La selva domesticada
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23 mayo, 2021
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
Paulo Mendes da Rocha ha fallecido a la edad de 92 años. Este brasileño nacido en 1928 en Vitória, Espirito Santo, y principal exponente de la corriente paulista, resistió estilos y tendencias, y fue el tercer latinoamericano que recibe el Pritzker en 2006, después de Luis Barragán en 1980 y Oscar Niemeyer en 1988.
Su práctica empieza en 1955 y la primera obra destacada fue el Club Atlético Paulista que obtuvo el premio de la VI bienal de arquitectura de São Paulo. Discípulo de Vilanova Artigas –el fundador de la corriente paulista que privilegia la honestidad estructural, antagónica al lirismo escenográfico de la corriente carioca liderada por Oscar Niemeyer–, dio clases en la cátedra de su maestro en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, hasta que el golpe militar de 1964 lo alejó de la docencia. Sin embargo, sería en esos años de dictadura que llevaría a cabo una de sus obras más notables: el Pabellón para la Expo de Osaka de 1970. De su producción cabe destacar su propia casa (São Paulo, 1964), un lacónico e isomorfo cuadrado de concreto, que libera la planta baja para desaparecer tras una sutil modificación topográfica, obteniendo la máxima intimidad al revalorizar la arquitectura como objeto autónomo. Una de sus obras maestras es el Museo Brasileño de Escultura en São Paulo, donde disuelve interior y exterior bajo una sola losa de concreto de más de 60 metros de claro, donde resuelve el acceso, las áreas de exposición cubiertas exteriores y la imagen urbana del centro de exposiciones.
En 2000, Paulo Mendes da Rocha recibió el Premio Mies van der Rohe para Latinoamérica con la reforma de la Pinacoteca del Estado de São Paulo. En la transformación –más que remodelación– del edificio inconcluso de la Pinacoteca, Mendes da Rocha estaba limitado por el volumen compacto, simétrico y masivo original. Su intervención consistió en reubicar el acceso principal del museo sobre el eje secundario. Así, eludía la perspectiva central y monumental, apostando por un recorrido a través de los vacíos, desde una delicada intervención radicalmente moderna. El mismo año construyó Poupatempo Itaquera. Se trata de una estructura semejante a una estación de metro que flota sobre un gran terreno baldío, destinada a albergar todas las oficinas y servicios oficiales para que cualquier ciudadano resuelva sus trámites en poco tiempo (poupatempo). En esa época incrustó una estructura –para el centro cultural FIESP– que expresaba su esfuerzo, al flotarla dentro de la planta baja de un edificio proyectado por Rino Levy, sobre la Avenida Paulista. En 2002, gestó otro hito urbano con el dosel de la plaza del Patriarca. Se trata de un espacio cubierto por un pañuelo de concreto que apenas se apoya en el suelo, redundando en los grandes claros estructurales que generan espacios públicos y horizontales.
Lo conocí una mañana de finales del pasado siglo en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de São Paulo. Bajaba, fumando como siempre, ensimismado, por la rampa del espacio central. Lo saludé y ya no nos separamos hasta el anochecer tras recorrer varias de sus obras que generosamente me mostró –entre otras, la que fuera su propia casa y donde por aquel entonces vivía su hija– para terminar entre alcoholes en una cantina cerca de su oficina en el centro de São Paulo. Posteriormente tuve la oportunidad de invitarlo un par de veces a impartir conferencias en el Congreso Arquine. Nunca olvidaré el viaje desde el Colegio de San Ildefonso en el centro de la Ciudad de México hasta la Embajada Suiza, con él y Peter Zumthor fumando –los dos– como chacuacos y discutiendo sobre las ciudades, a vuelta de rueda. Con los años mantuvimos una relación epistolar constante publicando buena parte de sus últimas obras, como el extraordinario CESC en el centro histórico de su ciudad a partir del reciclaje de un antiguo centro comercial.
La esencialidad del trabajo de Paulo Mendes da Rocha quedará en la memoria de tantos arquitectos a los que nos inspiró. Fue un dandy reflexivo, irónico y seductor, que mantuvo a lo largo de su carrera una resistencia militantemente moderna. El rigor de su obra partía del desprecio por lo superfluo, y del énfasis ético del discurso paulista. La obra que nos deja el arquitecto brasileño es corpórea, musculosa e indiferente a las apariencias de la actualidad. Paulo Mendes da Rocha, buen platicador, bebedor constante, fumador empedernido, fue un moderno incombustible.
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