19 marzo, 2024
por Arquine
Con la más reciente edición de Tránsitos y demoras. Esbozos sobre el quehacer arquitectónico vuelve un libro que, a lo largo de dos décadas, se ha convertido en un referente para la enseñanza de la arquitectura en México y en lengua española. Hoy, en otro aniversario luctuoso de su autor, Carlos Mijares Bracho (26 de abril de 1930 – 19 de marzo de 2015), presentamos un adelanto de esta novedad de Arquine que, como dice su título, habla de las maneras de experimentar la arquitectura por medio del movimiento y la pausa.
Lenguaje y aprendizaje
Si alguien quiere llegar a ser arquitecto debe saber que el espíritu de aprendizaje no se limita a la etapa académica, sino que es necesario mantenerlo toda la vida.
Si la arquitectura es un lenguaje, entonces, como todo lenguaje, su uso implica un oficio. Como sucede con todos los oficios, es posible aprender y enseñar el de la arquitectura, y es conveniente conocerlo y dominarlo para poder utilizar, apreciar y ejercer el lenguaje arquitectónico.
Si alguien quiere llegar a ser arquitecto debe saber que el espíritu de aprendizaje no se limita a la etapa académica, sino que es necesario mantenerlo toda la vida.
Las facultades, el talento y el genio son ingredientes deseables para llegar a ser arquitecto, pero eso no puede enseñarse ni, por supuesto, aprenderse, aunque bien dosificados y desarrollados adecuadamente establecen la escala de posibilidades de ser desde un buen arquitecto hasta uno extraordinario. No todos estos ingredientes son abundantes pero, si bien es una gran ayuda tenerlos, tampoco son imprescindibles.
Las facultades se descubren y se desarrollan. El talento se detecta, se orienta y se encauza. El genio se acepta y se admira. La presencia de cada una de estas características es, en ese orden, gradualmente más escasa. Ninguna de ellas se puede enseñar o aprender, sencillamente se tienen. El oficio, en cambio, puede enseñarse y aprenderse.
“Las facultades se descubren y se desarrollan. El talento se detecta, se orienta y se encauza. El genio se acepta y se admira. El ocio, en cambio, puede enseñarse y aprenderse.”
Muchos tienen facultades para llegar a ser arquitectos. Aun cuando hay que reconocer que de poco servirán si los maestros no saben detectarlas o, sobre todo, si los estudiantes son incapaces de desarrollarlas.
Bastante menor es el número de aquellos que tienen verdadero talento. Los buenos maestros deben reconocerlo y promoverlo, los estudiantes madurarlo y encauzarlo, ya que, de no ser así, el talento puede revertirse y ser más un inconveniente que una ventaja.
Sin duda cualquier aula pequeña de un edificio escolar podría alojar a todos los arquitectos del siglo que pueden considerarse con verdadero genio.
Me parece equivocado que los maestros ignoren esa evidente escasez, pero creo que un error más grave ha sido la generación de programas académicos fundados en la búsqueda obsesiva de la originalidad; en la casualidad de una inspiración carente de raíces y de conocimientos históricos; en la creencia de que los arquitectos son inventores que deben crear a partir de cero; y en la consideración de que el máximo valor es producir proyectos insólitos y resultados inéditos.
“Un error más grave ha sido la generación de programas académicos fundados en la búsqueda obsesiva de la originalidad; en la casualidad de una inspiración carente de raíces.”
Creo que la enseñanza más generalizada de la arquitectura en México de los últimos decenios ha padecido, en general, de estas severas fallas que han propiciado en los estudiantes una intensa valoración de las actitudes protagónicas, paralela a un grave menosprecio por la necesaria modestia en el ejercicio cotidiano del oficio.
Considero por ello que es necesario revisar los principios generales de la enseñanza y el aprendizaje del quehacer arquitectónico.
A mi juicio, conviene aprender y enseñar la arquitectura con plena conciencia de que el proceso tiene características peculiares, una de las cuales es la secuencia en la que se adquiere ese aprendizaje. En una primera etapa se aprende a escuchar y a leer la arquitectura, en la segunda se aprende a escribir y a hablar su lenguaje, finalmente es aprender a expresarse con ella y a saber cuándo conviene callar.
En mi opinión, algo en lo que es muy importante insistir es en el reconocimiento de la profunda y definitiva diferencia que hay entre hablar de arquitectura y hablar en arquitectura.
Aprender a escuchar y aprender a leer
Aprender a escuchar lo que otros dicen
La obra arquitectónica en verdad interesante ofrece lecturas múltiples, por eso puede aprenderse y comprenderse de distintas maneras.
Aprender a escuchar la arquitectura es la etapa inicial, y lo que se escucha es lo que dicen y, en el caso de la arquitectura, lo que hacen otros. La experiencia directa de las obras es la enseñanza más fecunda que puede adquirirse, no sólo cuando el propósito es conocer lo que no se sabe, sino como una posibilidad de aprendizaje que se mantiene a lo largo de toda la vida, incluso si se ha llegado a creer que ya se sabe. En muchas ocasiones, si se ha logrado mantener una actitud alerta, al escuchar atenta y afectivamente lo que ha hecho otro (sin importar cuándo y dónde lo hizo) la sonoridad de esa obra logra sacudir y conmover, es enseñanza y recuerdo de que el aprendizaje es una actitud permanente y necesaria en cualquier actividad que desea ser creativa.
Escuchar requiere modestia, pero también aptitud para el asombro, porque tan importante es comprender lo que se dice como percibir lo que se ha decidido callar.
Como la música para producir sonidos, la arquitectura necesita de instrumentos para producir espacios. Los instrumentos establecen los límites y las posibilidades de recorrido, los espacios ofrecen las alternativas y la libertad de movimiento. Aprender a escuchar lo que expresan esos espacios, apreciar su sonoridad y sus melodías, reconocer sus ritmos y sus relaciones, observar el orden en el que se presentan y la forma como se iluminan, es una disciplina fundamental para acercarse al complejo y fascinante ámbito del lenguaje de la arquitectura.
Aprender a leer
A diferencia del aprendizaje del habla, en el caso de la arquitectura conviene que se aprenda antes a leer que a hablar y que la lectura arquitectónica en general y la del espacio en particular sea una consecuencia de haber aprendido a escuchar bien.
No resulta fácil leer el espacio, es frecuente detenerse en la observación detallada de los instrumentos que lo producen y quedarse atrapado en ella. Una dificultad adicional es el hecho de que, tanto los instrumentos como los espacios, no poseen, como las palabras, un significado específico. Se antojaría por ello equivocada, excesiva o inclusive falsa la metáfora que pretende posible aprender a escuchar o a leer un lenguaje que parece estar intrínsecamente imposibilitado para decir nada específico. Lo que sucede es que hay muchos lenguajes cuyos medios de expresión no tienen adscrito un significado y, si se observan con cuidado, es curiosamente esa carencia la que les permite expresarse de manera más abierta, libre y con mayor intensidad expresiva.
“Escuchar requiere modestia, pero también actitud para el asombro, porque tan importante es comprender lo que se dice como percibir lo que se ha decidido callar.”
Cada lenguaje tiene su modo de decir las cosas y la arquitectura tiene el suyo, pero sin duda una de las grandes ventajas de no tener significados previamente asignados es el potencial de que su expresión sea universal y haga innecesarias las traducciones. Exige, sí, como todos, un disciplinado aprendizaje y un ejercicio de la sensibilidad para percibir sus medios y poder comprenderlo.
La experiencia de las ruinas es una buena manera de aprender a escuchar y, luego, a leer el espacio. En las ruinas se encuentran en cierto modo decantados los valores arquitectónicos. La pérdida natural de los detalles y las alteraciones que el paso del tiempo ha provocado en las obras facilitan la posibilidad de concentrar la atención en los esquemas propuestos, en los modos de construir los instrumentos, en las relaciones de la obra con su contexto, en las maneras de generar el espacio y en la estructura de las secuencias.
“No resulta fácil leer el espacio, es frecuente detenerse en la observación detallada de los instrumentos que lo producen y quedarse atrapado en ella.”
Un ejemplo ilustrativo como ninguno son las ruinas de tierra pisada que se encuentran en Paquimé, un sitio arqueológico en el estado de Chihuahua, cercano a la ciudad de Casas Grandes, en donde aparece una muestra especialmente interesante de cómo el tiempo, en colaboración con la naturaleza y la acción de los hombres, ha creado, con viejas ruinas, nuevos lugares, y de cómo es posible crear un conjunto fascinante a partir del uso de la tierra como material de construcción. […]