Sudor frío
¿Cuál es el rol que juega finalmente el silencio en la profesión y los medios de comunicación? ¿Existe acaso un [...]
22 febrero, 2018
por Pablo Goldin
“Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia;
y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18).
Vecinos celebran la vida y despiden a su edificio en Prosperidad 4 https://t.co/t2PnRCE6Nt
— Xóchitl Gálvez Ruiz (@XochitlGalvez) 17 de febrero de 2018
Mariachis, un cura, vecinos y la delegada Xóchitl Gálvez preparaban bajo mi ventana la despedida de un edificio dañado por el temblor en la calle de Prosperidad 4, el sábado al mediodía.
El viernes por la tarde, juraba que la Ciudad de México y los estados vecinos colapsaban de nuevo cuando polvo y escombros eran escupidos por esa edificación. Lo mismo el domingo de madrugada y, probablemente, así sea cada que vuelva a escuchar la alerta sísmica. Resulta difícil acostumbrarse al choque de un edificio con otro, a correr por escaleras y comunicarse desesperadamente a través de líneas telefónicas saturadas. La negación no impide temblores, la indignación tampoco sostiene edificios, la resignación minimiza las grietas en la cordura de los afectados, pero probablemente sea la aceptación más que todas las demás quien termine por ser el camino hacia una posible solución.
¿Qué hacer en este panorama de repetidos temblores? Parecen pocas y lentas las soluciones que mantienen a tantas personas dando vueltas en círculos burocráticos y a los edificios dañados en espera de algún tipo de sentencia. El epifánico episodio del sábado me pareció una invitación a cuestionarlo.
Exiliado del edificio que habité toda mi vida en la colonia Condesa, me mudé a raíz del sismo a la colonia Escandón, como tantas otras personas que ahora rentan mientras la ruleta rusa de la reconstrucción corre al ritmo del mantra “no temblará”. Estáticos, dañados, conservados o apuntalados, los edificios construidos antes del reglamento de 1985 no están calculados para temblores fuertes y, como comprobamos recientemente, los nuevos tampoco son inmunes a ellos. Parecería que tenemos que empezar de nuevo con cada temblor.
Las delegaciones no parecen tener aún corresponsables estructurales o directores responsables de obra que den seguimiento a los edificios dañados o vulnerables ni cuadrillas que los apuntalen o reparen. Seguimos en la ley de la selva, donde los impuestos se pagan y los organismos existen, pero las soluciones parecen venir de los civiles haciendo movimientos o voluntariados a costa de sus recursos y paciencia. ¿Entonces cómo sigue la historia?, ¿resultan más útiles psicólogos y entrenadores que nos ayuden a rigidizar nuestras emociones y correr más rápido que impotentes profesionistas que conocen la teoría con la cual prevenir, construir y reparar, pero no encuentran los canales políticos y financieros para lograrlo?
Bajo a la calle para atestiguar la tertulia mientras pienso en lo azaroso e indignante que resulta vivir en un país donde el secretario de gobernación y un gobernador aterrizan con un helicóptero sobre los damnificados y causan más bajas que el propio temblor. Vecinos y acompañantes peregrinamos juntos a través de la barrera de madera que montaron en la mañana, escuchamos las palabras del padre que baña con agua bendita a los asistentes y al edificio que pronto será demolido. Explotan los mariachis, se abren los refrescos y se reparten los pambazos. Conocidos y extraños lloramos juntos mientras los vecinos se abrazan compartiendo nostalgia e ilusión de un nuevo edificio. Me entrego a la situación. La fiesta que soñaba hacer a los pies de mi edificio dañado desde el 19 de septiembre, sucede frente al departamento que ahora rento. Los espejismos me invaden, los personajes se asemejan, pero los resultados son distintos. La delegación Miguel Hidalgo cuenta una historia muy diferente a la delegación Cuauhtémoc. El delegado es interino, no hay agua en muchas casas, ni tampoco mariachis, curas, refrescos o pambazos, porque los edificios están esperando de pie respuestas a sus daños. A pesar del peligro que representan, no hay acciones generalizadas con albañiles y estructuristas en vez de promesas y discursos. Que me lo hagan saber si me equivoco, son muchas las zonas de la ciudad y el país donde no existen mucho más que vecinos corriendo en círculos salvándose a sí mismos imaginando cómo pagar algo sin dinero a la espera de algún arquitecto de rapiña que los demuela y termine por mandarlos a las periferias.
En un mundo paralelo, del otro lado de Benjamín Franklin atestiguo el nacimiento de un edificio de usos mixtos que encontró la manera de autofinanciarse por medio de leyes y aumento de densidad gracias a un arquitecto, una empresa constructora, un abogado y una delegada que comparte un brindis con los vecinos y que desde el primer día les ha dado seguimiento. ¿Qué forma tenga?, ¿qué estilo siga? A nadie le importa en esa fiesta, a mí tampoco. El arquitecto se llama Enrique Díaz Peña. Su equipo, el abogado Humberto Muñoz y el arquitecto Gabriel Chánez también están presentes. Hablamos de litigios, de corridas financieras, de usos de suelo, de leyes y de juntas vecinales. Me parecen unos héroes. Rescataron a los vecinos como quienes conservan preexistencias.
Recuerdo el brindis que Emiliano Gamero ofreció a los damnificados el día primero de enero en la Plaza de Toros México, a quienes cantaron frente a Prosperidad 4, a los profesionistas que ofrecieron su trabajo a la reconstrucción y a todos aquellos que voluntariamente han ayudado a vivir mejor en esta inestabilidad aceptando que no podemos evitar los temblores pero podemos dar respuestas.
Habitamos en un mundo determinado por el dinero y la violencia. Si realmente los fondos recaudados para la reconstrucción y nuestros impuestos no encuentran un sitio lejos del escándalo, será entonces la violencia, y no los festejos, la que termine marcando la reconstrucción o destrucción de este país. Los tiempos de la paciencia, los sismos y la arquitectura son muy distintos. El camino de la aceptación no es tolerable en todos los ámbitos.
Prosperidad 4, esquina con Progreso, es un ejemplo de que si existen soluciones, que podemos aceptar a los temblores y contrarrestarlos con leyes, arquitectura, humanidad y recursos. De que es posible superar la frontera del discurso y los dibujos para actuar en la vida de las personas. ¿Fue todo un espejismo? El tiempo dirá.
Pregunto a todos aquellos que no son voluntarios sino responsables: ¿Qué camino están concibiendo en un territorio donde los edificios tiemblan y, a diferencia de Japón o Chile, se desploman por errores, omisiones y corruptelas humanas? Los días pasan, damnificados siguen en las calles y edificios dañados siguen de pie. Ni el tiempo ni los temblores perdonan.
Felicito a los arquitectos, al abogado, a los vecinos, a Xóchitl Gálvez y a todos los involucrados por concebir juntos un proyecto hasta ahora ejemplar. La organización civil, de la mano de autoridades y profesionistas para la reconstrucción de 1985, dejó resultados que hoy deberíamos poder equiparar y superar, como el programa de Renovación Habitacional Popular y las propuestas que menciona Félix Sánchez en su artículo Y después del terremoto, ¿qué? en el No.82 de la Revista Arquine.
Replíquense los festejos con mariachis, pambazos y vecinos, aunque sigan los temblores, pero, de una vez por todas, solucionemos nuestros errores.
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