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Empezando por lo obvio: una foto grupal para Denise Scott Brown

Empezando por lo obvio: una foto grupal para Denise Scott Brown

8 marzo, 2024
por Olmo Balam

Empezando por lo obvio: como una antología sobre la influencia y legado de Denise Scott Brown (Nkana, Zambia, 3 de octubre de 1931) que inicia con la fotografía icónica de 1966 que la muestra a ella, entonces de 35 años, con las manos en la cintura y un gesto de desafío alegre; detrás, el paisaje desolador de Las Vegas, no sólo por el páramo arenoso y los escombros que aparecen en primer plano, sino por los anuncios y edificaciones en el skyline de una no-ciudad que estaba, en buena parte gracias a ella, a punto de revelar sus secretos. Sí, es lo más obvio, pero es probable que no hubiera una mejor manera de iniciar un libro coral como Denise Scott Brown In Other Eyes (Birkhäuser, 2023), editado por Frida Grahn y publicado a propósito de los 60 años de Learning from Las Vegas: the Forgotten Symbolism of Architectural Form [Aprendiendo de las Vegas: El simbolismo olvidado de la forma arquitectónica ] (1972), el libro que la arquitecta firmó junto a Robert Venturi (autor también de la foto en cuestión) y el fotógrafo Steven Izenour.

Pese a ese inicio celebratorio, e incluso grandilocuente, el volumen no es, ni de cerca, una apologética de Scott Brown, sino que, como mayor muestra de las lecciones aprendidas por su actividad —tanto arquitectónica como teórica y pedagógica— de más de medio siglo, el volumen pone bajo una intensa luz crítica las ideas, la época y el legado (una palabra no exenta de patriarcalismo) de una pensadora cuyo impacto apenas se empieza a discernir, una vez traspasado lo que fue el umbral característico de su época: la dicotomía modernismo/posmodernismo, en tiempos en que incluso ya se habla (al día de hoy no se sabe con cuánta fortuna) de metamodernidad.

El libro reúne a una veintena de autorxs cuyas contribuciones no rebasan las 10 páginas, y se divide en tres partes y un epílogo en el que, como si fuera el cierre de un roast cordial y sumamente académico (llevado a cabo, entre otros, por Sarah Moses, Mary McLeod, Sylvia Lavin o Jacques Herzog), la propia Denise Scott Brown se une al foro para dar unas últimas palabras, ninguna a la defensiva, con respecto a un acto que, bien visto, sólo podría ocurrir bajo el star system que tanto criticó. Pero antes hay un recorrido por sus años de formación en la década de 1950 (bajo la rúbrica “Learning”), con artículos que profundizan en los orígenes sudafricanos de su visión; el encuentro con la historia de la arquitectura en Londres; su temporada en la oficina romana de Giuseppe Vaccaro; un itinerario que daría como fruto temprano la interdisciplinariedad y extraterritorialidad de la Scott Brown en sus escritos de madurez.

La segunda parte recorre los años 60 (llamada aquí “Teaching”), periodo de eclosión en el que la docencia le permitió a la autora desarrollar sus ideas en un contexto en el que las ciencias sociales, el movimiento por los derechos civiles (sobre todo la segunda ola del feminismo anglosajón) y el ascenso de la cultura pop como problema de estudio generalizado componían el fermento intelectual de una época en la que ya era posible palpar los primeros indicios de que la revolución planteada por el modernismo arquitectónico estaba flaqueando, cuando no dirigiéndose a un fracaso rotundo.

Es en esta sección en la que se puede situar de mejor manera a la arquitecta y sus obras, al fin y al cabo, artefactos de una década hambrienta por nuevos futuros y —quizá este fue el talón de Aquiles de esa efervescencia casi revolucionaria— grandes teorías, semejantes a las de la Ciencia Natural (procreadora de transbordadores espaciales y bombas nucleares), capaces de unificar y dar sentido a un mundo en guerra (dizque fría). En ese sentido, y en retrospectiva, el gran conflicto al que se enfrentaron Scott Brown y Venturi en su safari por Las Vegas no fue el de reconciliar la baja cultura con la alta; ni tampoco la de aceitar la bisagra entre modernismo y posmodernismo; ni siquiera fue la de lograr una mutación funcional entre arquitectura y ciencias sociales, cosa que ya estaba, por de más, haciéndose gracias al urbanismo; más bien, lo que estaba en juego era la cientificidad misma de la arquitectura. Esto se puede ver en la propia historia, tanto editorial como la que cuentan los dos autores, de Learning from Las Vegas, un libro que ha sido acusado, al mismo tiempo, de blasfemo y fundador de un nuevo canon; un producto editorial que exigía circulación de medio masivo de libros, por ejemplo, como los de dos bestsellers sesenteros, Marshall McLuhan o Tom Wolfe (uno de los grandes divulgadores de la obra de Scott Brown y Venturi), quienes en su momento recurrieron a la forma almanaque, mezcla de fotos, observaciones minúsculas sobre lo minúsculo y concentración aforística; al mismo tiempo que se quería una teoría general como las que Lévi-Strauss estaba trabajando en antropología o Chomsky en lingüística. De ahí la manera ritmada, en fragmentos, de Aprendiendo de Las Vegas (tomo como referencia la segunda edición, más barata y al alcance del internauta), que llega a sus conclusiones más famosas, como la del pato y el tinglado, por medio de una colección entomológica de detalles, fotos y diagramas.

En uno de los textos más importantes de In Other Eyes, “On Camp, Revolutionariness, and Architecture” [“Sobre lo camp, ‘revolucionariedad’ y arquitectura”], el historiador francés Valéry Didelon hace unos de los crossovers más obvios —pero que hasta donde se sabe nunca ocurrieron— de ese vertedero de baratijas, folclore y nostalgia convertido en campo de pensamiento llamado Americana: el encuentro entre Susan Sontag y sus notas sobre lo camp con Learning from las Vegas. Concomitantes, y hasta complementarios, ambos textos partían de una noción muy distinta de lo político en las manifestaciones culturales. Mientras que el ensayo de Sontag (de 1964), con su propia cualidad fragmentaria, puso por primera vez en tela de juicio la fingida falta de politización de la cultura de masas, su gesticulada ironía y conciencia de sí misma (la tan gringa self-awareness), el texto de Scott Brown y Venturi —Didelon analiza— rehuyó las implicaciones políticas que tenía el análisis del strip de Las Vegas y su mezcla entre lo pop y lo kitsch, en favor de una visión histórica y cientificista de las formas urbanas. Sin embargo, esta aproximación no pudo inhibir conclusiones provocadoras como la de que Las Vegas era, más que un fenómeno espacial, uno visual; o que la existencia de una ciudad semejante era el triunfo de una “arquitectura de la comunicación masiva” y la economía del mercado (eufemismo, dicho sea de paso, para no decir capitalista), mismas que desde una perspectiva camp pueden leerse no como una celebración del consumismo, la publicidad y la ludopatía cultivadas en Las Vegas, sino como una versión empática de la curiosidad sobre la suciedad y fealdad existentes. Si eso nada más, una ironía desapegada (justo lo que siempre se le reprocha al posmodernismo), puede lograr un cambio, no es algo a lo que responda ni Sontag ni Scott Brown; pero tal vez sea más que suficiente ver un horror como Sphere, el estadio esférico diseñado por Populous que se inauguró en 2023 y es constatación (no símbolo) de que la Venecia distópica de La Vegas va a continuar, ya casi sin oposición alguna.

La tercera parte del antología (“Designing”), que cubre de 1970 hasta 2020, sirve como un repaso por las múltiples iteraciones del pensamiento de Scott Brown tras confirmarse su importancia como pensadora crítica: como sus ideas sobre saneamiento urbano, que se pusieron en la práctica, como cuenta Hilary Sample en su turno, con programas para hospicios que recurrieron a las ideas sobre arquitecturas del bienestar que, además, se vieron a prueba con la emergencia epidemiológica del covid-19. Uno de los mejores artículos de esta sección es “Evidently—On “Learning from Everything” [“De manera evidente: ‘aprendiendo de todo’”], en el que el historiador del arte Aron Vinegar se centra en un volumen como Having Words [del cual existe una excelente traducción al español editada por Arquine: Armada de palabras. Provocaciones arquitectónicas] y su idea de “hacerle frente a lo inenfrentable” (o encararse, como en la versión de Alejandro Hernández Gálvez), una escritura que no se conduce por un imperativo de teoría general, sino que más bien estuvo “impulsada por actos incesantes, necesarios y contingentes de fundamentación que son inquietantes, insolubles y, también, fundadores.” Es decir, un espacio liminal, como el de la arquitectura convertida en una postdisciplina, posición en la que, se puede decir con justicia, Scott Brown estuvo adelantada a su tiempo.

Es verdad que la compilación se centra más en la evolución de las ideas y el activismo de Scott Brown con grupos marginalizados (mujeres, personas racializadas, los sin techo), pero es porque la misma arquitecta, una vez más, es la que opta por describir los proyectos de su despacho, Venturi Scott Brown & Associates: como la ampliación del ala Sainsbury de la Galería Nacional de Londres (1991); el Complejo del Consejo General de Toulouse (1999); el Mielparque Nikko Kirifuri Resort en Japón (1997); o el proyecto del Smithsonian’s Museum of the American Indian (1992). Viniendo de Scott Brown, no sorprende esta manera de terminar un libro, sobre todo para sus lectoras y colegas: se trata del enésimo gesto de cara a una galería, poblada sobre todo por hombres, de que sí ha sido arquitecta por derecho propio; o quizá la respuesta al incidente misógino del día de una mujer ya nonagenaria que, pese a todo, ha creído que en arquitectura 1 + 1 > 2, es decir, uno más uno es más que dos.

Terminando por lo menos obvio, el libro tiene una última colección de fotos tomadas por Scott Brown a lo largo de medio siglo. Hay una que se parece a la que ha adornado los fondos de pantalla y cabeceras de redes sociales de miles de arquitectas alrededor del mundo, semejante no por su encuadre, ni en el tema, pero sí en el gesto desafiante: una “selfie prerrafaelita” de Denise Scott Brown en un motel de Las Vegas. Sobre la cabeza de cabello rojo despeinado de ella, que está de pie en camisón y a oscuras, hay una aureola provocada por el flash de su cámara sobre una cubeta de metal. Es 1965 y ella está por encarar un futuro incierto y con muchas cosas que no nos van a gustar: reír para no llorar. ¿Acaso puede ser de otra manera?

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