🎄📚Las compras realizadas a partir del 19 de diciembre serán enviadas a despues de la segunda semana de enero de 2025. 🎅📖
¡Felices fiestas!
13 junio, 2018
por Georgina Cebey y Luis-Fernel Rosero
Cada año, gracias al Festival CineLatino, el cine iberoamericano invade las calles de Tübingen, una pequeña ciudad universitaria del sur de Alemania. En su edición 2018, el festival presentó la cinta Oso Polar, del director mexicano Marcelo Tobar. Ganadora del premio Ojo a mejor largometraje en el Festival Internacional de Cine de Morelia, y reconocida con del premio Ariel en la categoría de mejor coactuación femenina, Oso Polar es una cinta filmada con teléfonos celulares, una de las tantas pantallas en la que la ciudad imprime su carácter.
Georgina Cebey: Me interesa hablar de Oso polar como road movie. ¿Nos puedes hablar de la idea del viaje dentro de una ciudad claustrofóbica con tráfico?
Marcelo Tobar: La película es un viaje al pasado, un viaje a la infancia a través de una reunión de tres amigos de la primaria. El trayecto en la ciudad responde a que quería hacer un viaje a través de las clases sociales de la Ciudad de México. La película vincula la violencia del bullying infantil y cómo ésta es perpetuada hacia un entorno urbano. La herida que traemos de la escuela primaria, ese ataque de los niños cuando forman su identidad, es una violencia que se carga dentro. Ese dolor no se supera, generalmente lo abandonamos y se manifiesta generando violencia de otras maneras: el tráfico, con los hijos, los padres, comprando tequila en una tienda, etc. Finalmente, son vínculos de poder. Para mí, la ciudad es perfecta porque la violencia urbana en México es el pan de todos los días. La ciudad funcionó en este caso para mostrar que no hay ni buenos ni malos sino que es un ciclo en el que todos somos partícipes todo el tiempo.
GC: En la película vemos la colonia Narvarte, una eterna calzada de Tlalpan, Tlalpuente, etc., ¿de qué manera los personajes se vinculan con estos sitios?
MT: Todo tiene un sentido, tú puedes describir personalidades a través de barrios, esto no es inherente a la Ciudad de México, sin embargo, es muy claro en una sociedad tan estratificada como la mexicana. Si yo le digo a alguien que soy de la colonia Del Valle, esa persona ya sabe qué tipo de persona soy, a qué escuelas fui, etc. Un mexicano identifica rápidamente esos códigos. Si el personaje de Trujillo es de la Narvarte sabemos que es un “niño bien” que no es rico, es de una vieja clase media que está desapareciendo. Trujillo es un hombre de 39 años que vive ahí con un compañero de piso. Heriberto, en cambio, viene de un lugar que está más allá de las barrancas de Santa Fe, es claro que viene de un lugar pobre pero no miserable. El primer trayecto de la cinta es importante por eso, lo que ves es cómo recorre el lugar de donde viene, se ve el tipo de casa que hay, el lugar está lleno de tráileres, es el lugar de donde viene la gente que provee servicios a la ciudad.
Cuando muestro la colonia Álamos, vemos que entre Trujillo y Flor no hay una gran diferencia, excepto que ella vive con la madre y los hijos, eso te habla mucho de ella y de la madre, una mujer perteneciente a una vieja generación de la clase media antigua mexicana que consiguió tener casa, algo que hoy los hijos de esa generación no tenemos, ese no es un problema de nosotros, no significa que no queramos invertir sino que es imposible para mi generación adquirir una propiedad.
Tlalpuente es el escenario de los ricos, pero, a diferencia de los ricos de Polanco o de Bosques de las Lomas, es el lugar de la gente adinerada que huye como si no quisiera vivir en la ciudad. Son los ricos de los que nadie ve sus casas, por eso también me interesaba que no se viera de todo el barrio. Lo que se muestra es un lugar oscuro, un descenso hacia el inframundo de los ricos.
Por otro lado, Tlalpan es una de las avenidas más odiadas por los defeños, esta avenida siempre me ha parecido tan fea que es hermosa, creo que la odiamos porque como dicen “lo que te choca te checa”. Calzada de Tlalpan es muy representativa del D.F., no solamente porque es puro concreto y metro sino porque todos los establecimientos que están a los costados reúnen a la cantina, la prostituta, las personas muy viejas que siguen viviendo en esas casas que antes eran de clase media. Hay ahí una convivencia de una Ciudad de México que no quiere morir a pesar de que lo quieran barnizar y gentrificar. Eso no se puede gentrificar, esa avenida es como una espada que cruzó la ciudad y no hay manera de gentrificar eso. Por abajo cruzas al lado de los pobres, la parte de la ciudad en donde al gobierno no le interesa plantar flores, es donde los homeless van a cagar. Es algo que no me gusta pero me parece que hay que retratarlo, y con una cámara grande nadie se mete ahí.
GC: ¿Por qué crees que en cine mexicano se recurre con frecuencia a la herramienta narrativa del road movie o película de viaje? ¿Cuáles crees que sean las posibilidades de exploración que tanto interesan a directores mexicanos que graban en la ciudad?
MT: Tengo cuarenta años, los de mi generación vivimos una Ciudad de México antes del Tratado de Libre Comercio, una ciudad que era cuasi soviética, una capital que, en 1985, podía ser un México de 1950, una ciudad de mucha ingenuidad, de tres canales de televisión, donde no había la mayoría de los productos de Estados Unidos, todo era fayuca, todos éramos un poco sátrapas, buitres de la modernidad. Luego de crecer con esto, llegó el internet y la computadora, lo que genera una curiosidad interesante en la visión de México y de la ciudad. Por eso creo que siempre intentamos mostrar todo lo que nosotros hemos querido ver. Es decir, nuestros padres acostumbraban crecer en su barrio, ir a la escuela en su barrio, quedarse en su barrio y, en general, experimentar poca movilidad. En el caso de nuestra generación, ha habido mucha movilidad. Había mucha curiosidad por el centro. Cuando comenzaron a caerse las viejas estructuras literales, los viejos edificios, avenidas y puentes, los extrañábamos con melancolía, entonces queríamos seguir yendo y seguir, incluso, visitando los lugares de nuestros padres, de nuestros abuelos.
No es casualidad que la gente se esté moviendo a la colonia Santa María la Ribera, la gente se mueve porque la idea de lo moderno es horrible, homogeniza y barre la ciudad, y siento que mi generación se siente atraída al road movie por un afán “caifanesco”, de un reflejo de exploración real que hemos tenido como seres humanos que queremos mostrar lo que hemos visto. Hay más en la ciudad que la colonia Condesa, la riqueza real de la ciudad está en todo lo demás: los otros barrios, todas las avenidas feas y poco cinematográficas. Ahí está la gente real, las voces, las caras, las tiendas, los olores, los colores, el chilango más interesante.
GC: Hablando de la colonia Condesa, ¿crees que el cine independiente está interesado en explorar distintas caras de la urbe? El constante retrato de la clase media de esta colonia me hace suponer que no.
MT: La clase media de la Condesa no existe, eso es una trampa, es gente privilegiada. El cine mexicano y latinoamericano está cooptado por la élite. No hay que irnos por las ramas, incluyéndome a mí. Yo vengo de la colonia del Valle, de una clase media que desapareció, luego a mi familia le fue bien y me volví más privilegiado, no me moví hacia abajo, como algunos que se fueron de la colonia del Valle a la Portales y que de ahí los fueron expulsando más y más lejos. Toda la generación de cineastas mexicanos que están teniendo fama a nivel mundial, todos son grupos de gente rica. El monopolio de la visión privilegiada hacia la realidad mexicana es grave y no es casualidad que la gente mexicana no vea el cine mexicano de ese tipo porque no se siente representada, por que no está representada en ese cine.
Aunque un joven muy bien intencionado del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) vaya a la sierra wixárika a hacer su película, su visión es desde arriba hacia abajo. Además no lo queremos aceptar, entonces decimos “yo fui y me empapé de realidad y los wixárikas son mis hermanos”. Yo creo que no, si no vienes de ahí, jamás vas a entender lo que es ser un wixárika, ¿dónde está el cineasta de la sierra que hace su película contando la historia de manera horizontal? No existe.
La idea de hacer Oso polar con el iPhone es empezar generar esa democratización en el cine, ¿cómo le vas a contar a un estudiante del CCC cómo es la vida en la sierra? Hay una parte patriarcal obvia, y nadie quiere hablar de eso porque nadie quiere perder sus privilegios. Lo que tenemos que hacer al respecto es no dejar de filmar, hay que ayudar a otras voces a que filmen además de filmar nosotros y filmar lo que realmente conocemos. No se trata de decir, “me eché un clavado en la colonia Peralvillo y mira lo que encontré. Y me voy a Suiza y me aplauden y me dan premios porque dicen que la película tiene realismo” para luego regresar a tu hotel de cinco estrellas a celebrar con champán.
Luis Rosero: Hablando de este tema, lo que nos parece muy interesante son las posibilidades que encuentras en el medio de la cámara del iPhone. Las escenas de Heriberto en el campo, contraste idílico con la ciudad, están justamente grabadas con celular. La cámara del celular también graba escenas de lo cotidiano. ¿Qué te motiva a grabar estas escenas con este tipo de cámara?
MT: Hay muchas razones. La primera era que no quería hacer flashbacks. Creo y me interesa mucho como todo el mundo se ha vuelto un cineasta potencial con su teléfono. A medida que ha mejorado la calidad de las cámaras de los teléfonos, la gente se ha interesado más en crear mejores imágenes o más interesantes, o en tomarse en serio captar momentos importantes, como un cumpleaños. Es por eso que veo que el lenguaje está cambiando a través de lo que la gente sube a YouTube. A mí me parece un error no nutrirnos como cineastas de eso, en lugar de volvernos puristas y pensar que esas imágenes son una aberración. Yo creo que es muy lindo ver cómo la gente graba. Por eso intenté replicar estos accidentes que tenemos todos con el celular cuando se nos enciende o cuando están grabando en secreto. Esos momentos tienen una belleza. Algo así pasa con Duchamp: esto es una botella, pero cuando la pongo enfrente de una cámara adquiere otro símbolo. Para mí, las imágenes que todo el mundo sube a YouTube cambian cuando las pones en una narrativa cinematográfica, porque las observas de otra manera. Se nutre entonces la acción. Intento, pues, trabajar con ambos formatos. Las imágenes más bonitas de la película tal vez son las del iPhone, incluyendo las del Nokia, de baja calidad, aquellas que se ven cuando abusan de él en la fiesta de la azotea. Hay un análisis también social a través de la textura que puedes pagar.
LR: Hablemos ahora de la construcción del protagonista, Heriberto. Las escenas en que aparece como seminarista, grabadas con su iPhone, nos remiten a un espacio a veces idílico. También, es allí donde conocemos su relación amorosa con otro seminarista y donde se destaca su conflicto moral y religioso.
MT: La verdad, pensando lo del seminario, me lleva a pensar que Oso polar recoge muchas ideas, es una licuadora de ideas. Para mí lo del seminario tiene tanto peso como lo de las fresas o la recogida de la manzanilla que graba con su teléfono. Son como vidas pasadas que ha tenido Heriberto, el oso polar de la película, que ha estado hibernando. Y, en este período de hibernación, es como si se hubiese dedicado a buscarse a sí mismo en diferentes lugares, con diferentes personas. Para mí no tiene más peso el seminario que la recogida de las fresas. Pero las imágenes religiosas resultan más poderosas. Lo que tiene de importancia es que se enamora en el seminario, porque en seminarios —y eso me consta por entrevistas— se reúnen muchos gais. Allí él puede experimentar su sexualidad mucho más que recogiendo fresas. Ni siquiera lo intenté como la provocación de ningún tipo, es un hecho.
Ahora, era importante para mí mostrar que Heriberto, casi a sus 40 años, no ha podido ejercer su sexualidad libremente. Y parece que solamente replica a las relaciones de violencia. Cuando intentamos quitar todas aquellas escenas con su compañero de seminario, Heriberto aparecía como un psicópata. Todos aquellos elementos entonces, incluso la forma en que enfoca su cámara, conforman la historia de su búsqueda y la complejidad como persona que no muestra a sus amigos.
LR: ¿Crees que el personaje de Heriberto comparte algunas características con el protagonista de Batalla en el cielo de Carlos Reygadas? Me refiero en parte al choque de clases en la ciudad.
MT: Yo siento que no tienen nada que ver. Pero está tan infrarrepresentada la clase a la que pertenecen, tanto ese personaje en Batalla en el cielo como Heriberto, que pensamos que son iguales. Pero es muy poderoso lo que dices porque nos lleva a cómo está de invisible la mayoría mexicana en el cine. Lo que estamos hablando es muy político. El cine es también un acto político. La convención cinematográfica, es decir, quién es el protagonista, cómo se cuenta la historia, quién cuenta la historia y desde qué punto de vista se cuenta la historia, esto es un acto político. El cine es, pues, el espejo masivo de la realidad, es el arte popular por antonomasia hoy. Y si pensamos que el cine está cooptado por la élite hay un problema grave. Sobre todo si pensamos que vivimos en la era de la democratización de los medios. Y nadie quiere atender, porque las estructuras de poder no quieren ceder. Esto también tiene que ver con lo de las grabaciones con el teléfono, porque este medio se abren nuevas voces.