Entrevistas

Política que se puede tocar: Ada Colau y el municipalismo internacional

Política que se puede tocar: Ada Colau y el municipalismo internacional

22 noviembre, 2024
por Olmo Balam

Ada Colau (Barcelona, 1974) visitó México en septiembre de 2024 para participar en la serie de conferencias de Mextrópoli 2024. Era su primera visita al festival después de ocho años en los que, como alcaldesa de Barcelona, se convirtió en una referente internacional en lo que respecta al gobierno de las ciudades. De esa manera, Colau por fin pudo compartir sus ideas y experiencias vividas en la capital catalana con arquitectos y estudiantes mexicanos, en calidad de ciudadana y no de funcionaria pública. Poco antes, concedió esta entrevista, en la que repasa su vida política tan sólo unas semanas después de su salida del Ayuntamiento de Barcelona, y en un momento de su vida en el que esta activista permanente vislumbra ya un futuro en el que el municipalismo, por tradición la unidad mínima de los Estados-nación, pueda convertirse en el centro y futuro de una transformación internacional capaz de ser percibida de manera concreta en su escenario más emblemático: la ciudad próxima, hecha por y para sus habitantes.

Olmo Balam: Quizá esto ya te lo han preguntado en todos lados, justamente porque le pusiste un punto y aparte a una etapa de tu vida política con tu salida del Ayuntamiento de Barcelona (hay quienes incluso, de manera apresurada, hablan de comenzar a escribir tu biografía política). ¿Qué sigue para ti?

Ada Colau: He sido activista social durante mucho más tiempo de lo que fui alcaldesa, que lo fui durante 8 años, de 2015 a 2023. Durante esa gestión impulsamos un modelo de ciudad ambicioso, para consolidar un nuevo modelo. Este año me quedé todavía en el Ayuntamiento, pero en la oposición. Sin embargo, el partido que ocupa actualmente la alcaldía no ha querido hacer un pacto de gobierno. Entonces ha llegado a su conclusión esta aventura institucional. Han sido 10 años muy intensos, ha sido un periodo histórico muy complejo, con la pandemia y otros hechos complejos de gestionar, y creo que es bueno tomar distancia, refrescar las ideas, escuchar. Y también creo que el momento actual es bueno repensarlo en general. Sobre todo, en un mundo que avanza a la extrema derecha con los discursos de odio; donde hay cada vez más un clima de guerra que se está normalizando, en especial con el genocidio en Palestina; el cambio climático sigue acelerándose. En este contexto creo que es importante revisar estrategias y pensar cosas nuevas, no seguir por inercia, yo creo que eso es lo más importante. No me arrepiento ni un solo día de esta aventura institucional, pero creo al mismo tiempo que no hay que seguir en los lugares por inercia. Aunque me han ofrecido otros cargos políticos, ahora es bueno tomar un poco de distancia del ámbito institucional y volver al ámbito más social, más independiente y tomar nuevas ideas.

OB: Como decía al principio, provienes de movimientos que incluso fueron tachados de okupas o muy radicales, y ahora tuviste la oportunidad de pasar por un puesto de gobierno, al que muchas izquierdas de España, y del mundo incluso, muchas veces no llegan. De todo lo que te planteaste hace 10 años en temas de vivienda y sociedad, ¿cuáles dirías que fueron tus mayores logros y aprendizajes?

AC: Siempre lo digo: no me he arrepentido ni un solo día de esta aventura institucional, porque hemos demostrado que muchas cosas que eran imposibles han sido posibles. Al mismo tiempo, lo hicimos en minoría y en un periodo histórico convulso, por lo que era difícil llegar a acuerdos y pactos. Cada día te pone en contradicción, te enfrenta a tus límites, a que tú querrías hacer más y no puedes hacer todo. Las dos cosas son ciertas. Siempre recuerdo que como activista le decía al ayuntamiento de Barcelona, en aquel entonces gobernado por el partido socialista, que había que hacer cooperativas de vivienda y me respondían que “eso es absolutamente imposible porque es inviable económicamente”. Hoy hay más de mil departamentos cooperativos y un convenio de ciudad que ya no se puede deshacer, que ha llegado para quedarse. Hemos creado una unidad antidesahucios que, aunque el Ayuntamiento no tenga competencia para paralizar los desalojos, ha conseguido aprender de la experiencia de los movimientos y hacer un servicio de mediación que ha frenado miles de desalojos. Hemos creado una cosa que no existía en la institución: la unidad de disciplina inmobiliaria, que le ha puesto multas millonarias a los grandes fondos buitre que hacían malas prácticas para obligarlos a rectificar. Al mismo tiempo, estos mismos temas, como la regulación del mercado de la vivienda, la fiscalidad de los sectores económicos más importantes de la ciudad, todo esto no depende de competencias municipales, depende del Estado. Y eso es muy frustrante, porque tú puedes tener la máxima voluntad política, utilizar al máximo tus competencias, pero hay otras cosas en las que, si el Estado no te acompaña, hay un límite y tienes que enfrentarte a la contradicción cada día. Pero yo diría que las dos cosas son igualmente ciertas: los límites y las contradicciones. Y, sí, ha valido la pena.

OB: Hablabas de voluntad política, ¿tú qué pensarías que hace falta para que una voluntad política semejante a la que pusiste en la práctica en Barcelona pueda expandirse a otras ciudades?

AC: Yo creo que siempre es importante que haya movimientos ciudadanos activos y exigentes. En nuestro caso, eso fue una herramienta que estaba a nuestro favor, porque teníamos mucha presión de los lobbys económicos inmovilistas, que querían seguir con la especulación, como hasta ahora. Pero, por suerte, había un movimiento ciudadano fuerte, que planteaba otro modelo, y había un sector cooperativista. Lo que hicimos fue darle espacio y voz a ese movimiento ciudadano, y trabajamos juntos para hacerlo realidad. Yo creo que, cuando se llega a un gobierno que quiere hacer cosas diferentes, es importante que no se olvide que no hay que llegar sólo al gobierno, hay que seguir alimentando y dando espacio a esos movimientos ciudadanos críticos, que van a ser esenciales para hacer de contrapoder y contrarrelato a los grandes sectores económicos que tienen altavoces muy poderosos, porque tienen ejércitos de abogados, una gran capacidad de influencia, controlan los medios de comunicación y las redes sociales. Si tú quieres cambiar las cosas, necesitas un poder ciudadano. Una de las lecciones que hemos sacado de estos años es que, más allá de si hablas de política de vivienda, emergencia climática o políticas sociales, una de las cosas que tienes que hacer como gobierno es darles poder, reconocimiento y visibilidad a esos movimientos ciudadanos que, de forma desinteresada y por defender el bien común, se organizan para hacer propuestas nuevas. Eso es una cosa. Otra es salirte de la inercia: no tener miedo a apostar por la creatividad y la innovación.

No olvidaré nunca cuando apostamos por otra de las cosas que nos decían que eran imposibles: un problema es que la construcción tradicional es muy lenta, entonces había que innovar. Fuimos a estudiar otros modelos, y en el norte de Europa vimos grandes edificios hechos de contenedores marítimos reciclados de una altísima calidad, más ecológicos y cuyo proceso se puede realizar en meses. Por lo tanto, son más sostenibles, más rápidos y de una calidad excelente. Cuando nosotros presentamos esa nueva forma de hacer construcciones, la prensa se nos rio en la cara, otros partidos políticos nos dijeron que éramos unos cutres, que no teníamos nivel técnico. Hoy se están inaugurando esos edificios y todo el mundo los alaba, y quienes los criticaban ahora parece que se los apropian y siempre los defendieron. 

Por eso digo que no hay que tener miedo a innovar porque, efectivamente, si el estado actual de las cosas no está sirviendo para generar vivienda asequible, para que la mayoría de la gente pueda acceder a una vivienda digna, si las viviendas no son de calidad suficiente, es evidente que hay que cambiar las maneras de hacer las cosas. Hay que tener valentía, aunque en un primer momento te van a ridiculizar y estigmatizar, pero eso no te debe frenar. Entonces, creo que se trata de eso: apostar por la innovación, por la creatividad; apostar por el reconocimiento de la propia ciudadanía crítica y organizada como aliada esencial de esas políticas clave.

OB: La sostenibilidad se ha vuelto el leitmotiv de los arquitectos y urbanistas. ¿Esto también se ha reflejado en tu propuesta de hacer ciudad?

AC: Nosotros veníamos de una ciudad neoliberal, donde se había dejado toda la iniciativa al sector privado. En una sociedad de mercado, es legítimo que este sector busque el máximo beneficio en el plazo de tiempo más corto posible. Pero es claro que ese no puede ser el objetivo de la política pública. La política pública tiene que garantizar derechos. En el caso de una cosa tan fundamental como la vivienda, especialmente en países como España, ha sido un error dejarla por completo en manos de la iniciativa privada. Nosotros hemos intentado corregir esa orientación de diferentes maneras. Por ejemplo, con la recuperación del suelo público, que es la principal herramienta urbanística para hacer la política de vivienda. También modificamos las formas de tenencia: antes se hacía vivienda de propiedad privada en suelo público, que casi siempre acaba privatizada y, tarde o temprano, en el mercado especulativo. Fue un error, porque se hizo promoción con dinero público de viviendas con las que ahora se especula.

Ahora sólo promovemos viviendas en régimen de alquiler, renta social o de cooperativas de cesión de uso. Nosotros incluso defendemos la colaboración público-privada, pero la iniciativa y las reglas del juego las tiene que marcar el ámbito público. Y eso es lo que ha cambiado en los últimos ocho años en Barcelona: hemos generado un operador metropolitano público-privado, en el que nosotros ponemos el suelo, pero como vivienda de renta, no de propiedad, en la que los privados que ganan el concurso tienen que seguir las reglas de precios controlados.

Como bien dice Mariana Mazzucato, necesitamos un Estado emprendedor. En general, necesitamos que las administraciones públicas se tomen en serio su liderazgo y marquen las reglas del juego. Si la vivienda es un derecho, las reglas deben limitar la especulación y premiar las buenas prácticas de vivienda. ¿Qué pasaba en la ciudad neoliberal? Que la vivienda era o de mala calidad —para sacar el máximo rendimiento de las clases populares con viviendas en las zonas periféricas— o se trataba de edificios carísimos hechos por las grandes firmas y ubicados en zonas céntricas, que al final daban como resultado una ciudad-marca, antes que una ciudad para vivir. Hemos cambiado el modelo: queremos el talento de los arquitectos, queremos el buen hacer técnico, pero al servicio de lo que necesita la ciudad y su ciudadanía, especialmente las clases más populares, que son las más vulnerables y se merecen la máxima calidad y dignidad en sus viviendas.

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