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Columnas

Saberes al borde. Materialidades para habitar el río Medellín

Saberes al borde. Materialidades para habitar el río Medellín

15 mayo, 2024
por Ricardo Vladimir Rubio Jaime | Twitter: VladimirRub

Todo cuanto tiembla en el borde es nacimiento.
Piedad Bonnett 

 

Son las siete de la mañana, la luz ha aclarado el cielo desde hace más de una hora, pero el sol recién se eleva más allá de las sinuosas laderas. Entre sus paredes y pliegues, y detrás de sus cúspides, miles de escamas anaranjadas se superponen y amontonan. Para quien recién llega a esta ciudad, su imagen está impregnada de una sensación de falta de espacio. 

Aunque es domingo, y el metro elevado está casi vacío —infraestructura habituada a cuerpos comprimidos para el tránsito productivo—, elijo estar de pie en uno de sus tantos vagones. Miro, desde una de sus ventanas, el transcurrir casi recto del río Medellín, que acompaña mi camino inicialmente por oriente —hasta desaparecer—, y que brota —tras una extensa curvatura— en el lado opuesto al comienzo de mi viaje. Es justo en este punto, cuadras antes de llegar a la estación Industriales, que lleva este nombre en “honor” a las principales fábricas que, durante muchos años, han vertido sobre la ciudad y este río: venenos, contaminación y desigualdad, que se hacen más visibles otros habitantes, no ya de las lejanas laderas, sino en los bordes próximos que confinan hoy el río de la ciudad. 

El Aburrá, antiguo nombre del río Medellín, en su paso por la lógica productiva materializada, fue recti-ficado, es decir, obligado a perder sus meandros —curvas que retrasan el transcurrir de su caudal— a mediados del siglo pasado. En el pasar de sus intervenciones, se crearon taludes a base de placas de concreto, y en su parte superior prosiguió su geometría por medio de vegetación, que hoy en día componen, de forma naturalizada, el paisaje de esta ciudad. Sobre, entre y cerca de estos taludes, los habitantes en situación de calle, o en este sentido, en situación del río, construyen sus provisionales moradas. 

A diferencia de los discursos hegemónicos, que actúan con violencia sobre estos cuerpos que tienen conocimientos y prácticas situadas —y sin negar los riesgos inminentes de habitar los márgenes de un río fuertemente contaminado e impredecible en sus crecientes hasta el desborde—, esta pequeña reflexión quiere reivindicar, visibilizar y valorar los saberes constructivos y la capacidad de lectura del territorio para el emplazamiento y construcción de sus habitáculos, que les permiten permanecer y sobre-vivir en este espacio. Como se verá a continuación, se trata no sólo de una respuesta precaria, sino de saberes éticos, dignos de ser aprendidos y reproducidos, en lugar de ser sufrir menosprecio y verse eliminados violentamente. 

 

Saberes vernáculos contemporáneos: la naturaleza de la basura 

En 1967, Lina Bo Bardi presentó, en la muestra Moderno: Diseño para la vida cotidiana en Brasil, México y Venezuela, 1940-1978, una silla que habría diseñado y construido, mientras esperaba la llegada de un autobús a pie de carretera. Lina señaló que habría aprovechado toda la experiencia popular, vernácula, del noreste brasileño para llegar a este simple y hoy icónico diseño. [1] En él utilizó, de la forma más simple posible, lo que encontró a la mano, como cuerdas y maderas, y las reunió mediante métodos y lógicas constructivas simples. 

¿Qué diferencia podríamos decir que existe entre este gesto de Bo Bardi y todos aquellos otros acontecimientos creativos que día a día surgen como respuesta a una necesidad? Me atrevería a contestar que ninguno. Salvo la visibilidad que se le otorgan a ciertos personajes y discursos por sobre otros, a veces, de manera muy tardía, como en el caso de Bo Bardi. Día a día, en la clandestinidad, y bajo la más humilde de las respuestas, las personas solucionan sus necesidades y facilitan su lugar de vida, por vía de la infinidad de materialidades diseñadas por sí mismos, construidas con lo que cuentan a su alrededor, sin el más mínimo de los reconocimientos. 

Para el Consejo Nocturno, una de las muchas características que definen a una construcción vernácula, sería esta. La de retomar los materiales más próximos y hacer con ellos una “prolongación del entorno, no su refrenamiento o dominación”. [2] Pues bien, la primera propuesta de este texto es que las personas que habitan el borde del río Medellín hacen arquitecturas vernáculas. Mas no en el sentido clásico de la exclusiva utilización de materiales “naturales”, como lo harían los animales, según Pallasmaa: 

Las culturas tradicionales, con sus arquitecturas vernáculas, emplean los mismos materiales naturales que los animales —como fibras vegetales, hojas, ramas, arcilla, barro, excrementos de animales o nieve— y están obligados a trabajar estos materiales de acuerdo con sus propiedades físicas. [3] 

Se sabe, sin embargo, que los pájaros contemporáneos adaptan a sus nidos tapas plásticas, envolturas y telas que encuentran por la calle. No podría reprochársele al animal de perder su capacidad de saber construir de forma armónica por la utilización de estos materiales. Sin embargo, sería más común negar que una arquitectura vernácula pueda estar hecha a base de basura. A menos, claro, que entendamos esos otros materiales como parte de la naturaleza del espacio social. En estricto sentido, cualquier material natural, incluido árbol o tierra, ha pasado ya por un proceso de transformación metabólica por otros cuerpos, como le expresa Bruno Latour al redefinir la naturaleza: “Las formas de vida tienen consecuencias, su metabolismo deja un montón de residuos, unos residuos que son utilizados por otras formas de vida,” [4] es decir: no existe lugar y materia prístina, no existe naturaleza inmaculada, todo ha sido ya modificado con anterioridad. 

Para la finalidad de ese ensayo, hablaré de la basura (los desechos inservibles de unos), como un material natural para otros, dado que es una materia prima encontrada en el territorio y utilizado a su favor, y que cumple además con otra de las características fundamentales de una buena arquitectura vernácula: “la energía invertida —para su producción— es baja.” [5] Es decir, definiré los materiales utilizados por los habitantes del río Medellín como naturales. Basura para el sistema dominante de consumo y desecho, pero materia prima para quienes están al borde de esta lógica, como el pájaro que usa la tapa plástica en su nido sin tener que fabricarla. 

 

 

Métodos a (la) mano. Saberes del sustento

En Animales arquitectos, Pallasmaa hace hincapié en todos los métodos y destrezas que los animales utilizan para construir sus propias moradas. Con pocas herramientas, y en la mayoría de los casos, con sus propios cuerpos, los animales excavan, esculpen, moldean, apilan, enrollan, pliegan, hilan, tejen y cosen. Sin máquinas ni combustibles, agrupan la materia dispersa y la vuelven estable y habitable. 

Diagrama: Saberes al borde

 

Movilizado por este metro, observo, a lo largo de 5 kilómetros —que van desde la estación Industriales hasta la estación Ayurá—, la forma en que seres humanos habitan y se adaptan a su entorno. Hay quienes reposan, como quien encuentra una cueva en su camino, los desemboques principales, hechos a base de concreto, mientras estos posean poco o nulo caudal. En el duro calor del mediodía, este el refugio más fresco ante el inclemente sol. Pero también hay lugares modificados, donde se ha excavado, moldeado y apisonado la tierra para dar espacio a sus casas. Entre árboles —dado que saben que las raíces sostienen la tierra—, y arriba de los desemboques —puesto que saben que estabilizan la resistencia del piso—, los humanos generan un hueco y en él extienden plásticos, tensan lonas, pliegan y doblan telas, las hilan, apilan tablones, cartones y plásticos. Para mantener la tensión y mínima amplitud al interior, hacen contrapesos con llantas y botes llenos de tierra o piedras, y usan troncos a modo de contrafuertes a las orillas. Ponen a trabajar al unísono a múltiples materiales que han podido recolectar a su alrededor. Algunos, cargados desde los barrios aledaños hasta el sitio, y otros que, como me cuenta uno de sus habitantes, “son traídos por el propio río.” [6] 

Con sus diseños abren y cierran su morada al exterior con solo plegar una de las lonas hacia el techo. Saben aprovechar los lazos tensados hacia los árboles para tender su ropa, o utilizan las planchas de concreto inclinadas para ponerlas a secar al sol. Tienen y guardan pertenencias: bicicletas, colchones, cobijas, utensilios con los que cocinan, herramientas con las que mantienen y reparan su frágil hogar. Acumulan plásticos, cartones y metales para venderlos más tarde. Algunos pocos cultivan sus alimentos (papayos o maíz) y usan incluso espejos como sistemas de vigilancia. Tienen sus costumbres, ordenan a su manera el lugar, tienen una morada, un reducto para intentar descansar.  

Cambiar(nos) las formas de vida 

A veces, para justificar sus desplazamientos y desarraigos, o generar narrativas contra los ya de por sí desfavorecidos, los medios de comunicación hablan de personas que generan “zonas peligrosas” [7] o equiparan su aparición, cada día más cotidiana entre las calles, como la de las “plagas”. Eliminan la palabra casa, hogar o morada, y en su lugar nombran a sus lugares como cambuches, [8] palabra local que define lugares poco fiables e improvisados. Sí, están hechos de materialidades menos uniformes en la absurda estética citadina, y menos fuertes y durables, según las normas que dictan hoy cómo vivir, mas no por ello son menos significativas e importantes para sus moradores. Son saberes pertinentes para un mundo de derroche y sobreproducción absurda. Una vida al borde, no sólo de un río contaminado, sino del sistema hegemónico que nos dirige. 

En su libro Fantasma de la vida moderna, el filósofo Luis Arenas propone engendrar contra la idea dominante de las firmitas, un espacio frágil, definido como un espacio “fluido, flexible, amable. [que] Como los fluidos, adoptará la forma de lo que lo contiene. Escuchará atento y en silencio las necesidades de su entorno y de sus habitantes.”[9] 

Creo que, sin entrar en mayor detalle, podríamos consensuar que estas moradas se asemejan en gran medida a la descripción que el filósofo propone. Con esto no quiero que se interprete que su precariedad deba ser romantizada, puesto que son las propias prácticas del sistema —extractivas, acumulativas y de competencia, y por tanto de expoliación y expulsión a quien no puede cumplirlas—, las que obligan a estos moradores a vivir al borde de un río. Es la propia desigualdad la que genera estas otras formas de vida. Sin embargo, no podemos, por sobre esa evidente disparidad, in-visibilizar las energías, materias y conocimientos vertidos en la construcción y mantenimiento de su propio hogar. Antes bien, es pertinente observarlas y aprender de ellas. Son saberes valiosos que se vuelven ilegítimos en la medida en que existe un poder que así lo dicta. Conocimientos que evidencian su capacidad de captar las múltiples agencias que existen en el lugar, y de ponerlas a trabajar a su favor con el más mínimo gesto de intervención. Se trata de aprender a entender y respetar sus saberes y costumbres, y de ejercitar una capacidad de ver en las diferencias una potencia para transformar —no bajo la idea colonialista— sólo su vida, sino la nuestra. 

 

Referencias 

[1] Instituto Bardi / Casa de Vidro, A cadeira beira de estrada é um projeto de Lina Bo Bardi que junta materiais simples e características do trabalho da arquiteta, post disponible en Facebook, 30 de junio de 2014. 

[2] Consejo Nocturno, Un habitar más fuerte que la metrópoli, Pepitas de calabaza, España, 2018, p. 106. 

[3] Juhani Pallasmaa, Animales arquitectos, Gustavo Gilli, España, 2021, p. 31. 

[4] CCCB, “Natura, Bruno Latour i Gerard Ortín Castellví. Un vocabulari per al futur”, video disponible en YouTube,13 de octubre de 2020. 

[5] Juhani Pallasmaa, op. cit., p. 16. 

[6] En una de las breves y pocas entrevistas que pude realizar, ya que los habitantes están inmersos en una comprensible desconfianza, a uno de los habitantes —que ha preferido no divulgar su nombre—, al preguntarle de dónde consigue los materiales para construir su lugar, le consta esta situación al preguntarle de dónde consigue los materiales para construir su lugar. 

[7] Redacción, “La ciudadela al borde del río Medellín”, Alerta Bogotá, 14 de enero de 2015. Alerta Bogotá. Recuperado de https://www.alertabogota.com/noticias/local/habitantes-de-la-calle-crearon-una-ciudadela-al-borde-del-rio-medellin. 

[8] Santiago Olivares Tobón, “En más de 30 sitios en Medellín, habitantes de calle levantaron sus cambuches”, El Colombiano , 8 de octubre de 2022. Recuperado. 

[9] Luis Arenas, Fantasma de la vida moderna, Trotta, España, 2011, p. 216. 

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