con los que vivió en un cuarto de hotel durante tres años al llegar a Chicago en marzo de 1938: un cuadro de Beckman, otro de Kandinsky y uno más de Klee.
Phyllis Barbara Bronfman nació en Montreal el 24 de enero de 1927. Su padre, Samuel Bronfman, había nacido en Rusia en 1889 pero la familia emigró a Canadá a principios del siglo XX. Ahí compraron primero un hotel y luego estableció una distribuidora de licor y más tarde una destilería. En 1928 le compró su destilería a Joseph Seagram, cambiando el nombre de su compañía por el de la que acababa de adquirir: Seagram.
En su biografía de Mies van der Rohe, Franz Schulze y Edward Windhorst escriben que, en 1954, tras un corto matrimonio con el banquero belga Jean Lambert, Phyllis se mudó a París, donde se enteró de que su padre pensaba construir en un terreno de Park Avenue las oficinas centrales de Seagram al ver en un periódico la fotografía de una maqueta para el proyecto diseñado por los arquitectos de Los Ángeles Pereira & Luckman. En una carta fechada en París el 28 de junio de 1954, Phyllis Lambert le escribe a su padre:
“Queridísimo papá,
Recibí tu carta estando en Londres y un día después encontré lo que llamas el reporte del edificio y un plano del edificio. Encontrar el plano me sorprendió, pues pensé que ibas a tener algún consultor antes de escoger al arquitecto. Bueno, ahora escribiré lo que he estado pensando por algunos días: esta carta empieza con una palabra repetida enfáticamente: NO, NO, NO, NO, NO.”
Phyllis Lambert regresó a Nueva York para convencer a su padre de que debía cambiar el proyecto y a los arquitectos. Con la asesoría de Philip Johnson y después de Eero Saarinen, Lambert fue reduciendo el número de candidatos al encargo: los jóvenes —los mismos Johnson y Saarinen— y los consagrados: Mies y Le Corbusier. Quedaron fuera SOM —porque Saarinen consideraba su arquitectura repeticiones poco inspiradas de la Bauhaus— y Marcel Breuer, Paul Rudolph, Minoru Yamasaki y I.M.Pei. También consideró, pero casi por compromiso, a Wright y a Gropius. Al final Mies, el elegido, debió asociarse con Johnson pues no tenía licencia para ejercer como arquitecto en la ciudad de Nueva York.
En el libro que la misma Lambert dedica a esa historia, Building Seagram, dice que desde el verano de 1954 se involucró en la selección del arquitecto, se volvió directora de planeación del proyecto, desde el inicio hasta la inauguración del edificio el 22 de mayo de 1959, y continuó siendo consultora de la compañía para el mantenimiento del edificio, la supervisión de las colecciones y exhibiciones y el proceso de conseguir que se considerara oficialmente al edificio como patrimonio. A Lambert le faltó agregar en esta lista que en 1963 se recibió como arquitecta en el Instituto de Tecnología de Illinois, la escuela que había construido Mies en Chicago.
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