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Restablecer memorias. Ai Weiwei en el MUAC

Restablecer memorias. Ai Weiwei en el MUAC

22 abril, 2019
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

No imagino cosas. No tengo imágenes, ni memoria. Actúo en el momento.

Ai Weiwei

Todo está relacionado.

Ai Weiwei

 

“En la noche del 26 al 27 de septiembre de 2014, más de cien policías uniformados y otros hombres armados no uniformados atacaron cinco autobuses de estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, un autobús que llevaba un equipo de futbol juvenil, así como a periodistas, maestros y otros transeúntes en y alrededor de la ciudad de Iguala, Guerrero, México. Los ataques duraron más de ocho horas y tuvieron lugar en un radio geográfico de unos 80 kilómetros. La policía y otros hombres armados mataron a seis personas: tres estudiantes de Ayotzinapa, un joven futbolista, el conductor del autobús del equipo de futbol y una maestra que viajaba en un taxi en la carretera; hirieron a más ade 40 personas —un estudiante de Ayotzinapa permanece en estado vegetativo después de recibir un disparo en la cabeza—; torturaron y mutilaron a uno de los estudiantes antes de matarlo y dejar su cuerpo en un pequeño basurero cerca de una de las principales escenas de ataque, su rostro desollado; y desaparecieron por la fuerza a 43 estudiantes de Ayotzinapa de dos distintos autobuses que fueron atacados simultáneamente en dos sitios diferentes. En el momento de escribir este artículo, enero de 2019, ninguno de los 43 estudiantes ha sido visto desde que la policía los secuestró y se retiró con ellos.”

 

Así inicia el texto de John Gibier La desaparición forzada de 43 estudiantes de Ayotzinapa, incluido en el catálogo de la exposición del artista chino Ai Weiwei inaugurada el sábado 13 de abril en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo, MUAC, y titulada Restablecer memorias. El texto sobre lo ocurrido hace más de cuatro años en Ayotzinapa, sirve para presentar la obra de Ai exhibida en el MUAC. Y por obra hay que entender aquí una obra en curso, un trabajo, prácticamente una operación. Ai Weiwei, el artista que en una aparentemente paradójica confesión le dijo a Hans Ulrich Obrist no tener ni imágenes ni memoria, dedica su exposición en México a restablecer memorias a partir de algunas imágenes, pero no sólo eso.

Según lo que Ai Weiwei le dice a Cuauhtémoc Medina, curador en jefe del MUAC y de la muestra, las dos partes principales de la exhibición forman una sola obra. Una es El salón ancestral de la familia Wang. Construido hace 400 años para, según explica Cui Cancan, “venerar al antepasado más antiguo de la familia Wang,” el salón obrevivió a la Revolución de 1911 pero no demasiado tiempo a la de 1949. Pasó a ser propiedad pública “sin que nadie mantuviera o gestionara el edificio” y algunas partes comenzaron a derrumbarse. En el año 2010 Zhu Caichang, comerciante de muebles antiguos se interesó en el salón. “Los edificios chinos —le dice Ai a Medina— son como muebles grandes y se entienden exactamente en los mismos términos.” Son como un Lego, afirma también. Ai Weiwei compró el salón ancestral de la familia Wang y en el 2015 lo exhibió como un gran readymade en dos galerías vecinas, atravesando el muro medianero. En ninguna galería el edificio-obra podía verse completo: la obra, que dejó de ser un espacio para el culto de los ancestros —o no— rebasaba el espacio del culto al arte —o no. En el MUAC, entramos a la exposición atravesando el salón de madera. Sentimos el tamaño, casi el peso de ese gran mueble sobre nuestros cuerpos, pero no lo veremos entero, como un objeto y no como un espacio, más que al seguir avanzando por la galería.

 

Desde el interior del salón ancestral podemos ver, en la otra esquina de la sala, parte del trabajo que Ai Weiwei dedica a los estudiantes de Ayotzinapa. Como los retratos ampliados de 176 presos políticos que presentó en su exposición en la ex-prisión de Alcatraz, San Francisco, en el 2014, las imágenes de los rostros de los 43 desaparecidos más los de tres de sus compañeros muertos se construyen con piezas de Lego, usándolos como “pixeles industriales”. Como con los retratos de presos políticos, Ai Weiwei les da de esa manera una dimensión monumental a esas imágenes, tomadas la mayoría de las fotografías para las credenciales de los estudiantes, a veces las únicas que existían de ellos, pequeñas, en blanco y negro, sin mucha definición. “¿Qué puedes hacer con esa imagen borrosa?”, se pregunta Ai Weiwei. A los 46 retratos los acompañan una línea de tiempo y una serie de entrevistas en video a algunos familiares de los estudiantes que formarán parte de un documental que Ai Weiwei presentará el próximo año. “Como campesinos, tenemos tierra, tenemos corrales, tenemos lo necesario para trabajar la tierra como hermanos, como comunidad. Mi hijo es parte de la comunidad,” dice Felipe Arnulfo Rojas, padre de un desaparecido. “Sin mi hijo, se me hace muy grande la tierra,” agrega.

Esta obra que debe entenderse como una en al menos dos partes, establece una tensión entre la recreación de un espacio dedicado a la memoria de los ancestros —el readymade del salón amenazado tanto por la revolución cultural comunista como por la explotación cultural capitalista— y los retratos monumentales no de nuestros ancestros sino de quienes debieran seguirnos y han sido desaparecidos. Por supuesto no hay medida común entre el salón abandonado y luego desmantelado, vendido y rearmado, y los estudiantes asesinados o desaparecidos, pero en ese espacio Ai Weiwei parece que, al restablecer memorias, buscara mostrar el pasmo de un mundo atorado en un presente que, al mismo tiempo, borra cualquier rastro de su pasado y toda posibilidad de un futuro distinto. “La historia siempre es más grande, más vasta que nosotros” —dijo AI Weiwei en la conversación que sostuvo con Maria Luisa Aguilar Rodríguez, del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, y Cuauhtémoc Medina el día anterior a la inauguración de la muestra. “Es anterior a nosotros y esperamos que haya alguien después,” agregó. Restablecer memorias es un intento de restablecer esa continuidad con una historia que nos rebasa sin ser ni única ni lineal —“la manera como nos vemos es temporal, no hay una verdad histórica”, dijo también Ai Weiwei—, un intento de que la tierra no se haga demasiado grande.

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