TERCE
Es media mañana y Fray Andrés se encamina a una nueva alabanza, para que la gracia divina otorgue su permiso y los trabajos culminen el Templo. Así, envuelve el espacio en una austera muralla de gruesos muros reforzados con robustos contrafuertes que aterrizarán el empuje de las bóvedas hasta el suelo y siguiendo una métrica rigurosa, cual si se tratara de un cántico gregoriano, una gran ventana se insertará en el muro, justo a la mitad del espacio entre cada contrafuerte, éstos a su vez, serán coronados por una fantasía de garitas con almenas, reinterpretando un pináculo. Allá arriba, donde la edificación mira al cielo, imaginará fray Andrés a los ángeles, como soldados vigilantes que transitan el paso de guardia en su fortaleza mística, con el fin de ahuyentar a las demoniacas tentaciones.
Al interior, Mata decide jugar con dos formas de abovedar el espacio. Elige un cañón corrido para el espacio que va del acceso y sobrevuela el coro, para posteriormente acercarse al altar principal, usando una secuela de bóvedas nervadas cuya complejidad en el dibujo geométrico, va aumentando según su progresión hacia lo divino. El retablo principal, estará coronado por la bóveda que dibuja la geometría más elaborada, donde al poner la piedra clave con la que sostiene ese último tramo del techo, se cierra el rezo.
SEXTA
Cuando el sol llega al punto más alto de su trayectoria, entre el oriente y el poniente, justo a la mitad del día, es hora de una nueva alabanza. Toca definir el portal donde los monjes darán cobijo y descanso a los peregrinos y que funcionará como conexión entre el exterior y el interior del convento, el cual, debe ubicarse según la costumbre, al sur del volumen del templo, haciendo coincidir en orientación, la fachada principal de éste y la del recinto donde habitarán los monjes. Para ello, la tipología marca la necesidad de un espacio a nivel de piso y fray Andrés dibuja en su cabeza, y en el papel, tres arcos cuyo intradós repite el moderno encasetonado renacentista. Por encima del portal una logia cuyos arcos (también tres) contrastan en ligereza y proporción con los del portal remata la portada del convento, para que los habitantes enclaustrados, asomen desde el segundo nivel, su curiosa vista a quienes deambulan en el atrio.
Al interior del portal de peregrinos, una transversal bóveda de cañón corrido a la que se adorna con lacerías góticas y mudéjares produce una intensa y refrescante sombra, mientras que un elaborado marco de cantera señala el zaguán que da paso al convento. Una discreta alabanza, para un rezo sencillo y menor.
NONA
El sol se inclina ya hacia el poniente, y a las tres de la tarde toca, en la última de las horas menores, hacer el rezo previo a vísperas. Un rezo para los hermanos que habitarán el convento, un rezo que piensa en las celdas con ventanas adecuadas para sentarse a leer y escribir, pequeñas, suficientes para una persona, sin más que una mesa, una cama y un perchero. Los espacios colectivos: Biblioteca, taller, refectorio para compartir el pan y el vino, cocina para ensalzar el don que Dios da con el sentido del gusto. Espacios para atender a los feligreses, como el dispensario y la portería. Y los deambulatorios que les conectan y al mismo tiempo, al vestir sus muros con una riquísima secuencia de esgrafitos, se convierten en un ritual de recorrido y meditación contemplativa.
Para el refectorio, una fantasía en el techo: Casetones cónicos de traza entre circular y octagonal, se entrelazan en una maya con hexágonos ligados en cuyo interior se dibuja una flor. Cada casetón a su vez contiene al fondo del cono una flor “pasionaria” rodeada por hojas que llegan hasta el borde de la geometría. Completa la composición de tan peculiar bóveda, con pequeños medallones entre los octágonos, que contiene monogramas de Jesucristo y María, para el buen provecho. No todo es adorno, el casetón funciona acústicamente para romper los ecos y que la lectura que nutre el alma mientras se nutre el cuerpo, llegue sin ecos a cada hermano.
VÍSPERAS
El sol se acerca al horizonte, y para dar gracias a lo transcurrido, se hace la alabanza de una de las horas principales. Mientras el astro luz baña con sus cálidos rayos la fachada principal de templo y convento, resaltando la torre en el paisaje que se acota con la sierra, Fray Andrés decide eclectizar la piel del claustro: El claustro bajo, se eleva verticalmente en arcos apuntados que recuerdan el gótico emblemático del medievo, pero cada vez más en desuso ante las modernas ideas renacentistas, que retoman el orden clásico de la arquitectura romana y griega. Pero para el claustro alto, recurre al arco de medio punto apoyado en esbeltas columnas toscanas. Dos arcos clásicos para un arco gótico es el juego, reflejando lo público abajo, y lo privado arriba.
Para asegurar la solidez de la estructura, unos sobrios contrafuertes alternan el ritmo con los arcos apuntados del claustro bajo, ya que en ese tiempo, el arte es ciencia y viceversa. El efecto conseguido, son cuatro fachadas idénticas acotando el patio cuyo matiz de diferencia, se encuentra en los segundos planos, ya sea por el asomo del muro almenado del templo, o por la torre que comunica con imagen y sonido, los eventos místicos del día.
La alabanza está casi completa.
COMPLETAS
Se acerca el tiempo del descanso nocturno, y la última alabanza correspondiente a las horas menores. Para Fray Andrés, y su universo edificado, quizá implique cerrar el atrio con la barda también almenada; el huerto con que se alimentará la cocina y completará el servicio del dispensario, por supuesto la zona de letrinas para el alivio de los procesos digestivos del cuerpo, y la cisterna, ya que no abunda el agua en la región. Ésta última colectará el agua que cae sobre los techos del conjunto, canalizada por gárgolas, ranuras, canales.
El fraile ha completado los trabajos. Otros vendrán décadas o siglos después, a ajustar, modificar, quitar o sumar o reconstruir elementos, porque la arquitectura no es de quien la produce, si no de quien la habita y suele suceder, que mientras los edificios siguen en pie, las ideologías cambian, las necesidades se transforman y, por lo tanto, los espacios evolucionan, como evoluciona también nuestra concepción del tiempo, en este caso, dividido en 7 segmentos del día que se acompañan con 8 momentos de alabanza. El reloj marca las horas que nosotros le indicamos.