José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
La Ciudad de México, entendiéndola como una extensión territorial que abarca tanto al centro como la periferia, fue dura, sinónimo [...]
4 enero, 2018
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
En el texto The Great Retail Retrofit, Richard Florida reportó que se perdieron más de 10,000 empleos en centros comerciales entre octubre de 2016 y abril de 2017 debido a la sostenida bancarrota de dichos centros de venta, generada por el incremento del comercio digital y por la forma en la que se han modificado los intereses alrededor de la vivienda urbana, lo que ha traído como consecuencia el abandono físico de esas construcciones. En las bodegas que quebraron comienzan a crecer las hierbas y el óxido. Pasando por alto cualquier convocatoria política —la Revolución de Octubre sucedió en 1917, y por esa simple cronología podemos concluir que es más bien inadecuado aplicar los mismos principios revolucionarios a nuestra época y a nuestra forma de capitalismo— resulta pertinente resaltar una paradoja descrita por Karl Marx en su Manifiesto Comunista: no es que posibles crisis debiliten el capitalismo, sino que el capitalismo produce sus propias crisis. El abandono de los centros comerciales no es una señal del fin de la venta y la demanda, es también capitalismo y un estímulo mayor para una economía primordialmente urbana.
Florida argumenta que gran parte del fenómeno se basa en la modificación de las aspiraciones de la clase media. Si en un momento se buscaba consolidar un hogar en los suburbios —geografía en la que se llegó a incrementar excesivamente la construcción de los centros comerciales— actualmente se busca habitar las ciudades desde una perspectiva que se encuentra relacionada con el consumismo contemporáneo. Así como no se busca meramente comprar un producto sino vivir una experiencia, algunas ciudades de Estados Unidos comienzan a habitarse al margen de lo que implica la propiedad inmobiliaria —adquirir una casa es también adquirir un patrimonio, y este movimiento se podría llegar a concentrar mayormente en sistemas familiares en los que esa propiedad era un lugar de crianza y un bien que podía heredarse a los miembros de la familia mientras que, como señala Anton Perouze, las generaciones que comienzan a conformar a la clase media buscan vivir en las ciudades para nutrir su crecimiento personal, por lo que la adquisición del patrimonio, y mucho menos de la formación familiar, no se encuentran entre sus expectativas; se trata, entonces, de una ciudad que se vive por lo que la ciudad tiene que ofrecer en términos de oferta, más no de garantías— privilegiando más la recreación que la estabilidad. Esto acarrea que el desarrollo inmobiliario comience a considerar los terrenos ahora ocupados por los ruinosos centros comerciales para sus proyectos, lo que cambiaría la faz de lo que era el suburbio, antes un sitio más asequible que los centros urbanos. Lo segundo es el incremento de una economía cada vez más intangible en las ciudades, la solidificación de un comercio marcado por algoritmos. Las industrias creativas y mercados como el de Google, iTunes, Amazon y sus servicios de Amazon Go —el centro comercial que, para evitarse filas en las cajas de cobro, propuso un sistema que trabaja bajo ciertos principios de la inteligencia artificial y que vende lo mismo que se podría encontrar en los supermercados que ahora se encuentran abandonados— comienzan a ser un posible proyecto de ciudad. Asimismo, el desarrollo pensado exclusivamente para la vivienda compartida, o el que se encuentra destinado para iniciativas como AirBnb, representa una inversión que, aunque no funciona todavía en términos totalmente generalizados, sí resulta lo suficientemente seductora como para que empresas comiencen a incrementar las regiones en donde construyen casas que nadie habitará permanentemente.
Si bien el abandono de los centros comerciales no es más que la transición a nuevos mercados, entre ambos extremos se mantiene la lógica de los espacios vacíos. Recordemos Playtime, la videoinstalación de Isaac Julien. En una de las escenas se retrata una oficina que albergó primero trabajadores y que después ocupó un solo piso con computadoras, las cuales ejecutan toda la producción. Todo lo que vemos después de la fase de los trabajadores son esas computadoras, además de amplísimos y elegantes recibidores y los cristales del edificio y el paisaje detrás de las ventanas constituido por más edificios verticales e igualmente vacíos. Julien nos quiere decir que esa es una postal de la gran prosperidad del capital contemporáneo.
Colofón
El sitio mexicano Real State Market publicó un reportaje estadístico sobre los incrementos de la construcción de centros comerciales en las ciudades mexicanas. El texto nos informa que “uno de cada tres centros comerciales de América Latina está en México”. Según Real State Market, el marco bajo el que sucede esto es el siguiente: “En opinión de diversos especialistas del sector, la gran expansión del retail en México se explica como un efecto de la creciente demanda de espacios para el esparcimiento, como una tendencia a sustituir las plazas y jardines públicos por estos nuevos centros comerciales en donde se concentran diferentes giros de entretenimiento”. A diferencia de Estados Unidos, México permanece en la construcción permanente de supermercados. Cabría preguntarse si en algún momento seguiremos la tendencia de otras economías hacia la intangibilidad de los servicios y hacia la digitalización de la moneda misma. Es decir, el acceso a las tarjetas de crédito tendría que ser un patrón común, algo que todavía no sucede en el país. Igualmente, nuestras economías urbanas mantienen las estructuras no sólo de los centros comerciales sino de la vivienda social, como CUPA o las unidades habitacionales conurbadas, además de que persiste una exigencia al Estado para que regule la construcción de las desarrolladoras, el mercado inmobiliario y la aparición de servicios que son propios de un sector mexicano por demás reducido, tanto que se han logrado suspender proyectos, o bien rampantes o bien benéficos, gracias a consensos de vecinos. Tal vez se trate de un atraso, tal vez ese atraso pueda jugar a nuestro favor. Lo que sí es que los centros comerciales que se levantan en la ciudad no son propiamente de iniciativa popular, y representan una apropiación de espacios que podrían ser públicos, además de acarrear grandes diferencias en sus costos con respecto a los supermercados más periféricos. Probablemente, lo que sucede en México no es la consolidación de espacios vacíos sino el llenado excesivo de los mismos a través de la deuda y de la diferenciación entre quienes sí pueden costearse vivir en la ciudad y quienes no.
La Ciudad de México, entendiéndola como una extensión territorial que abarca tanto al centro como la periferia, fue dura, sinónimo [...]
Como parte del contenido del número 105 de la revista Arquine, con el tema Mediaciones, conversamos con los fundadores de [...]