Espacio político: rave y cuerpo
Música y política convergen en las antípodas, y quizás han creado, no un movimiento, pero sí una cultura en la [...]
20 octubre, 2016
por Carlos Lanuza | Twitter: carlos_lanuza_
“El día en que los habitantes de Eutropia se sienten abrumados de cansancio y nadie soporta más su trabajo, sus padres, su casa y su calle, las deudas, la gente a la que hay que saludar o que te saluda, entonces toda la ciudadanía decide trasladarse a la ciudad vecina, que está ahí esperándolos, vacía y como nueva, donde cada uno tendrá otro trabajo, otra mujer, verá otro paisaje al abrir las ventanas, pasará las noches en otros pasatiempos, amistades, maledicencias. Así sus vidas se renuevan de mudanza en mudanza entre ciudades que por su exposición o su declive o sus cursos de agua o sus vientos se presentan cada una con algunas diferencias de las otras.”
Italo Calvino.
“Cuando patinamos sobre hielo resbaladizo, nuestra seguridad depende de nuestra velocidad”.
Ralph Waldo Emerson
En los tiempos en los que vivimos, para poder quedarnos en el mismo sitio debemos correr a toda velocidad. Vivimos en el tiempo del cambio y de la aceleración, y esto ha afectado nuestra relación con el trabajo de manera drástica. Hace algunas décadas era normal entrar en una empresa y trabajar en ella toda tu vida: lo vimos en nuestros abuelos, e incluso en nuestros padres. Entrabas en el puesto más bajo, ascendías poco a poco, te casabas, comprabas una casa y formabas una familia y morías en la felicidad de la jubilación. Ahora las cosas han cambiado, la vida de una empresa se ha reducido tanto y los proyectos empresariales pueden durar tan poco, que lo normal es que trabajemos en muchas empresas a lo largo de nuestra vida profesional. Debemos cambiar y adaptarnos constantemente.
Vivimos en un continuo malestar, una constante incertidumbre por nuestro futuro, acompañado de un individualismo que busca sentirse en compañía a través del consumo, y así, la rueda gira y gira. Estamos atravesando un momento de extrema importancia, el cambio constante marca nuestras vidas y todos los ámbitos en los que nos desarrollamos. El espacio de trabajo ha mutado, y nos acompaña todos los días, en cada momento en el smartphone. Los horarios se han flexibilizado, y ahora podemos trabajar desde casa, en el metro, en el autobús y durante las vacaciones, la publicidad además nos lo recuerda constantemente.
Las grandes empresas disfrazan sus oficinas para que sean “hogareñas” y “divertidas”, un tobogán aquí y un sofá de la abuela allá. Ya no queremos el espacio rígido que separa el trabajo de la vida, ahora la vida es trabajo y los límites se diluyen. Podemos trabajar en Barcelona enviando archivos a Nueva York para presentar un proyecto en México D.F., esto todos lo sabemos pero, ¿somos realmente conscientes de lo que significa? Acortamos las distancias, física y psicológicamente, aborrecemos la lentitud y esto nos pasa factura cada día. Las tiendas se renuevan cada pocos meses, unas cierran y otras abren, y ahí estamos los arquitectos para responder a la demanda. La moda cambia a un ritmo frenético, ya no hay tiempo para la pasarela, ni para el catálogo, vamos tarde siempre.
El problema con la arquitectura es que seguimos pensando que, a pesar de que todo está cambiando, nuestra profesión sigue inmutable. Las escuelas siguen utilizando métodos anticuados para enseñar, el pensamiento no cambia y esto resulta muy preocupante. El arquitecto es ahora un profesional rígido, autocomplaciente, egocéntrico y endogámico; ya no crea ideales, ni fantasea sobre ciudades y sociedades futuras. Más bien, ahora forma parte del engranaje consumista, de usar y tirar, y al parecer no nos queremos dar cuenta. Es un buen momento para preguntarnos qué estamos ofreciendo a la sociedad, cómo estamos actuando, cómo podemos salir de la antigua idea de la arquitectura como soporte meramente físico y teórico que se convierte en un andamiaje muy débil que, además, empieza a quedar muy desfasado.
Dependemos de una economía global tan volátil que el mercado laboral para el arquitecto cambia continuamente. Emigrar en busca de mejores condiciones laborales es sólo el síntoma de una dependencia que tenemos de la construcción, de las burbujas inmobiliarias que nos dan de comer, pero ¿qué pasa con la reutilización de los edificios, la investigación alternativa y nuestra visión humanista sobre los procesos sociales de ocupación? ¿No hay otras salidas laborales para una profesión que profesa creatividad? Seguir pensando que el sistema antiguo de trabajo en el mundo de la arquitectura sigue funcionando es cuanto menos un poco equivocado. Hoy en día la gente se inventa nuevas realidades constantemente cuando se hastía del mundo, como en Eutropia –nos guste o no-, mientras los arquitectos seguimos viviendo en los volúmenes bajo la luz de hace 60 años. Quizá alguna reflexión habrá que hacer.
“If you should go skating
On the thin ice of modern life
Dragging behind you the silent reproach
Of a million tear-stained eyes
Don’t be surprised when a crack in the ice
Appears under your feet.
You slip out of your depth and out of your mind
With your fear flowing out behind you
As you claw the thin ice.”
Pink Floyd
Música y política convergen en las antípodas, y quizás han creado, no un movimiento, pero sí una cultura en la [...]
Las superislas, el proyecto urbano que busca recuperar algo del espacio que a lo largo del siglo pasado fue tomado [...]