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¿Podemos permitirnos pensar la utopía? Conversación con Rozana Montiel

¿Podemos permitirnos pensar la utopía? Conversación con Rozana Montiel

13 abril, 2017
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

Ayer se anunció a la arquitecta mexicana Rozana Montiel participará en el programa The Rockefeller Foundation Bellagio Center Arts & Literary Residency en Italia, una convocatoria resultado de la colaboración de la Fundación Jumex Arte Contemporáneo y The Rockefeller Foundation Bellagio Center. Tras la residencia, el Museo Jumex organizará diferentes programas públicos y presentaciones que proporcionarán al público mexicano la oportunidad de involucrarse con el trabajo de algunos de los artistas que participaron en este proceso. Para la selección de los artistas, la Fundación Jumex convocó a un comité de nominación y a un jurado de distinguidos representantes de diferentes disciplinas y países en Latinoamérica, incluyendo profesionales en el campo de la música, el cine, la danza y coreografía, literatura, teatro, arquitectura y artes visuales.

Tal beca se suma al reciente Moira Gemmil Prize en Arquitectura emergente y al reconocimiento de su compromiso y sensibilidad hacia la comunidad en proyectos como Cancha en Veracruz, la intervención en la Unidad Habitacional San Pablo Xalpa y la Casa Tepoztlan.


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¿Qué implica pensar el futuro desde la mirada de la arquitectura?

Alguna vez diseñé para un concurso una biblioteca del futuro. La pregunta que se planteó fue: ¿cómo sería una biblioteca en el año 2050?

Mi proyecto Zoom llegó a la paradójica conclusión de que las bibliotecas del futuro quizá ya no serían un espacio construido para albergar miles de volúmenes, sino un espacio virtual injertado en el código genético de una bacteria, que pudiera colocarse como un chip en la huella digital de un ser humano gracias a los avances nanotecnológicos de una era. La biblioteca del futuro sería un macrocosmos microscópico, prácticamente invisible.

Cuando comprendemos la futuridad como un espacio para pensar posibilidades formales sin un anclaje a la realidad material, estamos ejerciendo un aspecto de la arquitectura: la parte proyectual, imaginativa, claramente utópica, que intenta visualizar espacialmente una idea. Este ejercicio de imaginación es por completo necesario porque nos ayuda a pensar con creatividad el trabajo del diseño. Es preciso liberar cada tanto la visión del arquitecto de lo que se considera “probable”, “viable”, “realizable” en un plano material. Es válido “planear”, pensar la proyección de un momento histórico sobrevolando el terreno. Ha habido épocas en las que la arquitectura ha hecho esto, sobre todo para imaginar el potencial de un cambio tecnológico, tal como ocurrió durante el modernismo.

Sin embargo, la arquitectura tiene otro aspecto que es el de la materialidad. Regresando a mi ejemplo, mi proyecto Zoom muy probablemente sea una realidad en el año 2050, pero tiene una limitación importante: te puede decir qué será de la biblioteca en el futuro, pero no te puede decir cómo llegaremos ahí. Pues bien, creo que el arquitecto, además de imaginar, tiene la responsabilidad de decirles a otros cómo llegaremos ahí. Es por ello que trabaja con una tradición, un lenguaje, una gramática que explora el uso de distintos materiales y sus posibilidades formales. Trabaja con la materia de la construcción. El arquitecto tiende un puente entre la idea y un proceso de materialización.

Cuando el arquitecto se apoya en la materialidad, descubre que su capacidad para hacer “futurismo” es limitada. No sé de nanotecnología, ni de ingeniería genética. Aunque sea capaz de imaginarla, mi capacidad de construir la biblioteca de 2050 es nula, de modo que me concreto a lo que puedo hacer. Mis proyectos construidos le deben mucho a ejercicios como Zoom, pero definitivamente se apoyan más que en una lectura del futuro, en una lectura del presente. El anclaje de mis proyectos no sólo es una idea, sino un lugar. Me importa centrarme en la particularidad de un lugar, en lo que ya hay, en lo que está presente como materia dispuesta para crear lugar. La utopía es un no-lugar (e incluyo a Marc Augé en esta definición). Y para mí, el lugar es lo opuesto a la utopía.

6.2_REA_ZoomZoom. Rozana Montiel | Estudio de arquitectura

 

¿Podemos permitirnos pensar la utopía?

La arquitectura es, por un lado, una práctica constructiva y, por otro, un lenguaje de representación. Si determinamos que la “función” de la arquitectura es limitarse a resolver los problemas espaciales de una sociedad, entonces, efectivamente no hay lugar para utopías. Pero si pensamos que la arquitectura es un arte y que, en ese sentido, la utopía es una manera crítica o imaginativa de pensar el lenguaje arquitectónico, entonces la utopía es una ficción muy útil que puede modificar nuestra comprensión de una problemática social a partir de una solución material o espacial. En ese sentido no hay que equiparar “utopía” con “futuro”. La utopía es sobre todo para repensar o releer el presente más que para planear un futuro. Se ocupa de lo inmediato.

Se necesitan arquitectos trabajando en ambos frentes para que la arquitectura tenga sentido. Para mí, la utopía es una forma, más que de aspirar a un “ideal moral”, de ir concretando en pequeños pasos el pensamiento arquitectónico. Por ello, considero importante trabajar de manera equilibrada tanto en el terreno de la práctica constructiva como en el del lenguaje del diseño. Podría decirse que uso la utopía como una herramienta más al alcance del diseño. Éste, por supuesto, siempre tendrá su dosis de utopía, pero la experimentación con materiales y sus formas de expresión también tienen una motivación utópica ligada a lo práctico.

Entonces, ¿hay lugar para una práctica utópica?

Como mencionaba anteriormente, la utopía es un no-lugar, y para mí lo más importante es el lugar. Todos mis proyectos de intervención de espacio público se cifran en “hacer o crear lugar” en contraposición de lo utópico. Esto lo logro anclándome en el presente. Uso al máximo todos los recursos existentes, pues es desde el presente que activo el futuro de un espacio. O mis proyectos “tienen futuro” porque me ubico desde un lugar presente.

La temporalidad de un lugar, más que utópico es protagónico en mi trabajo. Percibo el diseño como un proceso más que un producto. Cuando me siento a proyectar, tomo en cuenta diferentes etapas de crecimiento evolutivo de un edificio que se adapten a las diferentes “épocas” de sus habitantes. Mis análisis de sitio toman en cuenta la densidad temporal de un lugar según sus ciclos y flujos. La temporalidad es lo que dota de identidad a un sitio, es lo que transforma al espacio en lugar. Tomo muy en cuenta los usos informales que potencialmente el usuario puede hacer del espacio, los cambios que puede implementar con el tiempo; le abro lugar al azar, a la variabilidad, le permito al usuario apropiarse del espacio y hacerlo suyo. El resultado es que las intervenciones son efectivas en el modo en que reconstruyen el tejido social porque son los usuarios los que ofrecen sustentarlos. El capital humano es la carta de sustentabilidad más efectiva de un lugar.


Este texto se publicó en la Revista Arquine No.79 | Futuros

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