11 septiembre, 2019
por William Brinkman-Clark
Apuntes sobre la filosofía de la historia del capital y sus topologías*
Pero el verdadero naufragio que está también ahí, del cual el suyo propio no es más que una alegoría, es para Benjamin un fracaso colectivo: el de un mundo completo, dentro de él, de una época y, dentro de ésta, de un proyecto.
Bolívar Echeverría
La jungla
La página web del Departamento de Estados Unidos ofrece al público un mapamundi en el cual se codifican con colores los travel advisories (recomendaciones de viaje) que ha recibido cada país. Este mapa está diseñado para hacer visible a los ciudadanos de Estados Unidos el nivel de precaución que se recomiende tomen si viajan al extranjero. Así, los países en los que se recomienda “ejercer una mayor precaución” —la menor de las recomendaciones— son tintados de un amarillo ligero, mientras que aquellos a los que se recomienda “no viajar” —la más severa de las recomendaciones— se colorean de rojo. El resultado visible es una franja de naranjas y rojos que rodean a las sociedades del cansancio [1](los países de “primer mundo”). Parado en las fronteras de su orbe, el autor del mapa observa ese infierno que según él lo rodea y después de juzgarlo pinta con colores una forma que lee: quienes allí vayan, abandonen toda esperanza.
En su novela, Las tierras arrasadas, Emiliano Monge intenta hacer enunciable la vida dentro de los territorios representados con colores cálidos. El horror empieza a increpar al lector cuando comienza a comprender que la novela, si bien pertenece al género de ficción, se vuelve más verosímil si se le contrasta con la avalancha de notas periodísticas que revelan algún nuevo suceso en el mundo del trasiego de migrantes.[2] Conforme el tránsito del tiempo va revelando una relación cada vez más cercana entre la ficción de Monge y nuestra cotidianidad, aparece la posibilidad de tratar Las tierras arrasadas como una narración que evidencia lo impotente e insignificante del esfuerzo de los sistemas de representación modernos cuando éstos son confrontados con la tarea de hacer visible y enunciable el siniestro fenómeno de la vida y el tiempo en los vastos territorios arrasados que nuestra contemporaneidad produce.[3]
La novela de Monge gira alrededor del trasiego ilegal de migrantes a lo largo de un territorio que bien podría ser México o cualquier otro país del mundo que deba ser atravesado, hoy, para llegar a una sociedad del cansancio. En el claro de una jungla atravesada por un río fronterizo, donde los cuerpos de migrantes ilegales serán cargados en tráileres con la promesa de ser llevados a algún otro lugar, Monge se esfuerza en resaltar la precariedad de los cuerpos migrantes
Los hombres y mujeres que salieron de sus tierras hace días […] sienten como que algo abandona sus entrañas y se acercan más y más unos a otros, convirtiendo en uno sólo sus temblores y en una sola voz sus voces huecas. Está pasando la sorpresa y el terror se está llenando de preguntas.[4]
No cabe duda de que entre ellos se conocen por sus nombres, por sus pasados y sus memorias, pero una vez que cruzan una línea imaginaria en la jungla y se entregan a los chicos de la selva —estafadores encargados de llevar a los migrantes al punto de encuentro donde abordarán los tráileres— pierden cualquier dejo de subjetividad que pudieron haber tenido. La multiplicidad de subjetividades se vacía y los que antes tenían nombres propios que los diferenciaban entre sí, se vuelven un solo cuerpo, tembloroso, con una sola voz, hueca.
En total setenta y cuatro, anuncia Estela luego de un instante y acercándose aún más al cercado se sorprende de escuchar las más tímidas palabras, los alaridos sofocados, los acentos de temor, los suspiros y los ayes de los hombres y mujeres que escaparon de sus tierras. Qué buenos mis nuevos aparatos, rumia emocionada la mujer…[5]
En este lugar de tránsito, los sujetos de otras patrias aparecen como utensilios intercambiables cuyo fin es desarrollar una actividad cualquiera. En la selva todavía son presentados en la novela como “Lasquetienenaúnsombra” y “Quienesaúnpresumendealma”, pero en el momento que son vendidos por los chicos de la selva a Epitafio —apodo que recibe el que manda—, son vaciados por completo y quedan sinnombres y sincuerpos. A lo largo del resto de su viaje ya únicamente serán referidos así por Monge, quien se esfuerza en nunca escribir un sólo nombre propio, un gesto que debe considerarse como de la máxima importancia estética, sobre todo dada la importancia de la que goza el nombre propio a lo largo de la genealogía literaria mexicana.[6] Desde el momento que han cruzado el río cocito en la jungla, los nombres propios que tenían los migrantes se ven vaciados de todo contenido, sólo quedan lugartenientes del puesto más bajo en la topología del capital[7], una batería de cuerpos, reservas de energía. El vaciamiento del nombre hace aparecer la violencia en su forma más pura, como la potencia fundacional que el nombre propio ha tratado de ocultar a lo largo de toda la historia de Latinoamérica.
Más adelante en la novela, Monge relatará con detalle el viaje recurrente de los niños de la selva, acarreando hombres y mujeres de otra patria a través de la jungla, para llegar al claro donde serán vendidos a quien manda. En uno de los viajes, cuando uno de los chicos percibe un ruido en la selva, proveniente de algo invisible, no duda en lanzarse ciego con machete en mano para eliminar la cosa cualquiera. Después de describir la manera como el chico elimina con su machete a lo que resulta ser un primate, la novela describe el cadáver del mono
[…] no hay nada en sus facciones ni tampoco en sus pupilas que de él hagan un ser vivo. Queda solo su quejido, ese lamento que no parece ni siquiera emerger de su garganta: sale el ruido de la herida que además de la barriga atraviesa entero el pecho del primate como sale el aire por la boca de los globos. Y este sonido es antes un recordatorio de la muerte que la promesa de una vida que se aferra a la existencia.[8]
Si bien en la novela se está hablando de ese mono, el que acaba de matar el chico de la selva, la descripción que se ofrece del cadáver del primate se vuelve también la descripción de todo primate en las tierras arrasadas, de todo sinnombre y todo sincuerpo, pero también de todo sujeto vaciado que no sea más que un alias, un apodo. Los chicos de la selva tampoco gozan todavía de un apodo, no han llegado a ese puesto en la topología del capital. En la escala alimenticia, son lugartenientes del cargo más bajo, aquél que es apenas un poco más que mera potencia, que requiere un grado mínimo de humanidad, donde la más ligera inclinación hacía la adulación, la seducción y la hipocresía bastan. Esta inclinación los diferencia de la mera vida, pero su intercambiabilidad sigue siendo su característica constitutiva. Su cercanía a la animalidad aristotélica (zoe) los ubica, por lo menos según Linneo, más cerca de los sinnombre y los sincuerpo que de quienes gozan ya de un apodo, como Epitafio. De ahí que la novela no se refiera a los chicos de la selva por un nombre o un apodo, sino por sus puestos: “el que hace aquí de jefe” y “el que hace aquí de subalterno”.
“Vamos de regreso que perdimos mucho tiempo” dice el que la hace allí de jefe. La aventura con el primate ha irrumpido en el orden algorítmico del tiempo que sólo conoce quien ha realizado un cargo innumerables veces. Los chicos de la selva son autómatas del trasiego, tendrán que esperar que el azar les dé la oportunidad de salir de la selva, recibir un apodo y, con suerte, algún día salir del infierno.
Notas
* William Brinkman-Clark es curador de la exposición Territorios arrasados, que presenta el trabajo de Arturo Ortiz y se exhibe en la galería José Luis Benlliure, de la Facultad de arquitectura de la UNAM. Este texto es un fragmento del que se incluye en el catálogo.
1. Si bien el intento del filósofo surcoreano Byung-Chul Han de describir el estado actual de las sociedades occidentales es interesante y agudo, en realidad no describe tanto una cotidianidad mundializada, sino una forma de vida —ya hegemónica en los países de “primer mundo”— que en sus intentos de mundializarse ha producido condiciones materiales de existencia diversas. En muchas, el exceso de trabajo —forzado o autoimpuesto— no resulta en cansancio, sino en explotación, esclavitud o muerte. Las sociedades del cansancio son, entonces, una realidad en el “primer mundo” y un imaginario de exportación mas allá de sus fronteras. Byung-Chul Han, Las sociedades del cansancio (Barcelona: Herder, 2017).
2. Por ejemplo: Notimex, “Desaparece camión con 90 migrantes a su paso por Puebla”, La silla rota, Noviembre 5, 2018, y Redacción, “Rescatan a más de 100 migrantes en una caja de tráiler”, La silla rota, Febrero 23, 2018, entre muchos, muchos más. Incluso, mientras se escribía este artículo, 22 migrantes que viajaban en un camión de pasajeros por Tamaulipas fueron secuestrados. Ver: M. Espino y S. Alcántara, “Fiscalía federal investiga secuestro en autobús”, El Universal (en línea), Marzo 12, 2019.
3. Una excelente teorización sobre la relación entre realidad y literatura, y la potencia de ésta como herramienta para el análisis sociológico puede encontrarse en el prólogo de: Georg Lukács, Teoría de la novela: un ensayo histórico-filosófico sobre las formas de la gran literatura épica (Buenos Aires: Godot, 2010).
4. Emiliano Monge, Las tierras arrasadas (México: Random House, 2015), 16.
5. Monge, Las tierras arrasadas, 24-25. El resaltado es mío.
6. El nombre –como lo nota José Luis Barrios– es el último recurso o suspiro de la modernidad latinoamericana; la “urgencia por amarrar el cuerpo a un nombre y un nombre a un sujeto” es la necesidad de ese origen, de esa herida inicial, sin la cual todo el imaginario de la utopía mexicana se desfonda. Barrios evidencia cómo la obra de Bolaño, en contrapartida a la de Rulfo, es la narrativa de este desfondamiento que hace visible, de formas cada vez más crudas, la violencia pura que los nombres propios —en tanto falsa red de significantes— tratan de ocultar. La forma en que el nombre propio es sustituido por apodos o lugartenencias en Las tierras arrasadas inscribe a la novela de Monge en la dialéctica que dibuja Barrios: si 2066 y Los Detectives Salvajes muestran el horizonte de expectativa fallido que ya desde Pedro Páramo se imaginaba, en Las tierras arrasadas podemos leer la intensificación de las lógicas que configuran los desiertos en Bolaño, cuyo resultado es la inexistencia absoluta del nombre propio, con todo lo que ello significa. Ver, José Luis Barrios, Lengua herida y crítica del presente (México: UIA/Fractal/Orbilibro, 2016), 178-186.
7. ¿Qué es la topología del capital? Nada menos que la materialización de lo que Sergio Villalobos-Ruminott llama filosofía de la historia del capital. Si aceptamos como premisa que, a lo largo de la historia moderna, el pasaje a Occidente de los estados latinoamericanos continúa transitando por procesos de violencia que se legitiman en “la profunda complicidad entre el historicismo burgués que lee la historia regional de acuerdo con un esquema estandarizado y las transformaciones sucesivas del patrón de acumulación, permitiéndonos comprender la teoría general de la modernización (formación del Estado-industrialización, nacional-desarrollismo, integración, globalización, etc.) como filosofía de la historia del capital” (S. Villalobos Ruminott, Soberanías en suspenso. Imaginación y violencia en América Latina [Lanús: La Cebra, 2013], 66-67). Debemos reconocer que las condiciones materiales de existencia actuales de la región son la materialización de dicha filosofía, lo que hace visible la abstracción-relato. Sin embargo, dada la manera en que se ha logrado construir el imaginario de modernidad alrededor de la filosofía de la historia del capital (en tanto abstracción) y no alrededor de una topología del capital (su materialización), las condiciones de precariedad intensa que subsisten terminan fortaleciendo el proyecto modernizador en lugar de subvertirlo. La relación entre filosofía de la historia del capital y la topología del capital deberían exponer la relación inevitablemente aporética entre el capitalismo y la democracia, pero la industria cultural —en su sentido más amplio posible— ha instrumentalizado la aporía y la presenta como la tensión a superar en lo que ahora aparece como La Historia natural del capital.
8. Monge, Las tierras arrasadas, 263.