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Columnas

Todo aquello que se va cuando aún lo necesitas

Todo aquello que se va cuando aún lo necesitas

23 enero, 2018
por Pablo Goldin

 

El Angus de Insurgentes no existe más. Una manta anunciaba la desaparición que una valla publicitaria consolidó. De sus cimientos emerge una genérica torre de oficinas.

Era cuestión de tiempo, nada ni nadie puede asegurar su permanencia en manos del desarrollo inmobiliario y los fenómenos naturales. Las grandes avenidas suelen estar acompañadas de grandes obras y ese terreno no se podía dar el lujo de ofrecer de comer a decenas de comensales en dos pisos donde podrían trabajar cientos en muchos más.

Fue un edificio de los que imita a otros edificios en un predio subutilizado. Una obra fuera de contexto que habitaba entre dos inmensas colindancias rojas, bruscamente ejecutada, obscura, cavernosa e histriónica que articulaba en un solo embutido los volúmenes abstractos de las azoteas de Barragán, las curvas de Le Corbusier tardío, el juego de fachadas de Robert Venturi y el misterio de la casa de Georgia O’Keeffe en Ghost Ranch que inspiró a Calvin Klein en una de sus célebres campañas. Disfrutaba verlo desde el Metrobús, soñar que visitaba Nuevo México entre figuras místicas como el ciervo que decoraba su fachada y abstraerme del caluroso y apretado trayecto en el que estaba.

A diferencia de avenida Reforma, Insurgentes no consigue consolidarse aún como una circulación atractiva sino como un eje eficaz más familiar al tráfico pesado, las banquetas estrechas, el sector terciario y las plantas bajas comerciales de poco prestigio. Recientes proyectos como las torres realizadas por Colonier y asociados y Teodoro González de León, han cambiado poco a poco la percepción sobre este corredor. Sin embargo, desde el monumento a los perros callejeros cerca de la salida a Cuernavaca hasta el titánico estacionamiento de la estación Buenavista, es una avenida que ha destacado como un catálogo de fenómenos plásticos, urbanos y arquitectónicos entre los cuales el restaurante Angus era uno de sus mejores ejemplares.

¿Cómo cuantificar, reflexionar o por lo menos hacer honor a lo perdido sin ahogarnos en nostalgia, escudarnos en los números y evitar los prejuicios que entorpecen el cambio?

Mientras funcionarios y urbanistas reclaman mayor densidad, una parte de mí solo deseaba que tan peculiar establecimiento nunca fuera remplazado. Su absurda y casi vulgar existencia lo hacía imprescindible a mis ojos a sabiendas que los intereses económicos sobre el terreno terminarían por desaparecerlo como sucedió con el estudio de Juan José Diaz Infante, el Toreo Cuatro Caminos y la amenazada torre AT&T diseñada por Philip Jonhson y John Burgee. La polémica parece inevitable: somos muchos quienes pensamos que reconocer y mantener en pie estos íconos es necesario y nos aferramos a imaginar que podría existir una manera de conservarlos y trabajar en otros sitios.

La historia reciente también importa y algún día analizaremos el fenómeno de escenografías y centros comerciales que son demolidos en silencio. La forma es cultura, el Angus y sus amarillos trazos la ofrecieron generosamente a todo aquel que lo quiso entender. ¿Qué inspira o provoca su remplazo? Lo pregunto abiertamente.

En un territorio tan fértil a la ilegalidad y lo inesperado como México, las discusiones sobre patrimonio se tornan más complejas y la suspensión del juicio parece imponerse. Finalmente, las inmobiliarias que desalojaron a vecinos de edificios en mal estado para construir nuevos desarrollos antes del temblor los salvaron de una posible catástrofe, las nuevas torres de oficinas mantendrán y ofrecerán empleos en zonas más céntricas, los centros comerciales no dejarán de aportar equipamientos e infraestructuras a quienes no las encuentran en sus colonias… La lista de espectros de gris con la cual contemplar nuestro presente aumenta y los malestares relacionados a ella también. No podemos aferrarnos al cambio, pero siempre podemos preguntarnos porqué ahí y no al lado, porqué de esta manera y no de otra, como algún tipo de terapia o mantra con el cual acompañar los años: ¿Por qué Snohetta tenía que convertir en escaparate la torre de Phillip Johnson y no cualquier otro edificio?, ¿por qué la torre de oficinas nació sobre el Angus y no en alguno de los estacionamientos circundantes?, ¿por qué la estación de autoservicio lomas de Vladimir Kaspé tenía que ser reconstruida en concreto y no conservada como tal?

Comienzo a pensar que la arquitectura contemporánea se define por el delicado equilibrio entre quienes quieren hacer algo y aquellos que buscan impedirlo robustecidos por el transcurrir de los escándalos. Frente al dilema, me quedo con las palabras que San Remigio pronunciaba durante la conversión del rey galo Clodoveo que aparecen en el cuento La Jaula del Mundo de Juan Villoro: “Adora lo que has quemado y quema lo que has adorado”.

Adiós al Angus, bienvenido sea el cambio para quienes puedan acompañarlo. Ese tren averiado y de destino incierto llamado progreso, no se va a detener con nuestros escritos y probablemente tampoco debería hacerlo pero tenemos que seguir poniéndolo en duda. El pasado por dorado que se vislumbre también podría ser mejor y claramente peor, la suerte está echada.

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