Gobierno situado: habitar
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3 abril, 2013
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
La mayor parte de las mujeres profesionistas pueden contar historias de horror sobre la discriminación que han padecido durante sus carreras. La mía incluye trivialidades sociales así como grandes traumas. Pero algunas formas menos comunes de discriminación se atravesaron en mi camino cuando, a media carrera, me casé con un colega y unimos nuestras vidas profesionales justo cuando la fama (aunque no la fortuna) le golpeó. Vi cómo fue manufacturado como gurú arquitectónico frente a mis propios ojos y, en alguna medida, a partir de nuestro trabajo conjunto y del trabajo de nuestra oficina.
Denise Scott Brown
Así empieza el ensayo Sexismo y el star system (Armada de palabras) publicado por Denise Scott Brown en 1989 pero escrito desde 1975, es decir, 16 años antes de que la Fundación Hyatt le otorgara el Premio Pritzker de arquitectura a Robert Venturi, ese gurú arquitectónico con quien se casó en 1967, 24 años antes del Pritzker. Desde entonces ha realizado tanto proyectos arquitectónicos como investigaciones, escrito libros y dado cursos en universidades. Esas fechas dejan claro, pienso, que el interés de Denise Scott Brown en el problema del sexismo en la arquitectura no deriva, por supuesto, de que en 1991 el premio se le haya concedido a Robert Venturi sin mencionarla a ella. Que 22 años después se inicie una campaña para pedirle a la fundación del Pritzker la inclusión de su nombre como recipiendaria del premio en 1991, no tiene que ver sólo con reconocer a un par de arquitectos que han realizado juntos gran parte de su obra como iguales, sino que hay que entenderla como parte de una lucha —aunque la palabra hoy suene gastada— que desde el siglo pasado busca equidad y no sólo de género.
En cuanto al Pritzker, de 36 premios que se han otorgado desde 1979, cinco han sido para japoneses —contando a Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa como una oficina—. Europeos han sido 19 —de nuevo contando a Herzog & de Meuron como uno— y diez para americanos —siete de Estados Unidos, dos brasileños y un mexicano: Barragán—. De 36 premiados sólo dos han sido mujeres: Zaha Hadid y Kazuyo Sejima —junto con Ryue Nishizawa—. No sólo olvidaron a Denise Scott Brown hace 22 años al premiar a Robert Venturi, sino que el año pasado olvidaron a Lu Wanyu, esposa y socia de Wang Shu —que ella haya aceptado esa situación no justifica el olvido—. De los 36, cuatro son parejas y 32 son arquitectos solitarios —¿culto a la personalidad?—, aunque entre éstos haya un caso insólito: Gordon Bunshaft, conocido sobre todo por su trabajo dentro de Skidmore, Owings & Merril LLP.
En otras palabras, el Pritzker privilegia la idea romántica del arquitecto como creador individual —¡viva Howard Roark!— un poco como el Nobel de literatura del que se supone es par, aunque el premio, en efectivo, sea sólo la décima parte. Pero si la literatura se escribe generalmente a solas, por lo regular la arquitectura así no se hace. Tal vez en arquitectura los premios debieran parecerse más a los de cine, con uno para el mejor director, pero otros para el editor, el guionista, los actores y un largo, muy largo etcétera. Sobre esto también invita a reflexionar la petición de incluir a Denise Scott Brown en el premio de 1991, pues, como ella ha dicho, nos lleva a celebrar la noción de la colaboración creativa.
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